— Mamá, ¿qué has hecho? — la hija casi gritaba por el teléfono. — ¿¡Qué perro de refugio?! Encima viejo y enfermo. ¡Estás loca! ¿No podías haberte dedicado a bailar?
Nonna estaba de pie junto a la ventana. Observaba cómo la niebla blanca envolvía lentamente la ciudad. Los copos de nieve danzaban en el aire, posándose en los tejados, en las ramas de los árboles y rompiéndose bajo los pies de los paseantes tardíos. Últimamente, estar junto a la ventana se había convertido en costumbre.
Antes esperaba a su marido, que llegaba tarde del trabajo, cansado, con la voz ronca. En la cocina había una luz suave, la cena en la mesa, y charlas con una taza de té…
Poco a poco, los temas de conversación se agotaron, y él comenzó a llegar aún más tarde. Esquivaba su mirada, respondía con frases breves a las preguntas de su esposa. Hasta que un día…
— Nonna, hace tiempo que quiero decirte… conocí a otra mujer. Nos amamos, y voy a pedir el divorcio.
— ¿Qué? Divorcio… ¿y yo, Alex, qué será de mí? — Nonna sintió un dolor agudo bajo el omóplato.
— Nonna, somos adultos. Los niños han crecido, tienen sus propias vidas. Llevamos juntos casi treinta años. Pero aún somos jóvenes. Mira, ambos apenas pasamos de los cincuenta. Quiero algo nuevo, fresco.
— Entonces soy vieja y olvidada. Un recuerdo pasado de moda, — susurró confundida.
— No exageres. No eres vieja… Pero entiende, con ella me siento como de treinta. Perdóname, quiero ser feliz, — él le dio un beso en la cabeza y se fue al baño.
Se deshacía de su antiguo matrimonio tarareando canciones alegres, mientras sobre los hombros de Nonna caía una tristeza inmensa… Traición. ¿Qué puede ser más amargo?
Nonna no se dio cuenta de cómo pasó el tiempo – el divorcio, Alex se mudó con su nueva pareja. Y en su vida los días se volvieron grises.
Se había acostumbrado a vivir para sus hijos, para su esposo. Sus problemas eran sus problemas, sus enfermedades – sus enfermedades, sus alegrías y éxitos – sus éxitos. ¿Y ahora?
Prestando atención al pequeño espejo de su abuela, veía en él un ojo triste, una lágrima perdida entre sus arrugas recién aparecidas, un cabello canoso en la sien.
Temía mirarse en el espejo grande.
— Mamá, necesitas encontrar algo para hacer, — la apresurada voz de su hija indicaba que se iba a algún lado.
— ¿Qué, hija? — su voz apagada se perdía por el cable del teléfono.
— No sé. Libros, bailes «De más de…», exposiciones.
— Sí, sí, más de … Ya tengo más de… — Nonna no podía reunir sus fuerzas.
— Ay, mamá, perdona, no tengo tiempo.
Sorprendentemente, su hijo Álex mostró más comprensión ante la tristeza de su madre:
— Mamá, de verdad lamento lo que pasó. Sabes, Irina y yo queremos visitarte, tal vez para Año Nuevo. Así nos conocemos. Te hará feliz estar con nosotros.
Nonna amaba a sus hijos, pero siempre le sorprendía cuán diferentes eran…
*****
Una noche, navegando por las redes sociales, Nonna se encontró con un anuncio:
«Día de puertas abiertas en el refugio de perros.
Vengan, traigan a sus hijos, familiares y amigos.
¡Nuestros peludos estarán encantados de conocer a cada nuevo visitante!
Les esperamos en la dirección…»
Había una mención de que si alguien quería ayudar al refugio, había una lista de lo necesario.
Nonna lo leyó una vez, luego otra.
— Mantas, sábanas, ropa de cama vieja, toallas. Justamente tengo que reorganizar todo eso. Creo que tengo cosas para darles, — pensó Nonna por la noche.
De pie junto a la ventana, repasaba la lista mentalmente, pensando en lo que podría comprar con su sueldo no muy alto.
Diez días después, estaba en la puerta del refugio. Llegó con regalos. El taxista ayudó a descargar las interminables bolsas pesadas con mantas y trapos. Sacó una alfombra gastada enrollada y un paquete con tapetes.
