**Miércoles, 14 de junio**
Estaba en la cocina, con el aroma del asado de cordero y las especias llenando el aire. Era uno de esos raros días en los que tenía tiempo de preparar algo más elaborado que unos huevos revueltos. Me sequé el sudor de la frente y, sin volverme, grité:
—Víctor, ¿recuerdas que mañana viene mi madre?
Unos segundos después apareció él, despelucado y con cara de sueño.
—¿Qué madre? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Me lo habías dicho?
—¡Sí! ¡Hace días! —Cerré los ojos un instante—. Quedamos en que vendría el domingo.
De pronto, Víctor se puso tenso y soltó:
—Cancélalo. Mañana no puede venir. Imposible.
—¿Y eso por qué? —puse las manos en las cintura.
—Porque… viene Lucía.
—¿Qué Lucía?
—Bueno… mi ex —suspiró.
El silencio se hizo denso. Hasta que tosí, sin saber si reírme o gritar.
—¿En serio? ¿Quieres que mañana tengamos aquí a tu ex justo cuando llega mi madre?
—¡No lo entiendes! Solo será una noche. Rompió con su novio y no tiene donde quedarse. Un par de días, juro. Ya no hay nada entre nosotros, lo sabes. ¡Es alguien en apuros!
—¿Y qué crees que pensará mi madre al ver a una ex tuya pululando por la casa? ¡Qué bonito espectáculo!
—Diremos que es una amiga tuya. Eres buena actuando, se lo creerá.
Puse los ojos en blanco, aunque ya imaginaba la escena: Lucía entrando y llamándome “señora de la casa” nada más cruzar la puerta. Asqueroso… pero intrigante.
Al caer la tarde, sonó el timbre. En el umbral estaba Lucía: alta, segura, con un corte moderno y un bolso de diseño. Me miró de arriba abajo.
—Ah, así que tú eres la esposa. Entiendo… Tranquila, solo estaré un par de días. No te quitaré a tu hombre.
Apreté los dientes y dije:
—La habitación a la derecha. Mañana viene mi madre, mejor no te vea mucho.
Pasó, y yo volví a la cocina, donde la cena ya se enfriaba.
—Lucía, ¿cenarás con nosotros?
—¡Claro! ¿Eso es pastel? A ver, no me digas que lo hiciste tú. Eso es masa comprada y mermelada, ¿no?
—Pues no lo comas —contesté, aunque esbozando una sonrisa.
De repente, Lucía me sorprendió:
—¿Quieres que te enseñe a hacer postres de verdad? Mi abuela era cocinera, crecí entre fogones.
Así comenzó una noche que ambas recordaríamos. Hacia la madrugada, hablábamos como viejas amigas: de hombres, recetas, hasta de moda. Por primera vez, me sentí más que “la esposa de”. Era una mujer capaz de impresionar. Lucía no era una rival, sino una aliada.
A la mañana siguiente, Lucía se fue al trabajo, y tocó a la puerta mi madre, Carmen. El olor del asado recién hecho la dejó boquiabierta.
—¿Lo has hecho tú? —preguntó incrédula—. No me lo esperaba…
Asentí, conteniendo el orgullo. Sabía a quién agradecerlo: a aquella “ex”.
Por la noche, Lucía llamó:
—Irene, esta noche me quedo en mi casa. Jorge y yo hemos vuelto. Gracias por el vestido y el apoyo. Se quedó sin palabras cuando me vio en la cena. ¡Dice que ahora me llevará a todas sus reuniones! Por cierto, firmamos el contrato. Eres increíble. Mañana paso por mis cosas… y te daré un abrazo de amiga.
Colgué y miré a Víctor:
—Tenías razón. Es buena gente. Y ahora sé quién soy. No solo una esposa… sino una mujer de verdad. Alguien que tiene algo que ofrecer.
—Si hasta te has hecho amiga de Lucía, esto ya no lo entiendo —dijo él, levantando las manos.
—Pues no estorbes —sonreí—, y todo irá bien.
**Lección:** A veces, los monstruos que imaginamos solo son personas que necesitan un lugar donde caerse. Y olvidamos que nosotras también necesitamos creer que podemos levantarlas.







