«¿Llamas a tu suegra “mamá”? Descubre quién es realmente tu madre»

Hoy me ha vuelto a pasar. Cada vez que escucho a alguien llamar “mamá” a su suegra, se me eriza la piel. No es por mala leche, ni por envidia. Es que para mí esa palabra es sagrada. No es algo que se regale a la ligera. Una madre no es simplemente una pariente por matrimonio. Madre es quien te crió, pasó noches en vela, lloró de impotencia pero siempre seguía luchando por ti.

Tengo una amiga del alma, Lucía. Amigas desde la infancia, fue testigo en mi boda y yo en sus… tres bodas. Hemos compartido de todo, y pese a los hijos, las mudanzas y los líos de la vida, seguimos ahí la una para la otra. Siempre le digo:
—Oye, Lucía, ¿cuándo nos escapamos a bailar cuando los críos estén en la universidad?

El otro día fui a su casa porque me pidió un favor: llevarle medicinas de la farmacia. Ella no podía salir, el coche estaba en el taller. Al pasarle la bolsa, me dijo:
—No es para mí. Es que mamá no se encuentra bien.

Sonreí, asomé a la cocina y casi por inercia solté:
—¡Hola, tía Maribel! ¿Cómo estás?

Pero cuando la mujer se giró, me di cuenta: no era su madre. Era la suegra, la madre de su tercer marido. Y ahí estaba Lucía, llamándola “mamá” con ese tono dulce. Igual que hizo con las anteriores.

Recordé cómo fue con los otros dos. Con Álvaro, el primero, ya desde el primer día llamó “mamá” a su suegra.
—¿Estás loca? —le susurré—. ¡Ni siquiera la conoces! ¡No es tu madre!

Ella solo sonrió:
—Es estrategia. Le caeré bien, Álvaro estará contento, todo irá sobre ruedas.

Pero esa “mamá” luego le escupió a la espalda. Cuando Álvaro llegaba borracho a altas horas y Lucía le llamaba desesperada, la mujer solo respondía:
—Pobrecito, cariño, el hombre está cansado…

Dos años después, divorcio. Tuvieron un hijo, pero ninguna de esas “mamás” mostró interés ni por el niño ni por Lucía.

Con el segundo fue distinto. Esa suegra fue clara desde el principio:
—Ese mocoso no te interesa. Llévatelo a un orfanato si quieres, aquí no hay dinero para él.

Y aún así, Lucía la llamó “mamá”. Hasta que se dio cuenta de que detrás de esa palabra solo había crueldad. Por suerte, no tuvieron hijos y se separaron.

Ahora va por el tercero y la historia se repite. Las mismas palabras cariñosas, la misma esperanza ingenua de que, por decir “mamá”, la mujer se ablandará y será como una madre.

Pero no. No es así.

Lo digo por experiencia. Yo también tengo suegra. Y no solo nos llevamos bien… nos respetamos de verdad. Hablamos de todo, reímos juntas, cogemos cerezas en su pueblo o comentamos series. Pero nos llamamos por nuestro nombre. Y eso no nos impide ser más cercanas que muchas familias de sangre.

Porque “mamá” no es un trámite, ni una estrategia. Es una medalla que se gana. No se compra con sonrisas o atenciones. Una madre de verdad no es la que entra en tu vida por matrimonio, sino la que se queda para siempre.

Sí, a veces una suegra llega a ser más que la propia madre. Ocurre. Pero es la excepción, no la norma.

Así que cuando escucho:
—Mamá, ¿quieres un té?
—Mamá, ¿cómo estás?

Me pregunto siempre lo mismo: ¿es cariño? ¿O solo costumbre de fingir?

Hoy he comprendido algo: las palabras tienen peso. Y hay algunas que no deben gastarse en vano.

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