Los voluntarios del refugio ayudaban a los visitantes a llevar bultos de ropa, sacos de pienso, y bolsas con regalos para los perros.
Más tarde, los visitantes fueron divididos en grupos. Los voluntarios les guiaron por los corredores de las jaulas, contando la historia de cada habitante de esas tristes celdas…
Nonna volvió a casa cansada. No sentía los pies.
— Bien, ducha, cena, sofá. Pensaré en todo después, — se dijo a sí misma.
Pero no pudo pensar “después”. Las imágenes seguían girando en su cabeza – personas, jaulas, perros.
Y sus ojos…
Esos ojos los había visto en su pequeño espejo. Ojos llenos de tristeza y falta de fe en la felicidad.
Particularmente le impactó una perrita, vieja y canosa. Muy triste. Yacía tranquila en una esquina y no reaccionaba a nadie.
— Es Lady. Un Chin japonés. Su dueña la dejó en una edad muy avanzada. Lady también es anciana, ya tiene doce años. Dicen que con buenos cuidados pueden vivir hasta quince. Pero Lady es vieja, enferma y triste. Desgraciadamente, nadie se las lleva a casa, — el voluntario suspiró y llevó a los visitantes más lejos.
Nonna se detuvo junto a Lady. Ella no reaccionaba. Recostada en una vieja mantita, parecía un perrito de peluche, como un juguete viejo y sucio…
Toda la semana en el trabajo, Nonna recordaba a la perrita triste. De repente, sintió fuerzas y mostró actividad en el trabajo.
— Lady es mi reflejo. Solo que yo aún no estoy tan vieja. Pero estoy sola. Mis hijos se han ido, mi esposo pasó por encima de mí como si yo fuera un trapo en el asfalto. ¡Pero yo no soy un trapo! No, no lo soy.
Nonna salió de la oficina y marcó el número del refugio.
— ¡Hola! Fui a su día de puertas abiertas. Me contaste mucho sobre Lady, la perrita vieja. ¿Recuerdas? — preguntó ella con esperanza.
— Sí, sí, claro que recuerdo. Fuiste la única que se detuvo junto a su jaula.
— Por favor, ¿puedo visitarla?
— ¿Lady? ¡Increíble! Claro, ven cuando quieras, este fin de semana estaría bien, — el voluntario fijó la cita y colgó.
Esa noche, Nonna volvió a mirar por la ventana. Pero esta vez no lamentaba su vida pasada. Observaba cómo en el patio un hombre paseaba con un gran perro.
El perro corría en círculos por el patio desierto, persiguiendo una pelota, trayéndosela a su dueño una y otra vez. Y este acariciaba con cariño la cabeza del perro.
Se acercaba el fin de semana.
— ¡Hola, Lady! — Nonna se agachó junto a la perrita. Pero esta no se movió.
Nonna se sentó en el suelo. Ella llevaba jeans viejos que había traído para cambiarse en el refugio.
Sin acercarse demasiado, Nonna empezó a hablar…
Le habló de sí misma, de sus hijos. De que estaba sola en un apartamento de tres habitaciones que ahora no tenía con quién compartir.
Así pasó una hora. Nonna se acercó un poco más a la manta donde yacía Lady. Lentamente le acercó la mano. La tocó en la cabeza. La acarició suavemente.
La perrita suspiró.
Animada, Nonna comenzó a acariciarla con movimientos lentos y medidos. Lady, tras pensarlo, empezó a acercar su cabeza a la mano. Así se creó un vínculo.
Al irse, Nonna sintió la mirada atenta de unos ojos marrones. La perrita la miraba como si quisiera entender si ese encuentro fue algo único o…?
— Espérame, vuelvo enseguida, — susurró a la perrita, cerró la jaula y corrió hacia el voluntario.
— Entonces, ¿hablasteis? — la joven sonrió a Nonna.
— Yo… quiero llevármela… — Nonna estaba tan emocionada que casi se queda sin respiración.
— ¿Tan pronto?
— Sí, respondió. Dices que estas viejitas casi no tienen oportunidades. Quiero darle esta oportunidad.
— Nonna, quiero advertirte. Lady está enferma, necesitará cuidados si quieres alargar su vida. Eso requiere tiempo, esfuerzo y dinero.
