Lo siento, pero por ahora no quiero vivir juntos…
A Sergio le parecía que Leonor estaba tan enamorada de él como él de ella, por eso le sorprendió tanto su respuesta a la propuesta de irse a vivir juntos.
– Lo siento, pero por ahora no quiero vivir juntos – dijo ella.
– ¿Por qué?
– No sé, solo llevamos saliendo seis meses. Me parece que aún es demasiado pronto…
– ¿Pronto? Cariño, creo que es justo el momento. Viviremos juntos, nos conoceremos mejor y, quién sabe, quizás demos el siguiente paso.
– Sergito, esto no es un juego de ordenador, es la vida real. Y en mi vida ahora no hay lugar para la convivencia, pero eso no significa que no valore nuestra relación. Simplemente estoy bien con lo que tenemos ahora.
– ¡Pero yo quiero más! Quiero despertarme contigo por la mañana. ¡Quiero dormir juntos! ¿Acaso tú no lo deseas?
– Ya lo hacemos. Dos veces a la semana, ¿recuerdas? ¿Acaso te parece poco?
– ¡Para mí es poco!
– Bueno, si me amas, tendrás que esperar un poco más.
– Puedo esperar si me das una razón. ¿Por qué no quieres? ¡Explícamelo! ¿Es tan difícil?
Leonor pensó un poco, luego le sonrió y decidió que era mejor discutirlo más a fondo.
– Sergio, vamos a ser sinceros. ¿Qué significa para ti convivir con una mujer?
– Como ya dije, dormir y despertarnos juntos.
– ¿Y entre eso?
– ¿En qué sentido? – no entendió él.
– En un día hay veinticuatro horas, ¿olvidaste? Solo hablas de la noche y la mañana, ¿y el resto del tiempo?
– Bueno, el resto del tiempo casi siempre estamos trabajando, ¿o no?
– No necesariamente. Por ejemplo, cenaremos o desayunaremos juntos.
– Espero que sí.
– ¿Y quién cocinará?
– ¡Tú no sabes cocinar! – adivinó Sergio, aunque estúpidamente lo pensó, ya que había probado varias veces sus platos.
– ¡Sé cocinar!
– Entonces, ¿cuál es el problema?
– ¿Quién cocinará? ¿Tú o yo?
– Bueno, tú a veces y yo otras. ¿Por qué te preocupa tanto esto?
– Sergio, porque no quiero que mi vida se convierta en un día de la marmota, como muchas de mis amigas. No quiero levantarme temprano para preparar el desayuno de alguien. No quiero salir corriendo del trabajo, pasar por el supermercado, cargar bolsas a casa y luego pasar dos horas en la cocina preparando la cena.
– ¿Pero acaso no cocinas a veces cuando te quedas en mi casa? Pensé que te gustaba…
Sergio se veía un poco desanimado. ¿Acaso su novia era una perezosa?
– Me gusta cocinar, pero no estoy lista para hacerlo todos los días. Me encanta llegar a casa, preparar una ensalada rápida y ya está. Me gusta que nos veamos dos veces a la semana, a veces más seguido. Así estoy bien. Quizás algún día quiera más, pero por ahora no.
– ¡Simplemente no me amas! – concluyó Sergio.
– Y ahí vamos de nuevo…
– ¿Por qué? ¿Acaso no? Cuando una mujer ama, está dispuesta a hacer cualquier cosa por su amado.
– ¿Y el amado? ¿Está dispuesto a hacer cualquier cosa por su amada?
– ¡Por supuesto!
– Bueno, entonces vivamos juntos, PERO: todas las tareas del hogar a partes iguales. O mejor, cada uno se encarga de sus cosas, cocinamos por turnos y lavamos nuestra ropa. ¿Qué te parece?
– Pero yo cocino mal. ¡Tú misma lo dijiste!
– Será una buena oportunidad para aprender. No siempre se puede comer pizza o hamburguesas. ¡Puedo ayudarte a aprender!
– Simplemente no entiendo, ¿es tan difícil? ¿Por qué a otros no les resulta? ¿Eres especial? – insistía Sergio.
– Bueno, si quieres pensar así. ¡Sea como sea! Soy especial. No quiero sacrificar mi vida personal por amor. No ahora. Solo tengo veintitrés. ¡Quiero disfrutar de mi libertad!
– Ah, ya entiendo. ¡Tienes a otro hombre! – Sergio tuvo otra ocurrencia inesperada.
– ¿Y para qué lo querría? – no entendió Leonor.
– Bueno, si no quieres vivir conmigo, entonces él es más valioso para ti.
