¡Mamá siempre tiene la respuesta!

Inés, ese Carlos tuyo no me convence sentenció María del Carmen, la madre, después de conocer al prometido de su hija.

Escucha, hija, pregúntate qué es lo que no le gustó a tu madre del chico. A veces a uno simplemente no le agrada, pero otras veces aparecen actitudes alarmantes que la enamorada pasa por altoinsistió la madre, como si un giro del destino pudiera cambiar el rumbo de la historia.

Inés se limitó a encogerse de hombros, defendiendo a Carlos con palabras que, a su parecer, sonaban perfectamente razonables.

Nunca te ha gustado nadie. Por eso acabas sola, aunque podrías casarte conmigo en paquete.

Sabes mucho, gruñó María del Carmen.

¿Y por qué crees que no entiendo nada? ¿Porque soy más joven?

Yo no soy ciega: he visto que a ti te han interesado varios hombres, y parecían decentes. Sin embargo, tú los desechabas sin mirarlos.

¿Sin mirarlos? replicó la madre con tono filosófico. Pero basta, Inés, dejemos este asunto.

Te he dicho mi parecer, pues has presentado a Carlos a mi casa. Ahora decide si lo escuchas o si prefieres escoger por tu cuenta quién te merece.

Mamá, ya es tarde para decidir. Estoy embarazada de Carlos. Y si eso ocurre, mi hijo no crecerá sin padre.

El rencor de Inés hacia su madre tenía su origen en la ausencia de una figura paterna. En la escuela fue la única sin padre por una razón que nadie aceptó como válida. Dos compañeras habían perdido a sus padres, pero eso no era lo mismo que nunca haber tenido uno.

El padre de Inés estuvo presente al nacer, pero cuando la niña apenas cumplía tres años sus padres se divorciaron y él la abandonó. Aun así, él pagaba la pensión sin aparecer en su vida, indiferente al futuro de su hija.

Inés culpaba a su madre de no haberle presentado a un padrastro. Quizá viviríamos mejor, pensaba. Tal vez él no la amara como los padres de otras chicas, pero al menos habría un hombre en casa y no seríamos esa familia incompleta que los compañeros llamaban hija de divorciada.

Así decidió que el padre de su bebé sería, a cualquier costo, Carlos. No era perfecto, pero la amaba y, según ella, amaría al niño.

Al confirmar la paternidad, Carlos, como buen hombre, le propuso transformar la segunda habitación del piso en la cuna del bebé. Ese gesto hizo que Inés se derritiera; las críticas de su madre sobre Carlos no pudieron empañar aquella visión.

Sin embargo, la realidad empezó a torcerse cuando el pequeño cumplió un año. Carlos trabajaba sin falta, pero no ayudaba en absoluto con la pequeña Sofía.

La madre de Carlos, Elena Vázquez, no tardó en avivar la llama. Contaba cómo ella, con dos hijos, mantenía la casa impecable, trabajaba casi de inmediato después del parto y se las arreglaba sin los aparatos modernos que inundaban el apartamento de Inés y Carlos.

Ignoraba un detalle crucial: en la ciudad de Valencia, donde vivían, los niños eran llevados a guarderías desde la semana dos de nacidos, y el cuidado se reducía a pasar por la cocina a darles de comer mientras la madre trabajaba. La única tarea que Elena realizaba en casa era preparar el desayuno y lavar la ropa, aunque ya tenían una lavadora rudimentaria.

Ese modelo de vida que Elena exaltaba resultó imposible en Valencia: la guardería había desaparecido hace años y, por ley, los niños menores de tres deben quedarse con sus madres. Así, Inés tuvo que afrontar sola la jornada de veinticuatro horas, sin ayuda de su madre ni de un marido presente.

Todo iba bajo control hasta que, una noche, mientras Inés se duchaba, la alarma de incendios sonó con estruendo. Ya había ocurrido dos veces ese año, siempre falsas, y Carlos pareció no reaccionar. Inés, envuelta en una toalla, salió a comprobar.

Descubrió la puerta principal abierta de par en par, el humo colándose por la escalera y a Carlos ausente. Sin perder un segundo, arropó a Sofía y corrió a la salida, subiendo al ático y saltando al portal contiguo.

En la calle se topó con Carlos, tembloroso, aferrando su nuevo ordenador de sobremesa, una cámara de vídeo profesional que había comprado medio año antes y, de su chaqueta, un tablet y un móvil.

¡Hijo de! pensó Inés. Si no fuera por la niña, habría perdido la paciencia y la habría golpeado.

En su lugar, la empujó con la pierna, gritándole como una cargadora en puerto. Lo que la hizo estallar fue que, en vez de disculparse, Carlos la acusó de estar loca, diciendo que había olvidado a su esposa y a su hija como cualquiera.

El verdadero problema fue que sus reflejos estaban dirigidos a salvar su equipo, no a proteger a su familia. El ordenador, la cámara y el móvil parecían más valiosos que la vida de su mujer y su hija.

Inés se divorció de Carlos al instante. Los meses siguientes, la suegra no dejó de intentar reconciliarlos, insistiendo en no destruir la familia. Al fin, la madre de Inés la acogió a ella y a Sofía en su hogar.

Mamá, tenías razón, no debí fiarme de Carlos. Cuando comprendí que podía abandonarme, todo cambió confesó Inés.

¿Te acuerdas cuando nos encontramos en la entrada del edificio y el terrier del vecino empezó a ladrar? recordó María del Carmen. Ese perro, Archi, ladra a todo el mundo; su dueño, el tío Tomás, nunca lo suelta de la correa, aunque es un animal cariñoso y nunca muerde, solo se asusta.

Exacto continuó. Cuando Archi se asustó, Carlos salió corriendo, sin protegerte ni intentar agarrarte del brazo. Ya llevabas a tu hijo en brazos y él ya sabía que tú necesitabas ayuda.

Antes, Inés habría respondido con sarcasmo sobre los maridos y padres que supuestamente sabes. Ahora, tras la amarga experiencia, solo quedó silencio. Comprendió, aunque fuera a tiempo, que la mera presencia de un padre o marido no garantiza nada.

A veces es mejor criar a un hijo sola que vivir con cualquiera solo para mantener una fachada bonita. Inés no volverá a hacerlo. Y si algún día Sofía, como su madre, reclama a su madre, Inés sabrá qué decir.

¿Cómo explicar que la niña crece sin padre? Tal vez cuente, sin adornos, que el padre, en una emergencia, salió a salvar su portátil, su móvil, su tablet y su cámara, en lugar de salvar a su mujer y a su hija.

¿Y en la vejez, aquel padre seguirá cuidando a sus hijos con aparatos o se atrevirá a tocar la puerta de su hija pidiendo ayuda? Es poco probable que Sofía lo perdone. Inés, sin duda, nunca lo haría.

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