Madres en la Travesía

—Buenos días, mamás. ¿Cómo están todas? —Entró en la habitación de maternidad una guapísima doctora con su impecable bata blanca y su cofia almidonada. Parecía sacada de una revista médica con ese aire de elegancia profesional.

Se acercó a la primera cama, donde una joven madre yacía de espaldas, mirando la pared como si quisiera esconderse.

—Martínez, no finja que duerme. Dele la vuelta, necesito revisar su abdomen —pidió la doctora con esa mezcla de firmeza y dulzura que solo ellas dominan.

Martínez, con cara de pocos amigos, se dio la vuelta. La doctora le levantó la camisota del hospital, le palpó la barriga con cuidado y, satisfecha, la cubrió de nuevo.

—Todo en orden. Enseguida le traerán a su bebé para alimentarlo. ¿Lista? —preguntó, enderezándose.

La joven madre abrió los ojos como platos.

—No quiero que me lo traigan —dijo con voz temblorosa.

—¿Cómo que no? ¿Qué tontería es esa?

—Por favor, no me lo traiga —suplicó Martínez, mirando a la doctora con ojos suplicantes.

—A ver, Martínez, explícame. ¿No quieres ver a tu hijo? ¿Estás pensando en dejarlo? —La doctora la miró con severidad.

La chica asintió. La doctora suspiró, claramente contrariada.

—Bueno, terminaré la ronda y hablaremos tranquilamente. Tómate este tiempo para reflexionar. —Se giró y se acercó a la otra cama, donde Lucía esperaba con una sonrisa nerviosa.

—Y tú, ¿qué tal todo? —La doctora examinó a Lucía con rapidez—. Perfecto. ¿Segundo parto, no? ¿Quieres que te traigan al bebé?

—Sí, claro —respondió Lucía al instante.

La doctora la miró un momento, como si quisiera añadir algo. Lanzó otra mirada a Martínez, que volvía a estar de espaldas, suspiró y salió de la habitación.

En cuanto la puerta se cerró, Lucía se incorporó y se sentó al borde de la cama.

—Oye, ¿cómo te llamas? —Esperó, pero la otra no respondió—. Parimos casi a la misma hora, tú un poco antes. Perdona que me meta, pero… ¿por qué no quieres ver a tu hijo?

Silencio.

—Mi niño ya tiene cinco años… —Lucía hizo una pausa y, de pronto, soltó—: ¿Fue el padre? ¿Te dejó? ¿Era tarde para abortar? ¿Crees que no podrás criarlo sola? Dicen que si Dios te da un hijo, también te da el pan. Ya verás. —Había dirigido sus palabras a aquella espalda inmóvil y tensa.

—Si lo dejas aquí, se irá a un centro de acogida. Nunca conocerá tu olor, tu calor. Lo cuidarán mujeres que no son tú. Pensará que una de ellas es su madre. Las mirará con esos ojitos esperando que sea así. Pero ellas irán y vendrán, porque tienen sus propios hijos. Y él llorará, llamándote.

Luego lo llevarán a un orfanato. Pasará la vida buscándote. ¿Crees que lo olvidarás? ¿Que podrás borrarlo de tu vida? Con el tiempo, te arrepentirás. Y si alguien lo adopta… otra mujer será su madre.

—¡Dejen de meterse en lo que no les importa! ¡No saben nada de mí! —La voz de Martínez sonó ahogada por las lágrimas.

—Tienes razón, no sé nada —admitió Lucía—. Pero nadie abandona a un hijo así como así, menos después de parirlo, de sufrir por él, de escuchar su primer llanto. Y mira, mejor que ese hombre te haya dejado ahora. Si no te quiso a ti, menos querrá al niño. Además, ¿sabes? A veces, aunque tengas marido, acabas siendo madre soltera igual.

