Lo esencial es mantener el amor unido

**Diario de Antonio**

Por fin, Antonio y Lucía tenían su propio piso. Después de años alquilando, incluso con su hija Sofía, de casi cinco años, habían cumplido el sueño de comprar.

—Antonio, estoy tan feliz —dijo Lucía al despertar aquella primera mañana en su hogar, abrazándolo—. Dormir en nuestro piso… es una maravilla.

—Yo también estoy contento —respondió él, más tranquilo, como siempre. Su serenidad era el contrapeso perfecto al carácter apasionado de Lucía. Así se sostenían: ella con su entusiasmo, él con su calma. Y, claro, el amor.

—Bueno, sí —admitió Antonio—, pero ahora nos espera el *curro* del reforma. Este piso está para tirarlo…

—Sí, ya lo sé —asintió Lucía—. Pero lo arreglaremos. Eso sí, hace falta dinero, y lo hemos invertido todo en la compra.

—¿Y si pedimos un préstamo? Si compramos el piso sin hipoteca, por el reforma quizá sí podamos… —miró alrededor—. Y no será barato.

—¡Otro préstamo! —Lucía frunció el ceño—. Apenas terminamos de pagar el coche… Pero, ¿de dónde sacamos el dinero? Nuestros padres ya nos ayudaron con el piso. Tendremos que apretarnos el cinturón. Vale, Antonio, hagámoslo.

—Con el préstamo, reformamos y listo. Después, hasta nos iremos de vacaciones —soñó él, y ella asintió.

Decidieron pedir el crédito. El piso llevaba años sin reformarse, y Lucía siempre había dicho:

—Cuando tenga mi casa, sabré exactamente cómo decorarla.

Pero la realidad era más complicada. El piso, de tres habitaciones, era espacioso, con una cocina amplia —justo lo que Lucía quería—, y Sofía por fin tendría su cuarto para jugar.

Sus ideas chocaban con obstáculos: puertas mal ubicadas, tuberías en medio…

—Antonio, ¿sabes cuánto cobra un interiorista?

—Demasiado, cariño. No nos lo podemos permitir —respondió él.

Esa noche, sentados en el suelo, eligieron colores: beige para el salón, cálido y acogedor. Quedaron en ir el sábado al Leroy Merlin a comprar materiales.

Pero el viernes, Antonio llegó emocionado:

—Lucía, hablé con los del trabajo. David me recomendó a una interiorista buena, hasta ha trabajado para nuestro jefe.

—Pero dijiste que era caro —replicó ella.

—Sí, pero por el contacto, nos hará descuento. Pide mil euros.

—¿¡Mil!? ¿Solo por decirnos qué poner y de qué color? —se indignó Lucía.

—¡Tranquila! —la calmó Antonio—. Será un piso con diseño profesional. Si quieres algo bonito, hay que invertir. Si quieres, llamo a David.

Al final, la tentación venció. La interiorista, Ana, llegó al día siguiente.

—Bueno, el piso es pequeño —dijo, mirando alrededor—. Pero tengo ideas.

—Yo también —intervino Lucía—. Quería un armario aquí…

—No —cortó Ana—. Eso congestionaría. El suelo no me convence, pero entiendo que no lo cambiaréis. Centrémonos en la iluminación. Esta lámpara no pega.

Lucía sintió que su nidito se le escapaba de las manos. Antonio la sujetaba, como pidiéndole paciencia.

—Ana quiere revolucionar el piso —le susurró.

—Pero es profesional —dijo él.

Lucía calló, recordando: *Lo importante en una reforma es no divorciarse*. Necesitaba consejos, no que le volvieran todo del revés.

Luego, Sofía preguntó:

—Papá, ¿cuándo acabaremos? Quiero mi cuarto bonito.

—Pronto, cariño —la levantó en brazos, riendo.

Lucía pasó la noche haciendo bocetos. Ana volvió con sus propuestas:

—El beige está pasado. Será azul acero con gris claro. Estilo *tecnológico*.

A Lucía le horrorizaban esos tonos fríos. Discutió con Antonio, quien insistía:

—Ella es profesional.

—¡Y a mí no me gusta! —explotó ella—. Quiero un hogar, no una oficina.

Pasaron tres días sin hablarse. Los obreros, confundidos, paralizaron la obra.

—He dicho que pinten de beige —anunció Lucía.

—Pero era azul grisáceo —replicó él.

—Haz lo que quieras —dijo ella, con voz temblorosa—. Yo me voy con Sofía a casa de mis padres.

—¡Por Dios, Lucía! No vamos a divorciarnos por esto —se alarmó Antonio—. Ya no sé ni lo que quiero…

—Pues yo sí —cortó ella—. Quiero un hogar cálido.

Antonio, rindiéndose, suspiró:

—Hazlo como prefieras. Lo importante es que seas feliz.

Renunciaron a Ana. La reforma terminó, y Lucía, al ver el resultado, pensó:

*Hasta le agradezco a la interiorista. Gracias a ella, entendí cómo quería mi hogar*.

Todos respiraron aliviados. Porque una reforma, al final, no solo gasta dinero… sino también paciencia. Y lo más valioso siempre será conservar el amor.

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Lo esencial es mantener el amor unido