Por fin, Tomás y Lucía tenían su propio piso. Después de años alquilando, con su hija Carla a punto de cumplir cinco años, habían comprado un hogar en Madrid.
Tomás, estoy tan feliz dijo Lucía al despertar aquella primera mañana, abrazándolo. Dormir en nuestro piso ¡es un sueño hecho realidad!
Yo también estoy contento respondió él con más calma, como siempre. Su serenidad había sido un contrapeso perfecto al carácter apasionado de Lucía, y así llevaban años sosteniendo su matrimonio, además del amor, claro.
Bueno, eso sí admitió Tomás, pero ahora nos espera la reforma. El piso está en un estado que
Ya, pero lo haremos poco a poco interrumpió ella. Eso sí, nos hemos quedado sin ahorros después de la entrada. Quizá deberíamos pedir un préstamo.
¿Otro préstamo? suspiró Lucía. Aunque tienes razón, no nos queda otra.
Decidieron pedirlo. El piso era espacioso tres habitaciones y una cocina amplia, justo como Lucía quería, pero necesitaba una remodelación completa. Ella tenía mil ideas, pero la realidad era más complicada: puertas mal ubicadas, tuberías viejas
Tomás, ¿sabes cuánto cobra un interiorista? preguntó una tarde.
Demasiado, cariño. No está en nuestro presupuesto.
Pasaron la noche eligiendo colores para las paredes: un beige cálido para el dormitorio. Al día siguiente, Tomás llegó entusiasmado:
Lucía, en el trabajo me hablaron de una interiorista buena, Elena. Hizo la casa de nuestro jefe. Si le mencionamos a mi compañero Luis, nos hará descuento.
¿Cuánto pide? preguntó Lucía.
Cinco mil euros.
¡¿Qué?! ¿Por decirnos qué color pintar? protestó ella.
Pero quedará perfecto insistió él. Si queremos algo bonito, hay que invertir.
Al final, aceptaron. Elena llegó al día siguiente, examinó el piso y desechó todas las ideas de Lucía.
Este suelo de parquet no pega. Lo ideal sería baldosa y detalles metálicos. Y esa lámpara fuera.
Lucía se mordió la lengua, pero por dentro hervía.
Elena quiere revolucionar nuestro hogar susurró a Tomás.
Ella es profesional, cariño. Sabe lo que hace.
Pero cuando la diseñadora propuso tonos fríos azul acero y gris, Lucía estalló:
¡No quiero un piso que parezca una oficina! ¡Es nuestro hogar!
Discutieron tan fuerte que pasaron tres días sin hablarse. Los albañiles, confundidos, pararon la obra.
He dicho que pinten las paredes de beige anunció Lucía.
Pero Elena dijo empezó Tomás.
Pues llámala, ¡pero yo me voy a casa de mis padres! ¡No viviré aquí si es un frigorífico!
Tomás, asustado, cedió:
Hazlo como quieras. Lo importante es que estés feliz.
Renunciaron a Elena, y Lucía dirigió la reforma. Meses después, al terminar, suspiraron aliviados.
¿Sabes? reflexionó Lucía. Gracias a esa diseñadora, entendí cómo quería nuestro hogar.
La lección quedó clara: en una reforma, lo más importante no es el color de las paredes, sino no romper el matrimonio. Los nervios y los gustos pueden separar más que una pared, pero el amor y la paciencia lo salvan todo.







