Marcos estaba en la puerta, pálido como la cera, con la mirada sombría

Marcos estaba en la puerta, pálido como la cera, con la mirada oscura, casi amenazadora. Sus manos se aferraban al marco y sus hombros temblaban, no de frío, sino de la ira que lo consumía.

¿Qué pasa aquí? Su voz, grave y baja, cortó el aire de la habitación.

Isabel sintió cómo se le encogía el corazón. Lo amaba, pero en ese mismo instante, el miedo la atenazaba. No quería creer que el hombre que la había salvado pudiera verse obligado a elegir entre ella y su propia madre.

Leonor levantó la mirada con una calma estudiada, como una actriz que sabe que tiene el control.

Lo que pasa, hijo mío, es que intento salvarte la vida. Detente un momento y piensa: ¿qué haces con esta chica? En tres meses has gastado más en ella que en ti mismo todo el año pasado.

Madre Marcos cerró los ojos un instante, como tratando de dominar su furia. Te he dicho que Isabel no es un capricho. Es la mujer a la que amo.

¿Amor? Leonor soltó una risa fría. El amor no se encuentra junto a los contenedores de basura. Ella viene de ahí, Marcos. ¿Tienes idea de lo que eso significa para nuestra reputación?

Isabel sintió cómo le ardían las mejillas. Quería responder, gritar, pero una mano invisible parecía oprimirle el pecho. En lugar de palabras, sus ojos se llenaron de lágrimas.

Marcos dio un paso hacia adelante, acercándose a su madre.

¿Sabes de dónde la saqué? Sí, estaba junto a un contenedor. ¿Sabes por qué estaba allí? No por ella. Por una anciana enferma que no tenía qué comer. Pero a ti te es más fácil ver la miseria que la bondad.

La bondad no paga las facturas replicó Leonor con dureza. Y no olvidemos que un hombre como tú puede tener a cualquier mujer que desee.

Así es dijo él, con una mirada firme. Y he elegido a Isabel.

Un silencio punzante se extendió entre ellos.

Isabel, al fin, encontró la voz:

Marcos, no tienes que

Sí la interrumpió él con suavidad. Tiene que saber la verdad.

Leonor cruzó los brazos, como una jueza esperando la última palabra del acusado.

La verdad es simple, madre: tú crees que el amor se mide en pedigrí y en cuentas bancarias. Yo creo que se mide en los momentos en los que alguien se queda a tu lado incluso cuando no tienes nada.

Isabel lo miró, sintiendo cómo se le deshacía el nudo en la garganta.

Cuando la conocí continuó Marcos, podría haberme rechazado. Y lo intentó. Sabía que era peligroso aceptar la ayuda de un extraño. Pero lo hizo, porque estaba agotada y hambrienta. Y, desde entonces, nunca la he visto pedir nada para sí misma.

Leonor se mordió el labio, pero no respondió.

Marcos dio otro paso.

Si no puedes aceptar mi elección, lo siento, pero esta es mi vida. Y ella forma parte de ella.

Isabel se estremeció. Le costaba creer lo que escuchaba.

Marcos su voz era una mezcla de gratitud y temor.

No, Isabel dijo él con firmeza. He callado demasiado tiempo. Me he dejado atrapar entre lo que quiere mi madre y lo que quiero yo. Ahora elijo. Y elijo que te quedes.

Leonor puso los ojos en blanco, pero el tono de Marcos no dejaba lugar a discusión.

Muy bien dijo al fin, levantándose del sillón. Pero no vengas a mí cuando te deje tirado en la calle.

Y se marchó, dejando tras de sí un leve aroma de perfume caro y un vacío pesado en el aire.

Isabel se quedó inmóvil, incapaz de moverse.

¿Has hecho esto por mí? susurró.

No solo por ti. Por nosotros. Y porque no quiero vivir sabiendo que perdí a alguien como tú por el orgullo de otro.

Las lágrimas le rodaban por las mejillas, pero por primera vez en mucho tiempo, eran lágrimas de alivio.

Marcos la atrajo hacia sí, abrazándola con fuerza.

Lo lograremos le susurró. Quizá no sea fácil, pero lo lograremos.

¿Y si tu madre nunca nos perdona? preguntó ella, con voz apagada.

Entonces viviremos con eso. Yo he tomado mi decisión.

En los días siguientes, la casa parecía más tranquila, pero más fría sin la presencia constante de Leonor. Isabel sentía las miradas sospechosas de los vecinos, pero cada vez que Marcos le sonreía, recordaba que no estaba sola.

Comenzaron a buscar un piso más pequeño, solo para ellos dos. Marcos reorganizó sus negocios, e Isabel encontró un trabajo a media jornada en una cafetería cercana. Su vida ya no tenía el lujo de la casa de su madre, pero tenía algo más: libertad y respeto mutuo.

Una tarde de primavera, mientras volvían a casa, Marcos se detuvo y le tomó la mano.

Te prometí algo el primer día que te conocí, ¿recuerdas? dijo él.

Que estarías a mi lado, pase lo que pase sonrió Isabel.

Y eso hago. Y eso haré siempre.

Se besaron bajo la luz de las farolas, y para Isabel, el mundo entero se redujo a ese instante. Sabía que su camino no estaría libre de obstáculos, pero estaba dispuesta a recorrerlo, porque, al fin, ya no era la chica del contenedor. Era la mujer a quien un hombre había elegido amar, sin importar el precio.

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