Los vecinos llevaban semanas escuchando ruidos extraños en la casa de un anciano, y cuando forzaron la puerta y entraron en el piso, quedaron horrorizados por lo que vieron

**Diario de un vecino**
Durante semanas, los vecinos escucharon ruidos extraños provenientes de la casa de un anciano. Cuando derribaron la puerta y entraron en el piso, se quedaron horrorizados por lo que vieron.
En una calle tranquila, donde todos se conocían por su nombre, solo un hombre mayor llamado Víctor Fernández destacaba. Casi no hablaba con nadie, rara vez salía de su piso y nadie sabía exactamente qué hacía o cómo se ganaba la vida.
Pero algo sabían con certeza: de su casa salían ruidos inquietantes. A veces, un gruñido sordo, como si alguien arañara las paredes. Otras, un chillido que parecía humano, pero no del todo. Las noches eran lo peor: gemidos, ladridos agotadores que se repetían día tras día. A veces, parecía que alguien luchaba histéricamente dentro.
Al principio, los vecinos lo soportaron. Luego, empezaron a llamar a su puerta, a pedir silencio. Uno incluso dejó una nota: *”Por favor, solucione el ruido. No podemos dormir.”* Pero la respuesta fue el silencio. Víctor no siempre abría, y si salía, solo asentía, murmuraba algo incomprensible y desaparecía tras su puerta.
Con el tiempo, la preocupación creció. Algunos pensaban que se estaba volviendo loco. Otros creían que había más gente viviendo allí. Incluso se habló de actividades ilegales. Pero nadie conocía la verdad.
Hasta que un día, todo cambió.
Durante casi una semana, nadie vio al anciano. Su puerta seguía cerrada, las ventanas con las cortinas corridas, como siempre. Pero los ruidos no cesaron. Al contrario, se intensificaron. Por las noches, se oían gritos desesperados, rechinar de dientes, arañazos en el suelo. Como si algo intentara escapar.
Al séptimo día, los vecinos no aguantaron más. Dos hombres subieron a su planta y golpearon la puerta con insistencia. Nadie respondió. Llamaron a la policía, que finalmente forzó la cerradura.
Al entrar, la sangre se heló en sus venas. En el piso, impregnado de un olor rancio, encontraron a Víctor muerto en la cama. Según el forense, llevaba una semana así. Pero eso no era lo peor.
En la casa había casi veinte perros: flacos, exhaustos, algunos al borde de la muerte. Deambulaban por las habitaciones, algunos acurrucados junto al cadáver sin abandonarlo. El suelo estaba marcado por arañazos, excrementos y muebles destrozados.
Resultó que el viejo recogía perros abandonados. Los escondía, los alimentaba, dormía con ellos. Eran sus únicos amigos. No se lo contó a nadie por miedo a que se los quitaran. Durante siete días, esos animales estuvieron encerrados sin comida ni agua.
Los vecinos recordaron este suceso con voz temblorosa. Y la casa quedó vacía después, como si se negara a olvidar su terrible secreto.
**Lección aprendida:** A veces, la soledad nos lleva a guardar silencio sobre lo que más nos importa, incluso cuando pedir ayuda habría salvado vidas. La compasión no debe esconderse tras puertas cerradas.

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MagistrUm
Los vecinos llevaban semanas escuchando ruidos extraños en la casa de un anciano, y cuando forzaron la puerta y entraron en el piso, quedaron horrorizados por lo que vieron