Mamá, no te cases con él

**Mamá, no te cases con él**

—Mamá, Diego me ha propuesto que vivamos juntos —comenzó con cuidado Lucía después de la cena.

—¿Y dónde viviríais? —preguntó su madre, dudando un instante.

—Él tiene su propio piso. Su padre se lo compró cuando empezó la universidad.

—¿No os estáis precipitando? Todavía queda un año para que acabéis la carrera. ¿Y si te quedas embarazada? —Apagó el grifo, se secó las manos con un trapo y miró a Lucía con seriedad.

—Entiendo que te preocupas. Me criaste sola y temes que repita tu error, que te quedes completamente sola… —Lucía no sabía si su madre estaba a favor o en contra.

—Eres lo suficientemente madura para responder por tus actos. No te preocupes por mí. Yo tengo a alguien.

—Me lo imaginaba. ¿Por qué nunca hablas de él? ¿Por qué no lo presentas? —preguntó Lucía, curiosidad en la voz.

—No lo sé. —Su madre bajó la mirada—. Tal vez tenía miedo. La cosa es que es más joven que yo. —Alzó los ojos, desafiante.

—¿Y qué? Ahora está de moda. ¿Entonces no te importa? —Lucía saltó de la silla y la abrazó.

Al principio, llamaba a su madre todos los días y pasaba por su casa por las tardes. Aunque todavía tenía llave, prefería tocar el timbre. Una vez, al abrir, se encontró con un hombre joven y atractivo. Una camiseta ajustada resaltaba sus marcados músculos.

—Ha llegado tu hija —dijo él, con una sonrisa blanca y deslumbrante.

—Sí, mi hija, no la tuya —respondió Lucía, seria, entrando sin más palabras.

Su madre cocinaba. Lucía notó que había cambiado: vestía pantalones deportivos y una camiseta ajustada, nada que ver con sus batas de antes.

—Álvaro, necesito hablar con Lucía —dijo su madre cuando él entró en la cocina.

—Entendido. Hablad, chicas —sonrió de nuevo, sus ojos oscuros brillando.

—Mamá, debe de tener quince años menos que tú. Sí, estás guapa, pero la diferencia se nota —susurró Lucía cuando él salió.

—¿Y qué? Tú misma dijiste que está de moda —respondió su madre, sonriendo.

Lucía no la reconocía. Siempre tan seria, ahora sonreía tontamente, con una mirada perdida. Y esa ropa juvenil…

—Por eso no me lo presentaste, ¿verdad? ¿Qué viene después? No me digas que piensas casarte con él —dijo, incrédula.

—¿Y si es así? ¿Te opones?

Lucía abrió la boca, pero su madre la interrumpió.

—Aún no lo hemos hablado. Nunca había sentido algo así. Es como si tuviera alas. ¡Soy feliz! —Sonrió, casi avergonzada—. ¿Y tú? ¿Todo bien con Diego?

—Sí, todo bien. Mamá, me voy, que Diego me estará buscando.

Lucía salió molesta. Se sentía fuera de lugar en casa de su madre.

—¿Qué pasa? —preguntó Diego al verla llegar.

—Mi madre se ha enamorado —contestó, quitándose el abrigo.

—¿Y? No es vieja. ¿O él es feo, un exconvicto? Si no es así, no entiendo el problema.

—Álvaro es casi de tu edad y parece un actor de Hollywood. Él la usa. No creo que la quiera —exclamó Lucía, indignada.

—El amor es ciego… ¿O tienes celos? Cuidado, que soy celoso. Lo reto a duelo y lo mato —bromeó Diego.

—Siempre con tus tonterías. No tengo celos, pero no entiendo qué quiere él con una mujer mayor.

—Quizá sí la quiere. O quizá busca quedarse con el piso —siguió bromeando.

—No tenemos dinero. Solo unas joyitas sin valor.

—Pero el piso vale.

—Mi madre dijo que ni siquiera hablaron de casarse. No llevan tanto tiempo.

—Bueno, si se casa con él, quizá la mate para quedarse con el piso. Y a ti también, que estás empadronada ahí —rió Diego.

—¡Basta! Mi madre no es tonta, sabe lo que hace.

—Pero no lo sabe. Tiene esa sonrisa tonta y viste como una adolescente.

—Para ti es tu madre, no la ves como mujer. Déjala ser feliz.

—Pero él la dejará. Y sufrirá.

—¿Te gustaría que ella te prohibiera estar conmigo? Ella te dejó vivir tu vida, haz lo mismo.

—Esperemos a que la destroce o la mate, ¿no? Fácil decirlo, no es tu madre.

—No tengo madre. Si la tuviera, no me metería en su vida.

—Perdona.

Tal vez Diego tenía razón. Quizás era amor de verdad.

Pasaron días sin hablar del tema, pero Lucía no podía relajarse. Decidió visitar a su madre y averiguar más sobre Álvaro. Buscó su perfil en redes: fotos en el gimnasio, fiestas, muchas chicas entre sus amigos.

Llamó al timbre. Su madre abrió, pero no parecía contenta de verla.

—¿No te alegras? —preguntó Lucía.

—No, es que esperaba a Álvaro. —Llevaba un suéter ajustado, como si tuviera frío.

—¿Estás enferma? Estás pálida.

—Tonterías. ¿Quieres cenar?

—No, pero tomaré un té.

—¿Dónde está Álvaro?

—Tiene entrenamiento nocturno. Es monitor en un gimnasio.

*”Claro”*, pensó Lucía.

Su madre estaba distraída, manipulando las perillas de la cocina sin razón.

—Mamá, ¿estás bien?

No respondió. Se sentó, mirando al vacío.

—Mamá.

—Es que… fui a su gimnasio. Hay chicas jóvenes. Él dijo que debería operarme el pecho, que está caído. Y la piel de la cara… —hablaba como en trance.

—¿Álvaro te dijo eso? Si critica tu físico, no te quiere. ¿Y si algo sale mal? ¡Hay casos terribles! Mamá, piénsalo.

—Basta. No me metas en tu vida, y no te metas en la mía. Lo amo. Quiero conservarlo. ¿Tú amas a Diego? ¿Si te pidiera operarte, lo harías?

—No es lo mismo. No quiero perderte. Eres hermosa. Prométeme que no te apresurarás.

—¿De qué habláis? —Entró Álvaro, sonriendo seductoramente.

Su madre se volvió hacia él, aduladora. A Lucía le dio la transpiración.

—Me voy —dijo, saliendo sin mirar atrás.

—La peste de amor es peor tarde que nunca. Déjala ser feliz —dijo Diego al oírlo.

—¿Y si se desgarra o muere?

—¿Qué podemos hacer? ¿Contratar a un sicario para matar a Álvaro? —bromeó.

—Siempre con tus chistes.

—Perdona.

Días después, su madre llamó: había firmado para la operación.

—¿Estás en casa?

—En el hospital. El cirujano dice que no hay riesgo.

Lucía esperó su llamada, pero al día siguiente, una enfermera contestó:

—Está durmiendo. Todo bien.

—¿Por qué no responde?

—Te dijeron que duerme.

—Vamos a su casa —exigió Lucía.

Álvaro tardó en abrir, en pijama.

—Dios, qué paciencia. Ojalá os deis prisa.

Lucía empujó la puerta. En la cama, una rubia desnuda sonrió.

—¿Te apuntas? —dijoLucía salió corriendo, con el corazón destrozado, y supo en ese momento que algunas mentiras solo las descubre el tiempo.

Rate article
MagistrUm
Mamá, no te cases con él