Los ciervos ni siquiera consideraron la idea de sugerirle a Sergio mudarse con ellos. Salir juntos es una cosa, pero vivir bajo el mismo techo es completamente distinto.

A Carmen jamás se le ocurrió sugerirle a Miguel que se mudara con ella. Salir juntos era una cosa, pero vivir bajo el mismo techo era muy distinto. El sábado, Carmen esperaba a Miguel para su paseo habitual. Al abrir la puerta, se quedó sin aliento al verlo con dos maletas enormes.

Sentada en su sillón, Carmen hojeaba las fotos en su móvil. Ahí estaban ella y Miguel en el parque, alimentando a los patos, o en aquella excursión por el campo buscando setas. Seis meses de relación habían pasado en un abrir y cerrar de ojos.

Se conocieron en una aplicación de citas. Ella tenía sesenta y un años, él sesenta y tres. Los dos divorciados, con hijos ya independientes.

Miguel le cayó bien desde el principio: culto, leído, con sentido del humor. No buscaba una madre para sus hijos ni una ama de casa, solo compañía interesante.

Quedaban dos o tres veces por semana: teatro, exposiciones, cafés, paseos por Madrid o escapadas a la casa de su amiga en Segovia. A Carmen le gustaba esa relación sin ataduras pero con cariño sincero.

Carmen, cuéntame cómo es tu vida preguntó Miguel una tarde, al principio de todo.

Tranquila, en paz. Llevo cinco años viviendo sola, estoy acostumbrada.

¿No te aburres?

A veces. Pero tengo amigas, mis hijas me visitan y ahora estás tú.

Me alegra oír eso.

Tras su divorcio, Miguel alquilaba un piso pequeño en un edificio antiguo. Se quejaba de que la casera era quisquillosa, no arreglaba nada y subía el alquiler cada año.

¿Y por qué no compras algo tuyo?

¿De dónde voy a sacar tanto dinero?

Carmen lo entendía. Ella tenía un piso de tres habitaciones en un buen barrio, fruto de años de trabajo. Sus hijas vivían por su cuenta, así que había espacio de sobra.

Pero jamás pensó en invitar a Miguel a vivir con ella. Salir juntos era una cosa, compartir hogar otra muy distinta.

El sábado, Carmen abrió la puerta y se encontró con Miguel y sus maletas.

Miguel, ¿qué pasa? preguntó, confundida.

Carmen, ¿puedo pasar? Te lo explico.

Dejó las maletas en el recibidor y se sentó en el sofá.

La casera ha decidido vender el piso. Me ha dado una semana para irme.

¿Y ahora qué?

Ahora no tengo dónde vivir. No encuentro nada rápido, y no tengo dinero.

Carmen empezó a entender adónde iba todo aquello.

Carmen, pensé que llevamos seis meses juntos, nos conocemos bien. ¿Por qué no probamos a vivir juntos?

¿Juntos? repitió ella.

Sí. Tienes un piso grande, yo no seré una carga, trabajo y puedo aportar.

Miguel, nunca hemos hablado de esto.

¿Para qué hablar antes? La vida misma nos lo ha puesto delante.

Carmen se sintió desconcertada. No estaba preparada para aquello.

Necesito pensarlo.

¿Pensar qué? Nos queremos, ¿no?

Quererse y vivir juntos no es lo mismo.

¿Por qué no? A nuestra edad, hay que decidirse.

¿Decidirse a qué?

A formalizar. Si salimos juntos, deberíamos estar juntos.

Carmen miró las maletas. Miguel ya lo había decidido sin consultarla.

¿Y si no quiero?

¿No quieres ser feliz?

No quiero que alguien llegue con maletas sin pedirme permiso.

No es por maldad, son las circunstancias.

Las circunstancias no ocurren, las crean las personas. Te tocaba hablarlo conmigo antes.

Miguel reflexionó un momento.

Vale, hablamos ahora. Te propongo que vivamos juntos.

Y yo te digo que no.

¿Por qué?

Porque me gusta mi independencia. Disfruto de nuestra relación, pero no quiero compartir casa.

¿Pero por qué no? Nos llevamos bien.

Para salir, pasear, divertirnos no para el día a día. La convivencia son rutinas, hábitos, ceder.

Pues nos adaptamos.

Precisamente, no quiero adaptarme. Estoy bien así.

Miguel parecía herido.

Carmen, ¿y si te pido matrimonio?

¿Para qué?

Para que sea algo serio, formal.

El matrimonio no cambiaría nada. Sigo sin querer vivir contigo.

¿Entonces qué sentido tiene esto?

El mismo de siempre: vernos, disfrutar, pasar tiempo juntos.

¿Y después?

Seguir igual.

Eso no es serio.

Para mí sí.

Yo necesito estabilidad.

¿Qué estabilidad?

La de un hogar, desayunar juntos, hacer planes.

Pues yo no quiero desayunar con nadie cada día ni ajustarme a los planes de otro.

¡Pero estás sola!

No estoy sola. Tengo a mis hijas, amigas, a ti Soledad y vivir sola no es lo mismo.

No lo entiendo.

Que ahora elijo cuándo y con quién comparto mi tiempo. Si vives aquí, esa libertad desaparece.

Carmen, a nuestra edad hay que pensar en quién estará ahí en la vejez.

Lo pienso. Pero no tiene que ser un hombre.

¿Entonces quién?

Mis hijas, una cuidadora, servicios sociales Hay opciones.

Eso no es lo mismo.

Para ti quizá no. Para mí, sí.

Miguel se levantó y caminó por la habitación.

¿Me estás diciendo que siga alquilando y que nos veamos los fines de semana?

Te digo que vivas como prefieras, y nos veremos cuando ambos queramos.

¿Y si no tengo dinero para alquilar?

Eso es cosa tuya, no mía.

Eres dura, Carmen.

Soy honesta. No soy responsable de tus problemas.

¡Pero somos pareja!

Sí, y eso no me obliga a solucionarte la vida.

Miguel se sentó, pensativo.

Si encuentro piso, ¿seguiremos viéndonos?

Claro, si queremos.

¿Y mientras tanto, puedo quedarme aquí un tiempo?

No.

¿Nada?

Nada.

Él entendió que no había vuelta atrás. Tomó sus maletas y se dirigió a la puerta.

Entonces tendré que buscar casa y otra relación.

Quizá.

Carmen, ¿no te arrepentirás?

No.

Miguel se fue y no volvió a llamar. Carmen retomó su vida tranquila, sin un hombre en casa. A los sesenta, valoraba más la paz que el romance, y la libertad por encima de cualquier compañía.

La vida nos enseña que, a veces, el amor no es suficiente si el precio es renunciar a quien somos. Y que decir “no” no es egoísmo, sino respeto por uno mismo.

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MagistrUm
Los ciervos ni siquiera consideraron la idea de sugerirle a Sergio mudarse con ellos. Salir juntos es una cosa, pero vivir bajo el mismo techo es completamente distinto.