Los Primeros Días de la Primavera

**Principios de primavera**

La pequeña Lucía, una niña de cuatro años, observaba al “recién llegado” que apareció en su barrio hacía poco. Era un jubilado de pelo cano sentado en un banco, con un bastón en la mano que apoyaba con elegancia, como si fuera un mago de cuento.

Abuelo, ¿es usted un mago? preguntó la niña con curiosidad.

Al recibir una negativa, su carita mostró decepción.

Entonces, ¿para qué necesita el bastón? insistió Lucía.

Me ayuda a caminar mejor, pequeña respondió el hombre, presentándose como Antonio García. A veces las piernas no obedecen como antes.

¿O sea que es muy viejo? siguió la niña, sin filtro.

Para ti, quizá. Pero para mí, aún no tanto. Hace poco me rompí una pierna al caerme, y ahora necesito este apoyo.

En ese momento, apareció la abuela de Lucía, Isabel Martínez, que la tomó de la mano para ir al parque. Saludó con una sonrisa al nuevo vecino, pero la verdadera amistad surgió entre Antonio y la niña. Cada día, antes de salir con su abuela, Lucía llegaba antes al patio para contarle todas las novedades: el clima, lo que Isabel había cocinado o cómo estaba su amiga del colegio.

Antonio siempre la obsequiaba con un buen trozo de turrón. Pero le llamó la atención que, tras agradecer, la niña partía el dulce en dos: una mitad para ella y la otra, envuelta con cuidado, la guardaba en el bolsillo de su chaquetita.

¿No te gustó? preguntó Antonio, intrigado.

¡Está riquísimo! Pero quiero compartirlo con la abuela respondió Lucía.

Conmovido, la siguiente vez le dio dos porciones. Sin embargo, la niña volvió a guardar una mitad.

¿Ahora para quién la guardas? preguntó Antonio, sorprendido por su generosidad.

Para mis padres. Aunque ellos pueden comprarse su propio turrón, les encanta que les regalen algo explicó la pequeña.

Veo que tienes una familia muy unida comentó el anciano. Eres afortunada, Lucía. Y tienes un gran corazón.

Mi abuela también, porque ella quiere a todo el mundo empezó a decir la niña, pero Isabel ya salía del portal y la llamaba.

Antonio, muchas gracias por los dulces, pero Lucía y yo debemos evitar el azúcar dijo la abuela con delicadeza.

Entonces, ¿qué puedo ofrecerles? preguntó él, desconcertado.

En casa no nos falta de nada respondió Isabel.

No puedo quedarme así. Me gusta ser buen vecino insistió Antonio.

Bueno, podemos cambiar las golosinas por frutos secos. Y solo los comeremos en casa, con las manos limpias. ¿Trato hecho? propuso Isabel, mirando a ambos.

Lucía y Antonio asintieron, y desde entonces, en los bolsillos de la niña aparecían almendras o avellanas.

Menuda ardilla se reía Isabel. Pero, Lucía, los frutos secos están caros, y el abuelo necesita sus medicinas.

¡No es tan viejo! protestó la niña. Su pierna está mejorando, y dice que en invierno quiere esquiar.

¿Esquiar? dudó Isabel. Pues vaya energía.

Abuela, ¿me compras unos esquís? Antonio prometió enseñarme suplicó Lucía.

Con el tiempo, Isabel empezó a ver al vecino caminando por el parque sin bastón.

¡Abuelo, espero! gritaba Lucía, corriendo para acompañarlo con paso firme.

Pues espérenme a mí también se apresuraba Isabel.

Así, los tres comenzaron a pasear juntos. Para Lucía era un juego; saltaba, bailaba y hasta se subía a los bancos para esperarlos. Antonio e Isabel, mientras, charlaban animadamente.

Un día, Isabel y Lucía llamaron a la puerta de Antonio con un plato de empanadas.

Hoy nos toca a nosotras invitarle anunció Isabel.

¿Tiene tetera? preguntó Lucía.

¡Por supuesto! ¡Qué alegría! Antonio les abrió la puerta.

Mientras tomaban el té, la niña admiró la biblioteca y las pinturas del anciano. Isabel observaba, conmovida, cómo Antonio le explicaba cada detalle con paciencia.

Mis nietos viven lejos, ya son universitarios comentó él. Pero tu abuela es joven aún dijo, acariciando el pelo de Lucía.

Solo llevo dos años jubilada, y con esta pequeña no hay tiempo para aburrirse contestó Isabel. Además, mi hija espera otro hijo. Menos mal que vivimos cerca.

El verano pasó entre risas, y cuando llegó el invierno, Isabel cumplió su promesa: compró esquís a Lucía, y los tres comenzaron a entrenar en el parque.

Antonio e Isabel se hicieron inseparables, y Lucía siempre estaba con ellos. Hasta que un día, el anciano viajó a Madrid para visitar a su familia.

La niña lo extrañaba y preguntaba cuándo volvería.

Se quedará un mes, pero nosotros cuidaremos su casa dijo Isabel, aunque también notaba su ausencia.

A la semana, al salir al patio, se encontraron con Antonio sentado en su banco habitual.

¡Vecino! ¿Tan pronto? exclamó Isabel.

Madrid es ruidoso, y todos están ocupados. Mejor volver donde me esperan ustedes confesó él.

¿Y qué les regalaste a tus nietos? ¿Turrón? preguntó Lucía.

Los adultos rieron.

No, cariño. Les di dinero. Ya son mayores respondió Antonio.

Me alegro de que hayas vuelto dijo Isabel. Hoy hay tortitas con miel. Cuéntanos de Madrid.

¿Madrid? Hermosa como siempre. Pero les traje algo mejor Antonio les tomó del brazo mientras una lluvia primaveral los empujaba a casa.

Después de merendar, les entregó los regalos: a Lucía, una colorida muñeca de trapo, y a Isabel, un broche de filigrana. Salieron de nuevo, pisando charcos bajo un cielo despejado.

¡Abuela, abuelo, corred detrás de mí! gritaba Lucía, saltando entre las baldosas.

Y así, los tres siguieron su camino, como siempre, juntos.

**Reflexión:** A veces, la familia no es solo la que nace contigo, sino la que eliges en el camino. La bondad no entiende de edades, y un simple gesto puede llenar de calor incluso el invierno más frío.

Rate article
MagistrUm
Los Primeros Días de la Primavera