**Diario personal**
Hoy fue un día peculiar. Todo comenzó como cualquier otro viernes de trabajo, cargando muebles para un cliente en un edificio antiguo de Madrid, sin ascensor, por supuesto. Cuarto piso. ¡Por el amor de Dios, Miguel! ¿Quién vive en un cuarto piso sin ascensor? ¡Si tuviera la pasta para un sofá de tres mil euros, que se vaya a vivir a un ático con ascensor! protestó mi compañero, Álvaro, mientras revisaba la factura en el asiento del camión.
Tranquilo, Álvaro le dije, arrancando el motor . Es el último encargo del día. Después, a casa. Marta me prometió una buena paella.
Tu paella está a salvo, pero mi espalda no te lo agradecerá suspiró, mirando por la ventana las fachadas desconchadas del barrio de Vallecas . Y dime, ¿quién es el cliente?
Álvaro examinó la factura: Marina Ruiz López. Teléfono, dirección Todo pagado por adelantado. Lo habitual.
Aparqué frente a un edificio modesto, donde los edificios nuevos se mezclaban con los antiguos. Al llegar, llamamos al timbre.
¿Hola? ¿Señora Ruiz? Somos de Muebles García. Hemos llegado con su pedido. Sí, estamos abajo.
Minutos después, apareció una mujer de unos cuarenta años, vestida con sencillez: jeans y una camiseta holgada. El pelo oscuro recogido en un moño descuidado. Pasen, por favor. Es el cuarto piso.
Empezamos a subir el sofá, maldiciendo cada escalón. A mitad del trayecto, Álvaro me miró con gesto pensativo. Oye, Miguel ¿no te parece que su voz es familiar?
No le dije nada, pero algo en su tono, en cómo alargaba las vocales, me hacía pensar. ¿Dónde la había escuchado antes?
Al entrar al apartamento, vi un piano en la esquina. ¿Enseña música? pregunté mientras colocábamos el sofá.
Un poco. Por afición respondió ella, evasiva.
Seguimos bajando por el resto de los muebles, pero Álvaro no dejaba de observarla. Al terminar, no pudo contenerse: Perdone, señora Ruiz, pero ¿no es usted Marina Estrella?
Ella se quedó quieta. En ese momento, la radio en la cocina comenzó a sonar: una vieja canción romántica, de aquellas que llenaban las listas de éxitos hace años.
Álvaro se iluminó. ¡Lo sabía! ¡Eres ella! ¡Marina Estrella, la que desapareció hace seis años!
Marina palideció levemente, pero mantuvo la calma. Se equivocan. Soy Marina Ruiz, una mujer normal.
¡No me jodas! insistió Álvaro . Mis hermanas me hicieron escuchar tus discos mil veces. Noche de Luna, Sin Adiós ¡Eras una estrella! Y luego, ¡puf! hizo un gesto con las manos . Desapareciste. Los periódicos decían que te habías ido a Sudamérica. O que te habías metido a monja. O que Se interrumpió, incómodo.
Marina suspiró y se sentó en el sofá recién traído. Bueno ya que me reconocieron, prefiero que esto quede entre nosotros.
Nos invitó a tomar café y, entre sorbo y sorbo, nos contó su historia.
Hace seis años, los médicos me dijeron que si seguía cantando, perdería la voz. Podía operarme, pero era arriesgado. Decidí parar. Cancelé giras, rompí contratos. Al principio pensé en anunciarlo, pero luego simplemente quería desaparecer. El mundo de la fama es una jaula. Vestidos caros, sonrisas falsas, críticas absurdas. Marina, esta canción no vende, Marina, adelgaza para la portada Me cansé.
Álvaro frunció el ceño. Pero tenías dinero, admiradores
Sí, pero no felicidad respondió. Ahora doy clases de canto en una academia pequeña. Vivo sin maquillaje, sin fotógrafos, sin prisa. Por primera vez en años, me siento libre.
Nos despedimos prometiendo guardar su secreto. Al salir, Álvaro murmuró: Siempre envidié a los famosos. Dinero, lujos Pero viendo esto, tal vez seamos más afortunados. Al menos tú llegas a casa y Marta te espera con la cena.
Mientras conducíamos de vuelta, pensé en cómo la vida da vueltas. A veces, perderlo todo es la única manera de encontrarse a uno mismo.
Y en aquel cuarto piso, entre las paredes desconchadas de Vallecas, Marina Ruiz antes Marina Estrella se sentó al piano y comenzó a tocar una nueva melodía. Una canción sobre renacer.






