Mamá, ¿papá tenía razón cuando decía que no estabas bien de la cabeza? Ahora lo veo yo mismo, estás loca. ¿No has pensado en ir al médico?
Antonina Petrovna miró a su hijo con asombro. Sí, siempre había sido un chico difícil, pero decirle esas palabras a su propia madre, así, directamente
Antonina nunca imaginó que tendría que divorciarse después de veinticinco años de matrimonio. Pero fue ella quien tomó la decisión.
Un día, de repente, Antonina comprendió que no lo conocía en absoluto. Después de tanto tiempo, uno pensaría que podría saberlo todo de una persona. Pero las cosas salieron como salieron. Dmitri resultó ser un hombre frío e insensible.
Cuando Antonina recogió un cachorro abandonado en la calle, tan flaco que se le podían contar todas las costillas, él montó un escándalo.
Antonia, ¿no tienes nada mejor que hacer? gritó por toda la casa. ¿Para qué traes esa porquería aquí?
Dmitri, ¿cómo puedes decir eso? replicó Antonina, sinceramente sorprendida. Míralo, es solo piel y huesos. ¿Cómo podía dejarlo ahí?
Todos los demás pasaron de largo, ¿pero tú no pudiste? ¿Eres la Madre Teresa o qué? ¿Tan importante te crees?
Ese día, Antonina lloró durante horas. Por el pobre cachorro, que apenas podía mantenerse en pie, y porque su marido le había mostrado su verdadero rostro.
No, él nunca había sido perfecto, pero Antonina había ignorado sus defectos. Al fin y al cabo, creía que nadie lo era.
Sin embargo, ese día, Dmitri cruzó una línea que nunca debió cruzar. «¿Cómo es posible? pensaba Antonina entre lágrimas. ¿Tan difícil es ser humano? ¿Cómo puedes ignorar a un animal sufriendo y no intentar ayudarlo?»
Claro que el escándalo no fue lo único. Dmitri dejó claro, con cada gesto, que el “despojo”, como llamaba al cachorro, le molestaba.
¿Cuándo te vas a deshacer de eso? ¿Cuánto tiempo tengo que aguantar a ese perro enfermo en casa?
“Perro enfermo” era el nombre que le daba solo porque estaba flaco y temblaba, aunque la casa estuviera caliente.
En lugar de ayudar a su esposa a cuidar del animal y encontrarle un buen hogar, Dmitri se iba al garaje a pasar el rato con sus amigos, otros hombres que también huían de sus esposas.
Volvía tarde y borracho, solo para seguir quejándose de Antonina y del “mendigo” que había traído.
Que no te gusten los animales, lo puedo entender pensaba Antonina, sentada en el salón. Pero ¿es que tampoco te importo yo? ¿No ves lo difícil que es para mí?
Sí, para Antonina no era fácil. Tenía que pedir permiso en el trabajo para llevar al cachorro al veterinario o sacarlo a pasear.
Y temía dejarlo solo en casa con Dmitri. Después de tantos años de matrimonio, ya no lo reconocía. No sabía de qué sería capaz, especialmente ahora que bebía tanto.
Un día, estando en el trabajo, Antonina sintió un mal presentimiento. Ese nudo en el estómago, esa inquietud que no te deja en paz.
Pidió permiso, alegando sentirse mal, y al llegar a casa antes de lo habitual, lo pilló in fraganti.
Dmitri estaba llevando a Bim hacia los garajes. Seguramente quería deshacerse de él para siempre. Eso fue lo que Antonina no pudo perdonar. Y presentó el divorcio.
¿Por un perro? gritó Dmitri, gesticulando. ¿Te has vuelto loca en la vejez?
Antonina ignoró sus palabras. No se consideraba vieja ni loca. Simplemente había entendido que no podía seguir viviendo con él.
Tenían un hijo adulto, que vivía en otra ciudad con su novia. Por alguna razón, él tomó partido por su padre:
Mamá, ¿estás bien de la cabeza? ¿Cómo puedes destruir una familia por un maldito perro?
No queda ninguna familia, hijo suspiro Antonina. No me divorcio por el perro, sino porque tu padre ha perdido su humanidad.
No es obligatorio amar a los animales, pero hacerles daño ¡Ninguna persona decente actuaría así!
Sus explicaciones no convencieron a su hijo. En señal de protesta, y quizá por solidaridad masculina, dejó de hablarle. Solo le dijo que ella era la desalmada, por dejar a su padre sin hogar.
La casa donde vivían era de Antonina antes del matrimonio, así que Dmitri no podía reclamar la mitad.
Su padre le había dejado una casa en el pueblo, pero como nunca iba, no sabía ni en qué estado estaba. A Antonina eso le daba igual.
Dmitri había tomado su decisión. Nadie lo obligó a volverse un ser cruel. Solo de pensar lo que habría hecho con el cachorro si ella no hubiera llegado a tiempo
Al final, se quedó con Bim. Lo cuidó, lo ayudó a recuperarse y a confiar en las personas de nuevo.
Al principio, pensó en darlo en adopción, pero al final decidió quedárselo.
Si te recogí, ahora soy responsable de ti le dijo al perrito.
¡Guau! respondió Bim, moviendo la cola. No quería separarse de ella.
Con el tiempo, cuando Bim creció, Antonina comenzó a visitar un refugio de animales en su tiempo libre. Para ayudar a aquellos que nadie quería. Como su exmarido.
La verdad es que estamos mal de dinero le dijo la directora del refugio con tristeza. No podemos pagar salarios.
Si sale algo, son solo unas pocas pesetas. No sé si te interesarán esas condiciones
No se preocupe respondió Antonina. No vengo por el dinero, sino por convicción.
Así que empezó a ir varias veces por semana con Bim.
Fue allí donde conoció a otro perro. O mejor dicho, fue Bim quien se lo presentó.
Antonina notó que el animal siempre estaba cerca de una jaula donde había un perro mayor.
Los trabajadores lo llamaban Gruñón. Por razones obvias. Siempe refunfuñaba cuando intentaban sacarlo a pasear.
Antonina lo había visto antes, pero esta vez lo observó con más atención y le dio mucha pena.
Antes solo veía a un perro viejo, pero ahora notó sus ojos tristes, llenos de desconfianza. Los mismos ojos que había tenido Bim al principio.
Entró en la jaula, se acercó a él, lo acarició y lo abrazó.
Quería ver aunque fuera un destello de alegría en sus ojos. Pero no lo había.
Empezó a pasar más tiempo con él y, con el tiempo, una trabajadora le contó su historia. Una historia de abandono.
Lo recogimos hace tres años. Vagaba por las calles, mirando a la gente. Buscaba a alguien. Resultó que buscaba a su dueño.
La gente dijo que su dueño lo ató a una farola y se fue. Nadie dio la alarma porque pensaron que volvería. Pero no lo hizo.
Lo desataron y desde entonces anduvo buscando a su dueño. Por eso está siempre tan triste.
¿Nadie de los que contaron la historia quiso quedárselo? preguntó Antonina.
No. Y nosotros solo lo recogimos porque quedaba un espacio libre. Pensamos en darle un hogar. Es un perro tranquilo, sin problemas de salud.
Un hombre se interesó, se lo llevó. Pero un mes después lo encontramos otra vez en la calle. Cuando llamamos al hombre, dijo que quería un perro normal, no un “vegetal”.
Tres años después, aún nadie lo ha adoptado. Los perros viejos nunca son los primeros en ser elegidos.
«¡No! pensó Antonina. Le encontraré un buen hogar».
Empezó a publicar fotos de Gruñón en todas partes.
¿El







