Los médicos llevaron al perro a la habitación para que pudiera despedirse de su dueña. Sin embargo, dentro de la sala, el animal hizo algo que dejó a todos sin palabras.
En silencio, los médicos guiaron al perro hacia la policía Sofía, quien yacía sufriendo. Al verla, el perro, llamado Toro, comenzó a comportarse de manera inusual.
Temieron que entendiera la gravedad del momento, pero de repente, Toro ladró con fuerza y, como olvidando la tristeza, saltó alegremente sobre la cama junto a su dueña. Movía la cola con entusiasmo, como si fuera un día cualquiera y no una despedida.
Todos en la habitación intercambiaron miradas, conscientes de que quizá era su último minuto juntos. Pero entonces, alguien notó un destello de esperanza en los ojos del animal, como si recordara que los milagros existen.
Cuando los médicos intentaron sacar a Toro de la habitación, un sonido inesperado cambió el ambiente por completo. Voltearon hacia el origen del ruido y lo que vieron los dejó helados.
Sofía, que hasta entonces permanecía inmóvil, movió débilmente la mano, como intentando tocar a su perro. Toro lo notó al instante y se acercó con cuidado, apoyando su hocico sobre su pecho. El médico que estaba a su lado revisó su pulso y su expresión cambió de golpe.
“¡Está reaccionando!”, susurró el doctor, sin poder ocultar su asombro.
La familia, conteniendo la respiración, observó cómo un leve brillo de vida regresaba a los ojos de Sofía. Minutos antes, habían perdido toda esperanza, pero la lealtad y el amor de Toro habían logrado lo imposible.
Nadie supo explicar qué ocurrió aquel día pero todos entendieron una cosa: no era el final.
Hoy, al recordarlo, pienso en cómo los animales ven el mundo sin prejuicios. A veces, su instinto sabe más que nuestra lógica. La esperanza nunca se apaga del todo, incluso cuando todo parece perdido.