Madre rechaza al yerno: “Que vengas solo tú y mi nieta

Toda mujer sueña alguna vez con encontrar un hombre digno, formar una familia fuerte, tener hijos y ser realmente feliz. Pero, como se dice, los cuentos de hadas no les pasan a todas. Y cuanto más amas, más duele la caída.

Elena estaba segura de haber encontrado a su destino. En el instituto conoció a Hugo, un chico alto, llamativo, con una sonrisa de galán de película. Le volvió la cabeza al primer vistazo. Amistad, paseos bajo la luna, confesiones… A los pocos años ya eran pareja.

Su madre, Carmen Alejandra, nunca simpatizó con Hugo. Veía en él algo vago, sin rumbo. Pero Elena estaba ciega: para ella, él lo era todo. En la universidad, ella entró con buenas notas, mientras que Hugo, a duras penas, entró en un ciclo formativo. Los estudios se le atragantaron y pronto los dejó del todo.

—Mamá, ¡no lo entiendes! ¡Es amor verdadero! —insistía Elena, sin querer oír ni una crítica.

Cuando Hugo consiguió trabajo como dependiente en una tienda de electrónica, lo consideró el culmen del éxito. Claro, el sueldo apenas daba para cervezas y bolsas de patatas, pero a él le bastaba. A Carmen Alejandra, en cambio, no. Intentó hacer entrar en razón a su hija, pero fue inútil.

Los enamorados celebraron una boda modesta. Tuvieron que mudarse a una habitación en un piso compartido de unos amigos de Hugo, en un viejo edificio de Sevilla, donde las paredes eran finas y los vecinos, cotillas. Pero a Elena no le importaba; lo importante era estar con su amor. Hugo trabajaba sin ganas, y ante cualquier petición de ayuda, se encogía de hombros. Elena empezó a pedirle dinero a su madre. Carmen Alejandra no se negaba: ayudaba como podía, con comida, ropa, incluso sus ahorros.

Cada visita del yerno le provocaba una tormenta interior. Le parecía ajeno, fuera de lugar, débil. Para ella, no era un hombre.

Cuando la situación empeoró, Elena pidió mudarse con su madre un par de meses, para ahorrar y alquilar algo mejor. Carmen Alejandra aceptó a regañadientes, pero pronto se arrepintió: Hugo pasaba el día tumbado en el sofá, mientras su hija cargaba con todo. Ella intentaba estudiar, trabajaba a distancia— agotada, pero defendiendo a su marido con obstinación.

—Es que está cansado… —justificaba.

A los tres meses, Hugo no aguantó la presión y convenció a Elena de volver al piso compartido. Allí, aunque apretado, al menos no había sermones. Carmen Alejandra respiró aliviada, aunque con un temor: que su hija no se quedara embarazada.

Pero el destino, como suele pasar, jugó su mala pasada. Hugo perdió el trabajo. Elena, en cambio, recibió un ascenso y empezó a ganar bien. Y pronto se supo: esperaban un bebé.

Carmen Alejandra se alegró al saber que sería abuela, pero la felicidad duró poco. Seguía sin aceptar a su yerno, y no quería verlo cerca. Así que cuando Elena, harta de la habitación estrecha, pidió volver a casa de su madre, esta puso una condición:

—Solo tú y la niña. Hugo no pasa ni el umbral.

—¡Mamá, es el padre de mi hija! —estalló Elena.
—¿Y tú pensaste en eso cuando te casaste con él? —replicó fría Carmen Alejandra—. Que primero se haga hombre.

Elena se debatía. Por un lado, el cansancio, el recién nacido, la falta de comodidad. Por otro, el orgullo y el resentimiento. Volvió con Hugo a aquel cuartucho, esperando que su madre cambiara de opinión. Pero Carmen Alejandra no cedió.

Para ella, Hugo era un extraño, no el hombre que deseaba para su hija y su nieta. Pero, ¿qué se le iba a hacer? Los hijos eligen con el corazón, no con la cabeza. El corazón de madre sufría, pero su decisión seguía firme.

El tiempo dirá quién tenía razón. Por ahora, dos mujeres—madre e hija—aprenden a quererse desde la distancia, aceptando una elección que quizá no encaje con sus sueños.

¿Y tú? ¿Crees que Carmen Alejandra actuó bien? ¿O debería haber aceptado a su yerno por el bien de su hija y su nieta?

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