**Diario de Ana**
Hoy ha sido un día difícil.
Miguel, ¿estás seguro de que lo llevas todo? ¿No quieres revisar otra vez? grité, deteniéndome frente a la puerta cerrada del baño.
Ana, ¡déjame en paz! Lo tengo todo contestó él sobre el ruido de la ducha. Pero su voz le tembló. ¿O lo imaginé?
La maleta la vi. Lo que has metido dentro no murmuré, retrocediendo.
Ana, ¿me haces un café, por favor? Fuerte. Sin leche añadió con tono calmado, cerrando el grifo.
Fui a la cocina, saqué la cafetera sin decir nada, vertí agua, añadí café molido, una pizca de sal como le gusta. Tenemos máquina, pero Miguel adora el café que le preparo yo. «Eres tan cuidadosa», me dijo hace unas noches, llegando tarde del trabajo y viendo cómo, siguiendo la costumbre de mi abuela, había envuelto la cena en un paño para que no se enfriara.
Últimamente siempre llegaba tarde supuestamente por el trabajo. Hacía carrera. Se preparaba para un ascenso. Y yo me quedaba en segundo plano. Cocinaba, planchaba, aguantaba.
¡Qué aroma tan divino! dijo Miguel, entrando en la cocina y apartándose el pelo mojado de la frente. Se sentó a la mesa, alargando la mano hacia la taza.
Ana, hoy viene el mensajero he pedido una funda para el coche. Recíbela, por favor. Pago contra reembolso dijo, echando una cucharadita de azúcar al café.
Claro. Todo como siempre respondí, sentándome frente a él.
Este viaje no ha llegado en el mejor momento continuó, suspirando. Pero no puedo decir que no. Entiendes, ¿verdad? Es una oportunidad, quizá la única. Supervisor regional no es poca cosa.
Ya No pensé que un puesto así implicaría viajar tanto por provincias.
Caprichos de los jefes. Bueno, tengo media hora, trabajaré desde el móvil.
Se levantó y se fue a la otra habitación. No recogió su taza. No importa. ¿Qué se le puede pedir? Está muy tenso.
Alargué la mano para coger su taza, y en ese momento vibró el móvil un mensaje. Lo abrí.
*«Ana, Miguel miente. No hay ningún viaje de trabajo. Vuela a Italia con Rosario Morán. Detenlo antes de que sea tarde. Va a arruinar su vida con esto.»*
Adriana. Su hermana pequeña.
Algo hizo clic en mi cabeza. ¿Él con Rosario? No puede ser. ¿Una broma? Pero Adriana no es de las que bromea así. Y desde luego no mentiría.
Todo empezó a dar vueltas. El aire se volvió pesado, como de hormigón. Casi no podía respirar, me levanté con dificultad, me serví agua y volví a desplomarme en la silla.
Quería gritar. Romperlo todo. Y en mi mente solo resonaba: *«¿Por qué?»*
Apreté los puños de rabia. Quería ir hacia él, armar un escándalo, arrancarle la máscara. Pero no lo hice. No valía la pena.
Que se vaya. Y yo le prepararé una sorpresa. No con gritos con hechos.
Abrí la aplicación del banco. En la cuenta común doce mil euros. Sorprendentemente, aquí sí había actuado rápido tres mil ya no estaban. Mi dinero, por cierto. Mis honorarios por proyectos, noches enteras trabajando. Y él con mis ahorros se lleva a su primer amor de vacaciones.
De Rosario sabía. El propio Miguel me lo contó, y Adriana lo mencionó alguna vez. Amor de instituto, una chica impredecible. Lo dejó dos veces primero por un hombre mayor, luego por uno con «futuro». Ahora ha vuelto. Y Miguel ha caído otra vez. Y vuelve a mentir.
Podría al menos haber sido honesto: *«Ana, me gusta otra persona. Lo siento.»* Habría dolido, sí. Pero no de esta forma tan ruin. En vez de eso, actuó como una rata. Cogió el dinero, mintió con el viaje, llenó la maleta
Bueno. Yo me quedaré con el resto del dinero. Hoy. Hasta el último céntimo. Luego, divorcio. Sus cosas mensajero a casa de sus padres.
Miré el calendario mañana al mediodía tengo una presentación importante en línea. Si sale bien me voy de vacaciones. No a Italia, no. A España, quizá. O a algún sitio donde él no haya pisado.
Ana, me voy, he decidido salir antes dijo, entrando en la cocina bien vestido, con corbata.
Buen viaje. Que te vaya bien respondí, apretando la taza entre las manos.
¿Qué tono es ese?
Te lo imaginas.
Vas a echarme de menos
Dudo que tengas tiempo para eso.
¿No me ayudas con la maleta?
Prefiero fregar los platos.
Bueno, me voy.
Adiós.
La puerta se cerró. Miguel ni siquiera sospechaba que se iba para siempre. Mañana cambio las cerraduras.
Me senté en la silla. Rompí a llorar. Amargo. De dolor, de humillación. Traidor.
Otro mensaje de Adriana:
*«Ana, ¿estás bien?»*
Me sequé las lágrimas y marqué su número.
Adriana, ¿cómo lo sabes?
Una amiga de Rosario me lo contó. Se ha pegado otra vez a Miguel. Y él ha picado. Ana, lo siento mucho
Gracias por avisarme. No lo he detenido. Que se vaya.
Es un idiota. Ella lo dejará por tercera vez.
Es su elección. Adriana, no le digas que lo sé.
Ni quiero hablar con él. ¡Estoy harta!
Gracias. Nuestra relación debe continuar. Aunque nos divorciemos.
Claro, Ana. Ánimo.
Volví a abrir la aplicación del banco. Faltaban mil euros. ¡Qué prisa! No. Respiré hondo. Los transferí a mi madre, cerré el móvil y miré por la ventana cómo el sol se ponía, sabiendo que mañana volvería a salir, sin él.





