Los logros de mamá

Oye, te cuento algo que escuché en el autobús. Una chica le decía a alguien: “Mi padre es un hombre exitoso, pero mi madre no ha logrado nada, es una aburrida”. Y pensé: eso podría ser yo.

Carmen estaba en la cocina de Laura, sin poder contener las lágrimas. Hacía una semana que su marido la había dejado, y necesitaba desahogarse con alguien.

No eran amigas íntimas, solo vecinas que se conocieron años atrás en el parque, cuando ambas paseaban a sus bebés. Los niños tenían la misma edad, y vivían en edificios contiguos.

Laura, a diferencia de Carmen, volvió a trabajar cuando su hijo cumplió seis meses. Ahora, dieciocho años después, recordaban aquella conversación que marcó sus vidas.

—¿De verdad vas a volver al trabajo? ¿Y quién cuidará del niño? —la voz de Carmen mezclaba preocupación y curiosidad.

—Vendrá una canguro por las tardes —respondió Laura—. Las leyes cambian rápido, si me quedo fuera, mi jefe encontrará a otra contable. Además, no quiero perder este puesto; luego es difícil encontrar un jefe decente.

—Mi Sergio dice que debo estar con Javier. Que la carrera puede esperar…

—La carrera no espera a nadie, Carmen. Mi marido también preferiría que me quedara en casa. Pero conozco mi profesión: si te alejas tres años, cuesta recuperar el ritmo; si son cinco, ya estás fuera de juego.

—Pero son tan pequeños aún —suspiró Carmen—. Da pena dejar al niño con una extraña. Dicen que hasta los tres años la madre es imprescindible.

—No creo que sea crucial. Lo importante es que la madre sea feliz. Si el niño ve que su mamá está bien, él también lo estará. El resto son detalles.

—No sé… Yo he decidido quedarme con Javier hasta el jardín de infancia. Sergio gana suficiente…

—Es estupendo, Carmen, pero los hombres se acostumbran rápido a que lo hagas todo. Luego no hay forma de escapar. Mi madre vivió así y siempre decía que no debes desaparecer dentro de la familia.

—Bueno, no pienso depender de Sergio para siempre. Cuando Javier crezca, trabajaré.

Pero la baja maternal se alargó. A los cuatro años nació su hija, y las responsabilidades aumentaron. Su marido no ayudaba porque creía firmemente que la crianza era cosa de mujeres; lo suyo era ganar dinero.

Y cuando ella mencionaba trabajar media jornada, él la cortaba:

—¿Estás loca? Tienes casa e hijos. ¿Para qué quiero una mujer agotada? ¿Acaso no te doy todo lo que necesitas?

Cuando la pequeña empezó el colegio, Carmen intentó retomar su profesión. Pero la arquitectura ahora se trabajaba con programas 3D que ella no conocía. Sus antiguos colegas habían ascendido, y su experiencia estaba obsoleta. En las entrevistas le decían sin rodeos: “Llevas diez años sin trabajar…”

Nadie recordaba que Carmen se había licenciado con honores, trabajado en un estudio prestigioso hasta los 28 y participado en grandes proyectos. Todo eso era pasado. Ahora veía que sus hijos daban por sentado su dedicación, y su marido la engañaba sin remordimientos, sabiendo que ella, como ama de casa, no tenía escapatoria.

Una vez intentó reprocharle su actitud, pero Sergio se encogió de hombros:

—Tú elegiste esta vida.

***

Mientras, Laura compaginaba carrera y maternidad. Fue duro, se sentía agotada y culpable: “Soy una mala madre”. Su marido le recordaba: “Mi madre lo hacía todo, pero tú pones el trabajo por delante”.

Tras quince años de matrimonio, él se fue:

—¡Ni siquiera tienes tiempo de cocinar! Elena al menos…

—¿Elena, la de Recursos Humanos? —lo interrumpió Laura—. Hacía tiempo que quería preguntarte.

Él calló, avergonzado. Laura, serena, continuó:

—Suerte. Pero paga la manutención.

—Fue tu carrera la que arruinó nuestra familia —escupió él, tirando las llaves.

—No. La arruinaste tú al decidir que no podía ser yo misma.

Laura tenía 45 años cuando sucedió. No se derrumbó; más bien sintió alivio. Estaba harta de sus quejas. Si había encontrado a alguien “más sencilla”, mejor. Sabía lo que valía. No había tenido una carrera espectacular, pero era una profesional respetada y ganaba lo suficiente para vivir bien. Su hija, aunque a veces se quejaba de sus ausencias, había crecido sabiendo que su madre, aunque ocupada, siempre estaría ahí.

Carmen, en cambio, creyó que dedicarse por completo a su familia salvaría su matrimonio. Pero cuando los hijos se fueron a estudiar, Sergio la abandonó por su asistente. Al menos le dejó el piso y algo de dinero. Fue entonces cuando llamó a Laura, necesitando hablar. Y justo ese día escuchó a la chica del autobús: “Mi madre no logró nada”. Le entraron ganas de gritarle: “¿Nada? ¿Y quién te cuidó para que llegaras hasta aquí? ¿Y el éxito de tu padre, no lleva también el esfuerzo de tu madre?”. Pero ¿de qué servía? Los hijos crecen y se van. Y ahora el marido también…

Laura la escuchó en silencio. Sabía que necesitaba desahogarse, llorar, sacar fuera el dolor. Solo así podría seguir adelante.

Cuando Carmen dijo:

—¡Tenías razón! Debí seguir trabajando, no convertirme en la criada de nadie.

—Bueno, no exageres. Mi marido se fue antes, precisamente porque no le serví lo suficiente. Por cierto, ahora se queja de que su nueva mujer le pide bolsos caros. A mí nunca me compró nada…

—Y los niños… Con suerte llaman cada dos semanas.

—¡Eso es bueno! Significa que están bien y puedes centrarte en ti. Oye, una amiga empezó un curso para ser agente inmobiliaria. En este sector la edad es una ventaja. Tú tienes formación en arquitectura, ¿no? Entiendes algo de viviendas. Ya tienes base. ¿Te animas? Hasta te presto el dinero del curso, me lo devuelves luego.

—No sé… Da un poco de miedo.

—Más miedo da quedarse sin propósito y sin dinero. ¿Vas a pasarte la vida lamentándote? Ya diste todo lo que pudiste. Ahora toca vivir. Y como agente, si te va bien, ¡conocerás a mucha gente! Hasta podrías encontrar otro marido.

—¡Ay, no, gracias! Basta de maridos.

—Ja, a mí también me gusta estar casada conmigo misma.

Bueno, al final la convenció.

¿Y sabes qué? Al año y medio, Carmen vendió su primera casa en la sierra.

Y luego, mejor. Los negocios florecieron, y su mirada recuperó el brillo. Un día conoció a su segundo marido, con quien lleva cinco años feliz. Cuando le preguntaron: “¿Qué ves en una agente inmobiliaria no tan joven?”, él respondió: “El valor de empezar de cero”.

El día de su segunda boda, Carmen y Laura recordaron aquella charla en el parque. Dos madres jóvenes. Dos carritos. Dos caminos.

—Las dos ganamos —susurró Carmen.

Laura asintió.

Rate article
MagistrUm
Los logros de mamá