Mi ex y yo nos casamos en tercero de carrera. Hice los exámenes finales con una tripa enorme. Tanta era la ansiedad que el niño nació antes de tiempo. Creí que mi marido estaría contento; los hombres quieren hijos varones, ¿no? Pues el muy granuja ni se inmutó. Y yo, la verdad, era un desastre como madre.

Cuando salí del hospital, esperaba encontrar una cuna nueva, un carrito, ropita bonita… Pero mi suegra trajo una cuna usada de su otra nieta, y la ropa también era de segunda mano. El carrito lo pidió prestado, medio destartalado. “No hay dinero”, decía él.

Me partía el alma ver a mi niño con ropa de niña, toda rositas y lazos. No éramos pobres, pero parecíamos pedigüeños. Incluso después, cuando mi ex empezó a ganar bien, seguía trayendo ropa de sus sobrinos. Mis padres ayudaban, pero los bebés crecen rápido y necesitan de todo.

Cada que me quejaba, él soltaba: “Cuando trabajes, lo vistes como quieras”. Como si el niño fuera solo mío. No paraba de reprocharme que no aportara dinero. Y yo, como una loca, limpiando, cocinando, cuidando al pequeño… Si lloraba, lo dejaba todo y corría. ¿Con qué tiempo iba a trabajar?

Encima, engordé. Ni un vestido me entraba, y mi ex ni se molestaba en disimular su desprecio. Cuando por fin conseguí trabajo, tuve que meter al niño en la guardería con dos añitos. El corazón me sangraba, pero ¿qué más podía hacer?

Y justo entonces, mi ex pidió un crédito para comprarse un coche carísimo. Allí seguíamos nosotros, con ropa remendada, mientras él paseaba su nuevo juguete. Las otras madres del parque presumían de anillos de diamantes o abrigos de piel… Y yo ni un vestido decente tenía.

Hasta que un día pillé a mi ex con otra. “Mira cómo estás”, me dijo, señalando mi cuerpo. Agarré a mi hijo y me fui a casa de mis padres. Él intentó volver, pero fue más por compromiso que por amor. A la semana, ya tenía a la otra viviendo en nuestro piso.

Cuando nos divorciamos, me rogó que no pidiera la pensión. “Te daré más”, decía. Menos mal que no le creí.

Después conocí a Javier. Me llevaba al médico con el niño, me ayudaba… Al principio desconfiaba, ya sabes: “Gato escaldado…”. Pero al fin nos casamos. Quería tener un hijo conmigo —en su primer matrimonio, su ex no quiso—.

Cuando mi ex se enteró de que esperábamos, vino de golpe a pedir la custodia compartida. “Que esté dos semanas conmigo”, decía. Su madre también llamaba, echando de menos al niño.

Por desgracia, tuve que guardar reposo, así que dejé a Lucas con ellos un tiempo. Cada día hablaba con él por teléfono: “¡Mamá, hoy fui al teatro! ¡Tengo juguetes nuevos!”. Pensé que todo iba bien… hasta que mi ex lo trajo de vuelta.

Resulta que mantener a un niño le salía caro. Ropa, juguetes, actividades… Y eso que él tenía hipoteca y el coche nuevo que pagar. ¡Vaya sorpresa!

Eso sí, cuando vi a Lucas, no lo solté en horas. Javier también estaba feliz de tener a la familia completa. El niño me contó que su padre casi no iba a verlo, que solo estaba su abuela…

En fin. Casada, pero como si fuera madre soltera. Mejor solo que mal acompañado, ¿no?

El primer matrimonio suele ser un error. Nos creemos enamoradas, pero hay que buscar un buen padre, no un príncipe azul. Por suerte, en el segundo intento acerté. Tú eres joven y guapa. Todo irá bien, ya verás.

Tengo un montón de ropa de bebé que ya noY así, entre pañales, risas y algún que otro llanto, ambas descubrieron que la maternidad, aunque difícil, era el viaje más hermoso que pudieron emprender.

Rate article
MagistrUm
Madres en la Travesía