Le decía a mi madre que estaba estudiando, pero en realidad trabajaba para pagar sus quimioterapias.
Cada madrugada, me levantaba a las cinco para llegar a mi primer trabajo. Mientras me preparaba en silencio, escuchaba a mamá toser en la habitación de al lado. Era una tos que me partía el corazón, cada vez más débil.
¿Ya te vas, cariño? me preguntaba desde la cama cuando me asomaba para despedirme.
Sí, mamá. Tengo clase temprano en la universidad mentía con una sonrisa tensa. La beca cubre todo, ¿te acuerdas? No te preocupes por nada.
Sus ojos brillaban cada vez que hablaba de mis “estudios”. Era lo único que le daba paz en medio de tanto sufrimiento.
Qué orgullosa estoy de ti, Lucía. Mi hija será médico susurraba, y yo tragaba saliva para contener las lágrimas.
La verdad era que nunca había pisado una universidad. Esa “beca” era puro invento. Trabajaba de seis de la mañana a dos de la tarde en una cafetería, y de cuatro a once de la noche limpiando oficinas. Todo para pagar las quimioterapias que el seguro no cubría del todo.
Una mañana de martes, mientras servía café en el hospital donde trataban a mamá, el doctor Martínez se acercó.
¿Lucía? Eres la hija de doña Carmen, ¿no?
Se me heló el cuerpo. Sí, doctor. ¿Pasa algo? ¿Está bien mi madre?
Está estable, tranquila sonrió. Pero necesito hablar contigo. ¿Tienes un momento?
Las piernas me temblaban. ¿Es por los pagos? Juro que esta semana pongo al día lo que falta
No es eso me interrumpió con calma. Tu madre me ha dicho que estudias medicina con una beca completa.
Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Doctor, puedo explicarlo
Lucía, llevo quince años en este hospital. Conozco a todos los becarios de medicina de Madrid me miró con comprensión. Y te he visto trabajando aquí durante meses, siempre corriendo de un lado a otro.
Las lágrimas me rodaban por la cara. Por favor, no se lo diga a mamá. Es lo único que la mantiene con fuerzas. Si se entera de que dejé los estudios por ella
No se lo diré me tranquilizó. Pero quiero ayudarte. Tengo contactos en la universidad. Podemos convertir esa mentira en realidad.
No lo podía creer. Doctor, no tengo dinero para
La matrícula está pagada. Las tasas también. Solo tienes que presentarte mañana a las ocho en la facultad de medicina. He hablado con el decano, es un viejo amigo.
Me quedé sin voz, llorando como una cría.
¿Por qué hace esto por mí? logré preguntar entre sollozos.
Porque he visto cómo cuidas a tu madre. Porque trabajas dieciocho horas al día sin quejarte. Y porque alguien así merece cumplir sus sueños me apoyó una mano en el hombro. Además, hacen falta médicos como tú.
Esa noche llegué a casa con el corazón lleno de esperanza. Mamá estaba despierta, esperándome como siempre.
¿Qué tal la universidad hoy, hija?
Por primera vez en meses, mi sonrisa fue de verdad. Genial, mamá. Mañana empiezo asignaturas nuevas. Va a ser un año increíble.
Te notas distinta, Lucía. Más radiante.
Es que por fin siento que todo va a salir bien, mamá. Todo va a salir bien.
Mientras la arropaba, entendí que a veces las mentiras más duras pueden convertirse en las verdades más bonitas. Y que hay ángeles vestidos de médicos que aparecen justo cuando más los necesitas.