— Lo sé. Crié a dos hijos maravillosos. Creo que puedo hacerlo. Démosle esa oportunidad, — Nonna fue contundente.
— Está bien. Prepararé el contrato. También – vigilamos la suerte de nuestros animales. Entiendes, hay gente de todo tipo…
— Claro. Lo que digáis. Fotos, videollamadas, de todas las visitas al veterinario os informaré.
Un par de horas después, Nonna entró en casa con la perrita envuelta en una toalla. La dejó en el suelo.
— Bueno, Lady. Este es tu nuevo hogar. Aprendamos juntas cómo vivir ahora.
Nonna tomó unos días de vacaciones y se dedicó completamente a la perrita. Veterinarios, chequeos, peluquería, corte de uñas, eliminación de dientes enfermos…
Lady resultó ser muy educada. Nonna le puso empapadores para que cuando lo necesitara, pudiera hacer sus necesidades.
Salía a la calle muy temprano en la mañana y tarde por la noche, reduciendo al máximo los encuentros con vecinos. Quería que Lady se acostumbrara a su nuevo entorno y que nada la asustara.
*****
— Mamá, ¿qué has hecho? ¿Estás bien? — la hija casi gritaba al teléfono.
— Estoy bien. Gracias por preocuparte.
— ¡Mamá, qué demonios, un perro de refugio!? Encima viejo y enfermo. ¡Estás loca! ¿No podías haberte dedicado a bailar?
— Hija, tu madre es una mujer joven. Tengo solo cincuenta y tres años. Soy sana, guapa, independiente. ¡Y no te enseñé eso! — replicó Nonna.
— Pero, mamá…
— Nada de “pero”… Tú tienes tu vida, tu hermano Álex está lejos también. Tu padre… bueno, él me cambió por una casi colegiala. Sea amable, aprende a respetar y aceptar mis decisiones.
Nonna apagó el teléfono, suspiró y fue a la cocina. Quería un café.
— ¡Mamá, vaya que sorprendes! ¡No se me habría ocurrido! Lo del perro del refugio es digno de respeto. ¿Tendrás paciencia? — su hijo la apoyó, aunque no dejaba de sorprenderse.
— Álex, he criado a ustedes dos, ¿no? Me las arreglé de alguna manera, — se rió Nonna. — Lo haré. En el refugio prometieron ayudar si hacía falta.
Nonna no les había contado ni a su hijo ni a su hija que durante las caminatas nocturnas con Lady había conocido a aquel hombre que paseaba con el gran perro.
Que se llamaba Damián. Estaba divorciado, su esposa se había marchado a una nueva vida en un nuevo país con un nuevo marido. Y él había conseguido un perro…
¿Y adivina de dónde?
Sí, sí, Damián había encontrado a su Abrek en un refugio. Lo habían recogido de la calle. Un perro sano de pura raza que corría descontrolado por la ciudad cuando lo atraparon.
La búsqueda de sus antiguos dueños, a pesar de la marca que tenía, no tuvo éxito. Y Damián salió adelante con Abrek, adaptándose a las nuevas circunstancias…
*****
— Mamá, vamos a verte, ¿podemos? Quiero presentarte a Irina cuanto antes. Es genial. Tan divertida como tú.
Nonna se reía de las palabras de su hijo.
— Venid, hijo. Os esperamos.
El día treinta y uno, cuando sonó el timbre, se alertaron dos perros – Damián había venido con Abrek a visitar a Nonna y Lady.
Al ver al grupo, el hijo se alegró:
— Mamá, no esperaré a medianoche, te lo diré de una vez. Esta es Irina. La amo y pronto serás abuela.
Y además, queremos adoptar un perro del refugio. Pero para empezar, uno pequeño, ya que pronto llegará el bebé…
Esa noche no había ventanas tristes en la ciudad – felicitaciones, música, risas llenaron la ciudad y el mundo de alegría.
Incluso en los refugios, los perros y gatos que aún no habían encontrado su familia sentían una esperanza especial – la esperanza de ser felices.
¡Que todos seamos felices!
Y a ustedes, mis queridos amigos, un gran saludo y felicitaciones de parte de mi maravilloso perro Phil. Espero que ya no recuerde cómo fue su vida en el refugio.
Pues ahora disfruta de su felicidad y está lleno de nuestro amor.
¡Les deseo felicidad!