Mamá, ¿por qué no me invitaste a tu cumpleaños? Apretó el teléfono con fuerza, los nudillos palidecieron. Tú ya lo sabes su madre suspiró. Cuando te fuiste de la familia tu padre no puede perdonarte. Y Dimas bueno, él siempre ha estado del lado de Lourdes, que tampoco te aprecia.
Lucía se miró en el espejo, ajustando las sombras de sus párpados. Una rara noche sin los niñossus amigas la habían convencido de salir, de distraerse. El divorcio aún no era definitivo, pero vivir bajo el mismo techo que su marido ya no era una opción.
Tú misma estás destruyendo la familia decía su padre.
Siempre lo complicas todo secundaba su hermano.
Hacía tiempo que había dejado de explicarse. ¿Para qué? La solidaridad masculina nunca les permitiría ponerse de su lado.
Pero lo que más dolía era escuchar a su madre decir que nadie era perfecto, que ella vivía en las nubes. Nadie entendía por qué no estaba satisfecha. Y si nadie lo entendía, el problema debía ser ella.
Sonó el teléfono. En el auricular, la voz eufórica de Marta:
¿Estás lista? ¡El taxi está abajo!
Sí, ya salgo.
Los niños ya dormíanla abuela se había ofrecido a quedarse con ellos. Aunque no su madre, que la castigaba por querer divorciarse, sino su suegra, la única que no parecía maldecirla.
¿Segura que podrá con ellos? preguntó Lucía ya en la puerta. Llámeme si pasa algo, ¡no se corte!
¡Claro, vete ya! La mujer hizo un gesto con la mano. No son bebés. Necesitas respirar al menos una vez al año.
Asintió, pero algo se le encogió por dentro. *Una vez al año*. Llevaba tres sin pisar otro lugar que no fueran guarderías y reuniones de padres.
El club era ruidoso, moderno. Lucía incluso sintió un poco de nervioshacía tanto que no salía, que no bailaba, que no se sentía simplemente mujer, y no madre, esposa o la fracasada que abandonó una “familia normal”.
La música era ensordecedora. Luces parpadeantes, risas, cuerpos ajenos, olor a cerveza y perfumes caros.
¡Por fin! Marta la agarró del brazo. ¡Ya empezamos sin ti!
Lucía sonrió y vació la primera copa de un trago. *Dios, cuánto tiempo*.
¿Bailamos?
Luego un poco, yo
Y entonces lo vio.
En la mesa grande del centrosu hermano Dimas, su esposa Lourdes con un vestido brillante, su padre con una copa de cava, la tía Carmen, el tío Antonio Toda su familia.
¿Qué? La voz se le quebró.
Marta siguió su mirada:
Mira, ¿no son los tuyos? ¡Qué casualidad!
¿Casualidad?
De pronto, un clic en su mente. *Miércoles. El cumpleaños de mamá*.
Mamá, ¿no era tu cumple el miércoles? había preguntado el fin de semana. Siempre lo celebrábamos el sábado. ¿Este año también?
Su madre había evitado su mirada.
Ay, qué sábado ni qué nada, ¿celebrar todos los años? Esta vez no se puede, hija, hay cosas que hacer
¿Cosas? Claro. Cosas como reunirse todos sin Lucía. Celebrar sin ella. Sobraba. Era la que lo estropeaba todo.
¿Estás bien? Marta frunció el ceño.
Ella retrocedió lentamente.
Sí tengo que irme.
¡¿Qué?! ¡Si acabas de llegar!
Pero Lucía ya caminaba hacia la salida, el corazón a mil, las lágrimas ardiendo en los ojos. Ninguno de los suyos la vio.
En el taxi, apoyó la frente contra el vidrio y por fin dejó que las lágrimas cayeran. En silencio. No querían verla. Y quizá nunca lo habían querido.
El taxi se detuvo frente a su casa, pero no tenía ganas de bajar. Todo ardía por dentrorabia, vergüenza, esa pregunta eterna: *¿por qué? ¿Qué tengo de malo?*
Antes de cerrar la puerta, el teléfono vibró. Un mensaje de su hermano: *«Hola. Hoy es el cumple de mamá. ¿La felicitaste?»*
Se sentó en el banco de la entrada y respondió:
*«Estuve allí. No me visteis.»* Cerró los ojos. Respiró. Borró el mensaje.
El teléfono vibró de nuevo. Su madre.
¿Sí? Su voz tembló.
¿Estás bien? Su madre susurraba, como si temiera ser escuchada. Los niños
Estuve en el club.
Silencio.
¿Qué club?
El que estáis todos ahora.
Más silencio. Luego murmullos, como si hubiera tapado el auricular.
¿Nos nos viste?
Sí.
Otra pausa. Larga.
Mamá ¿por qué? Apretó el teléfono con fuerza.
Tú ya lo sabes suspiró su madre. Cuando te fuiste tu padre no puede perdonarte. Y Dimas bueno, él siempre ha estado del lado de Lourdes.
¿Y tú?
Silencio.
La respuesta ya estaba clara.
En casa, los niños dormían. Su suegra, al ver su cara, no preguntósolo sirvió té con miel.
Bebe. Estás temblando.
Lucía tomó la taza y, de pronto, rompió a llorar como una niña:
Estaban ahí todos. Festejando. Sin mí. A propósito. No me quieren ver.
Su suegra le apretó la mano:
Duele. Llora, te aliviará. Y luego pregúntate¿quieres estar entre esa gente? ¿Merecen tus lágrimas?
Es difícil creo que llevo mucho tiempo sola, solo que ahora es oficial respondió Lucía. Dime ¿por qué estás de mi lado? Siempre quise preguntártelo.
Conozco bien a mi hijo, cariño. Y supe desde el principio que no erais del mismo barro. Pero te esforzaste, niña, y eso merece respeto. Además, me diste unos nietos maravillosos.
Lucía sonrió. Era ciertohabía intentado ser una buena esposa. Aunque al final pidió el divorcio tras apenas un año y medio.
Porque estaba cansada de adaptarse, de ceder, de buscar compromisos eternos. Su marido era militarsolo volvía a casa para descansar.
Y ella tenía veinte años y anhelaba una vida ligera, no ese papel de esposa perfecta que todo lo soporta.
Pero todos le decían: *«El problema eres tú, si no eres feliz con un hombre así. No es él, no es el matrimonio eres tú, Lucía, la que no sabe vivir como es debido.»* Y lo creyó.
Calló, aprendió recetas de su suegra, tuvo dos hijos seguidos. Pero nada ayudóLucía seguía infeliz, incapaz de acostumbrarse a él.
Entendió que la vida ya era demasiado complicada para doblegarse ante alguien. Su marido ni siquiera era cruel.
Simplemente no veía sus necesidades ni entendía sus batallas internas. Tras diez años, solo los hijos los unían.
A la mañana siguiente, un mensaje de su padre:
*«Otra vez lo has estropeado. Tu madre está destrozada.»*
Lucía no respondió. En cambio, abrió el portátil, escribió a Alba y buscó billetes. Necesitaba irse. Aunque fuera un tiempo.
Dos semanas después, estaba en la