Llamé a la policía porque escuchábamos ruidos extraños que venían de nuestro sofá. Nuestra perra nos alertó primero, y cuando llegaron los agentes, descubrieron algo espeluznante.
Nunca hubiera creído que un día tan normal pudiera convertirse en una pesadilla digna de una película de terror.
Esa noche, mi marido y yo estábamos tranquilamente en el salón. Nuestra perra, Lola, no paraba de dar vueltas alrededor del sofá, gruñendo y ladrando de una forma que nos puso los pelos de punta. Al principio, pensamos que era un capricho o que había oído algo fuera. Pero su insistencia empezó a inquietarnos.
Al prestar atención, yo misma escuché golpes sordos que resonaban desde dentro del sofá. Susurros, como si algo o alguien intentara salir. El corazón me latía con fuerza.
¿Sería un roedor atrapado? ¿Algún animal que se había colado en casa? Solo imaginarlo me erizaba la piel. Con la inquietud de Lola y nuestro propio miedo creciendo, al final decidimos llamar a la policía.
Minutos después, dos agentes llamaron a la puerta. Les explicamos la situación, casi avergonzados por molestarlos por algo que podía parecer una tontería.
Pero al acercarse al sofá, ellos también escucharon los mismos ruidos extraños. Tras una breve conversación, decidieron cortar la tela.
El silencio se volvió denso, opresivo, mientras la tela se rasgaba bajo sus cuchillos. Y entonces el hallazgo.
Cuando la tela cedió, el aire en la habitación pareció congelarse.
Los agentes se quedaron paralizados un instante, hasta que uno de ellos intercambió una mirada con su compañero. Allí, apretado entre el gomaespuma y la estructura de madera, había un gatito demacrado, temblando de miedo.
No podía creer lo que veía. ¿Cómo había llegado esa criatura a quedar atrapada allí?
Uno de los policías lo sacó con cuidado, y el pobre animal soltó un maullido débil pero desgarrador. Lola, nuestra perra, de inmediato se calmó y se acercó con precaución, como queriendo asegurarse de que el gatito estaba bien.
Más tarde supimos que el sofá, que habíamos comprado de segunda mano unos días antes, probablemente ya llevaba al animal dentro cuando nos lo entregaron. El vendedor no sabía nada, y el gatito, aterrorizado, no había podido salir por sí mismo.