– ¿Tu hombre imaginario es más valioso para mí? – se rió ella.
– ¡Tu hombre imaginario! ¿Para qué querría inventar hombres para mí?
– Ah, no necesitas hombres, ¿por eso decidiste inventarme uno a mí?
– ¡Me tienes completamente confundido! – casi gritó él.
– Porque estás diciendo tonterías. ¡No tengo a nadie más! A veces incluso tú me pareces demasiado, por eso no quiero vivir juntos. Me gusta mi soledad y no estoy lista para dejarla. ¡No ahora!
– ¿Cómo se puede amar la soledad cuando estás en una relación? – se sorprendió Sergio.
– Muy fácilmente. ¿No hay cosas que te gusta hacer cuando no hay nadie en casa?
– ¿Como qué?
– No sé, leer un libro, ver una serie, tomar un baño, perder el tiempo en redes sociales, probarte ropa del armario, bailar en la oscuridad.
– ¡Los hombres no hacen eso! – se indignó él.
– ¡Pero las chicas sí! ¡Y a mí me gusta! No estoy lista para dejar las simples maravillas de mi vida de soltera.
– ¡Pero la vida en pareja también tiene sus maravillas! – seguía intentando convencerle Sergio.
– ¿Como qué?
– ¡Dormir y despertarse juntos! – volvió a su tema de siempre.
– Sergio, ¿sabías que roncas como un tractor?
– ¿Qué? ¡Nunca me lo dijiste! ¡Y nadie más se ha quejado!
– Bueno, no sé sobre los demás, pero desde que León te golpeó la nariz en la barbacoa hace un par de meses, empezaste a roncar horriblemente. Y por cierto, te lo dije. Puedo aguantarlo un par de veces a la semana, pero no quiero hacerlo todos los días. ¡Yo también quiero poder dormir bien de vez en cuando!
– ¿No duermes bien a mi lado?
– Solo en esos raros momentos en que me duermo antes que tú.
– Pero tú siempre te acuestas más tarde…
– ¡Precisamente!
– Ajá, entonces, ¿ronco, no cocino y tampoco soy apto para la convivencia?
– Y además, ¡resulta que eres un plomo insoportable! – no pudo evitarlo ella.
– ¿¡Por qué soy un plomo!?
– Has estado media hora intentando convencerme de hacer algo que en principio no quiero hacer. ¿Qué es eso si no es ser un plomo?
– Leonor, en realidad quería casarme contigo. ¡Por eso te propuse vivir juntos! – dijo él con tono ofendido.
– ¿Y acaso yo dije que quiero casarme? – sonrió tristemente ella.
– ¿Acaso no quieres? ¡Todas las chicas quieren casarse!
– Parece que no todas…
– ¿O no quieres casarte conmigo? – se dio cuenta él.
– En principio, no quiero casarme, pero si fuera así como dices, ¿qué puedes ofrecerle a tu futura esposa? ¿Despertar y dormir juntos?
– ¿Quieres decir que no soy nada? – se ofendió Sergio. – ¿Que no sirvo para nada?
– Tienes casi treinta. Trabajas por mil euros al mes, vives en el piso destartalado de tu tío solo para no pagar alquiler, te vistes en tiendas baratas. Ni siquiera quieres comprar un coche porque tienes que mantenerlo.
– ¡Escucharte es pensar que soy un mal regalo! Entonces, ¿por qué salías conmigo?
Leonor se encogió de hombros.
– Eres atractivo, tienes buen físico, eres divertido y un amante excelente.
– ¿Por salud?
– Y para el alma también.
– ¡Pero no tendremos una familia!
– Hasta que madures, ciertamente no.
– ¡Perfecto! ¡Entonces retiro mi propuesta! Y sabes, te diré más aún. ¡Rompemos!
– ¿En serio? – preguntó irónicamente Leonor. – Pensé que nunca lo propondrías. ¿Entonces adiós? – dijo mientras agitaba la mano, recordándole que estaban discutiendo en su apartamento.
– ¡Adiós! – declaró él con orgullo mientras se ponía los pantalones. – Mejor dicho ¡adiós para siempre!
– ¡Entonces adiós para siempre! – dijo ella sonriendo y le lanzó su camiseta.
Sergio se marchó y Leonor puso música, apagó la luz y comenzó a bailar. Siempre le ayudaba a calmar los nervios y recuperar un estado de ánimo positivo. Ella sabía que él regresaría mañana o pasado mañana, pero ¿lo dejaría entrar de nuevo? Eso ya era otra cuestión.