La madre viene? ¡Cancélalo! ¡Va a venir mi ex!
Irene estaba junto a la cocina, donde los aromas de carne asada y especias llenaban el aire. Era uno de esos raros días en los que tenía tiempo de cocinar algo más elaborado que unos huevos fritos. Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y, sin volverse, gritó:
—Adrián, ¿recuerdas que mañana viene mi madre?
Unos segundos después, él apareció en el marco de la puerta, despeinado, con los ojos aún soñolientos.
—¿Qué madre? —frunció el ceño—. ¿Me lo habías dicho?
—¡Sí! ¡Hace días llegamos a ese acuerdo! —Irene cruzó los brazos—. Quedamos en que vendría el domingo.
Adrián se puso nervioso de golpe y soltó, sin pensar:
—Pues cancélalo. Mañana no puede venir. De ninguna manera.
—¿Y eso por qué? —preguntó ella, tensándose.
—Porque… viene Lucía.
—¿Qué Lucía?
—Bueno… mi ex —suspiró él.
Un silencio espeso invadió la habitación. Hasta que Irene rompió a toser, sin saber si reírse o gritar.
—¿Estás hablando en serio? ¿Quieres que mañana tu ex se quede aquí, justo cuando llega mi madre?
—¡No lo has entendido! No se queda a vivir, solo será una noche. Ha tenido una bronca con su novio y no tiene dónde ir. Serán un par de días, te lo juro. Lucía y yo ya no somos nada, ¿lo sabes? ¡Solo es una persona en apuros!
—¿Y no te preocupa cómo se verá? Mi madre llega y ahí está tu «amiga» del pasado paseándose por casa. ¡Qué bonito espectáculo!
—Diremos que es una amiga tuya. Tú eres buena actuando, ¡se lo creerán!
Irene puso los ojos en blanco, pero en el fondo ya imaginaba la escena: Lucía entrando por la puerta y llamándola “la esposa” nada más cruzarla. Le daba asco, pero también… curiosidad.
Al anochecer, sonó el timbre. En el umbral estaba Lucía: alta, segura, con un corte moderno y un bolso de boutique. Examinó a Irene con una mirada calculadora.
—Ajá, así que tú eres la legítima. Entiendo… Bueno, tranquila, solo serán un par de días. No te quitaré a tu marido.
Irene contuvo el impulso de contestar. Solo murmuró:
—La habitación es la de la derecha. Mi madre viene mañana… procura no llamar la atención.
Lucía entró, e Irene regresó a la cocina, donde la comida ya empezaba a enfriarse.
—Lucía, ¿cenarás con nosotros?
—¡Claro! Oye, ¿has hecho tarta? Aunque seguro que son bases compradas y mermelada del súper, ¿verdad?
—Pues no la comas —replicó Irene, aunque una sonrisa casi se le escapó.
Lucía, sin perder el tono, propuso de pronto:
—¿Quieres que te enseñe a hacer un buen postre? Mi abuela era cocinera, yo crecí entre fogones.
Así comenzó una velada que ninguna olvidaría. Hablaron como viejas amigas, de hombres, recetas y hasta de moda. Irene, por primera vez, se sintió más que “la esposa”. Sintió que podía impresionar. Lucía no era una enemiga… sino una aliada.
Por la mañana, Lucía salió temprano, y poco después llegó la madre de Irene, Carmen. Nada más entrar, el aroma del asado recién hecho la dejó boquiabierta.
—¿Tú has cocinado esto? —sus ojos se abrieron—. No me lo esperaba…
Irene asintió, orgullosa. Sabía a quién debía agradecérselo: a esa “ex”.
Por la noche, Lucía llamó:
—Irene, esta noche me quedo en casa. Jorge y yo hemos hecho las paces. Gracias por el vestido y por tu apoyo. Flipó cuando me vio en la cena… ¡ha dicho que ahora me llevará a todas sus reuniones! Y por cierto, firmamos el contrato. Eres genial. Mañana paso a por mis cosas… ¡y te daré un abrazo de amiga!
Irene colgó y miró a Adrián:
—Sabes, tenías razón. Es buena gente. Y quizá ahora sé quién soy. No solo una esposa. Una anfitriona. Una mujer con algo que ofrecer.
—Si hasta os habéis hecho amigas, esto ya lo flipas —Adrián levantó las manos en gesto de rendición.
—Pues no metas baza —sonrió Irene—, y todo irá bien.