—Mamá, deja de sermonearme. Marcos y yo pensábamos tener un niño en unos tres años… ¡Tres como mínimo! Ahora tenemos mil proyectos, planes, viajes a Egipto… ¡Vamos, qué niño ni qué nada, mamá! —La voz de su hija sonó tan irritada que Catalina Martínez prefirió cortar la conversación.
Jóvenes, guapos, ambiciosos, con sueños de comerse el mundo. Y de repente… un embarazo inesperado.
—Hija mía, por favor, no hagas nada hasta que vayamos a Valdelinares… —pidió la madre en un susurro.
***
Desde que Adela tenía memoria, siempre celebraban el cumpleaños de su madre en Valdelinares, aunque a la chica no le hacía mucha gracia: una cena familiar en silencio, con velas, y a la mañana siguiente, visita al monasterio.
—Papá, ¿por qué siempre vamos a este pueblo por el cumple de mamá? ¡Es un aburrimiento!
—Sin Valdelinares no existirías tú, ni tu madre… ni quizás yo. ¿Entiendes? —Entiendo —refunfuñó la chica, aunque no entendía nada en absoluto.
Este año, su padre faltó. Un infarto. Al ver a su madre encerrada, llorando día tras día, Adela fue quien propuso:
—Mamá, vamos a Valdelinares este fin de semana.
—Cariño, pensé que odiabas ese sitio.
—Te quiero, mamá… Pero vamos solo nosotras, que a Marcos no le dan permiso en el trabajo.
***
El calor asfixiante cesó, y algo mágico flotaba en el aire. Catalina salió al porche, respirando el aroma embriagador de hierba recién cortada y fresas silvestres.
—Qué pena que Emilio no pueda ver esto…
—Mamá, ¿te acuerdas cuando papá y yo te hicimos ese pastel de cumpleaños? ¡Había harina por todas partes! En la cocina, en el porche, hasta en la bañera… Y tú solo te reíste y dijiste que parecía un cuento de invierno —Adela sonrió y arropó a su madre con una manta.
—Hija, necesito hablar de tu embarazo.
—¿Matarlo o dejarlo vivir? —Adela suspiró y puso los ojos en blanco—. Mamá, no empieces, Marcos y yo ya lo tenemos decidido. ¡Nosotros elegimos libertad!
—Escúchame, por favor… —Catalina sintió un nudo en la garganta y la vista nublada—. Sabes que eres hija tardía. Los médicos me prohibieron tener hijos. Iba a morir en el parto, sin remedio.
—Madre mía… —Adela abrazó fuerte a su madre, notando cómo temblaba.
—Déjame continuar… Cuando Emilio supo, se desesperó. Hasta volvió a fumar. Quería hijos, pero me amaba más que a su vida. Dijo que sin mí no podía seguir. Por entonces, mi amiga Natalia nos invitó a Valdelinares. Iba a despedirme de todos… y preparar a tu padre.
—¿Te sacrificaste por mí? —La voz de Adela se quebró, conteniendo el llanto.
—Tomé la decisión enseguida: tú vivirías en mi lugar. Pero no sabía cómo decírselo a Emilio. Empecé a ir al monasterio, a pedirle consejo a la Virgen del Pilar.
Un día, al volver, vi que el granero de los vecinos ardía. Entré y vi a la perra de la familia: salió, dejó un cachorro en el suelo, volvió corriendo al fuego. Las vigas empezaron a caer. La perra apareció con otro cachorro entre los dientes, quemada, los ojos llenos de ampollas… Olfateó a los que había salvado. Al darse cuenta de que faltaba uno, entró otra vez.
Cinco minutos después, arrastrándose, soltó al tercero a mis pies. Me lamó la mejilla mojada, probó esa lágrima salada… y se quedó quieta.
Emilio llegó corriendo, yo lloraba como una magdalena, abrazando a los cachorros. No preguntó más. Solo tuvo los ojos rojos hasta que naciste.
Viniste al mundo a tu tiempo, sana. Los médicos se cruzaron de brazos: “Aún hay milagros”. —Los ojos de Catalina brillaron, y su rostro se serenó.
—Mamá… ¿por qué nunca me habías contado esto?
—No lo sé… Quizás no era el momento.
***
Un año después, Adela y Marcos le regalarían a Catalina una casita en Valdelinares. Su hija estaría en el porche, abrazando a su pequeño hijo.
—Mamá, este es nuestro mejor proyecto, nuestra felicidad. Me da miedo imaginar que pude perder lo más valioso por una libertad que nunca fue real.
Catalina sonrió, como si hablara con alguien invisible, y murmuró:
—No hemos vivido en vano…