«Llegamos por ti»: cómo mis colegas me sacaron del abismo

Lucía aún dormía cuando, en el silencio de la mañana de sábado, un insistente timbre la despertó de golpe. Sobresaltada, se incorporó en la cama. ¿Quién podía visitarla a esa hora? No esperaba a nadie.

Al abrir la puerta, se quedó helada: en el umbral estaban sus compañeras de trabajo — Marta, Nuria y Silvia. Marta llevaba un termo en las manos; Nuria, una caja con un bizcocho casero.

—¿Qué hacéis aquí? —exclamó Lucía, desconcertada—. ¡Hoy es finde!

—Por eso estamos aquí —dijo Marta, entrando en el piso como si fuera su casa—. ¿Dónde está tu niña?

—Sofía duerme… ¿Pasa algo?

—Nada malo —intervino Nuria con dulzura—. Prepárala y prepárate tú también. Vienes con nosotras a la casa rural. No se discute.

Lucía se quedó atónita. ¿Irse? ¿A una casa rural? ¿Ahora?

—Pero si os dije en la oficina que no podía…

—Sabemos por qué —dijo Silvia, acercándose—. Y nos da vergüenza no habernos dado cuenta antes.

Lucía palideció.

—¿De qué estáis hablando?

—Lo sabemos todo, Lucía —continuó Nuria—. Que tras el divorcio crias sola a tu hija, que tu ex no pasa la pensión, que estás haciendo milagros para comprarle los libros del cole mientras apenas comes… Y que no le has dicho nada a nadie.

Lucía guardó silencio. Un nudo le apretaba la garganta.

—No… quería quejarme. Pensé… que podía sola…

—Y lo estás haciendo —dijo Marta—. Pero aguantar no es lo mismo que vivir. Somos tus amigas, Lucía. Y las amigas no dejan que las otras se ahoguen.

—Lo tenemos todo organizado —añadió Silvia—. La estancia en la casa rural corre de nuestra cuenta. Nosotras pagamos la comida, el viaje, todo. Tú solo tienes que traerte a ti y a Sofía.

Lucía bajó la mirada. Le costaba aceptar ayuda. Pero más le costaba seguir hundiéndose en silencio.

—Pero… ni siquiera tengo ropa adecuada…

—Nos tienes a nosotras —dijo Marta con firmeza—. Nuria ha traído ropa de su hija. Está casi nueva. A Sofía le vendrá genial para el cole.

—Y te hemos preparado material escolar —dijo Javier, apareciendo en el recibidor con una bolsa—. Lápices, cuadernos, todo lo necesario.

—No… sé qué decir…

—No digas nada —Silvia la abrazó—. Solo piensa esto: te mereces algo más que problemas. Te mereces descanso, cariño y que te echen una mano.

Dos horas después, un coche lleno de risas salía de Madrid. Sofía dormitaba en el regazo de Lucía, abrazando su mochila nueva. Y Lucía miraba por la ventana, apretando el termo de café que Marta le había preparado. Por primera vez en mucho tiempo, sentía algo cálido en el pecho.

No había tenido suerte con su marido. Pero, al parecer, había tenido muchísima suerte con la gente que la rodeaba.

Rate article
MagistrUm
«Llegamos por ti»: cómo mis colegas me sacaron del abismo