Llamada de un Hijo Descontento: Mi Decisión Inquebrantable

Hijo llamó quejándose de la vida. Lo supe al instante, pero mantengo mi decisión.

Soy madre de tres: dos varones y una mujer. Ya adultos, espero nietos, aunque sé que antes deben formar hogares. Hoy todo es distinto —modas de «parejas de hecho», retrasar bodas, alargar compromisos. Creí que mi labor terminaba al hacerlos autónomos, para entonces vivir en paz. ¡Error! La calma nunca llegó. Sigo desviviéndome por ellos. ¿Por qué recae todo en mí? Porque me uní a un hombre inútil, incapaz de cuidarse o criar, dejándome sola con el peso.

Explico. Mi mayor, Alejandro, desconfía del matrimonio. La pequeña, Lucía, eligió con astucia entre pretendientes, sin perder el norte. Ahora lleva dos años con su prometido en un pueblo cerca de Alcalá de Henares. Por ella respiro.

Pero el mediano, Javier, ¡me añade canas! En la universidad se instaló con una chica. «¡Me caso, mamá!», anunció. Pero su «amor eterno», Natalia, resultó zorra: le sacó dinero —a él y a mí— antes de huir con otro. Golpe brutal. Alquilaban piso, siempre faltaba liquidez. «¡No tengo para el alquiler!», suplicaba cada mes. Preguntaba: «¿Por qué no pagan juntos?». Él: «Natalia ahorra para un regalo a su madre». Y cedía, enviando euros para que no abandonase los estudios.

Tras la ruptura, pensé: «Que le sirva de lección». Bajo mi vigilancia, Javier terminó la carrera. Creí que maduraría. ¡Nada! Los necios tropiezan dos veces con la misma piedra. Llegó Raquel. «¡Es increíble, mamá!», decía embobado. Al principio, la chica parecía sensata. Hasta me ilusioné. Se mudaron a Valencia, alquilaron apartamento. Y la historia se repitió: escasez constante.

Javier ganaba un sueldo decente —¡familias enteras viven con menos!—, pero para dos adultos era «insuficiente». Raquel pasaba meses sin empleo: «No encuentro», «Estoy enferma», «El ambiente es tóxico». Llevan cinco años en esa «relación de pareja». Y durante cinco años, mes tras mes, transferí fondos. Pequeñas cantidades, ¡pero constantes! Sabía que debía cortar, pero cuando gemía: «Mamá, no tengo ni para pan», el corazón se desgarraba. ¿Cómo negarme?

Intenté abrirle los ojos: «¡Esto es absurdo! ¿En qué malgastáis el dinero? Con lo que ganas, debería sobrar». Él replicaba: «Nunca te gustó Raquel». Hablaba con un muro. ¿Qué hacer? La angustia me carcome.

Ayer, otra llamada. Voz quebrada: dejó el trabajo, sin ahorros, perdido. Raquel ahora gana sueldo, pero he aquí el dilema: el dinero de él es «de ambos», el de ella, solo suyo. ¿Qué clase de equidad es esta? Escuché sus lamentos y adiviné el final: pediría «un préstamito» para sobrevivir el mes.

Pero juré: ¡basta! Firme, como sentencia. Que se las arreglen. Que Raquel lo sostenga o que él despierte. Mi paciencia se agotó. No seré su salvavidas eterno. El corazón duele, las lágrimas asoman, pero aprieto los dientes: ni un céntimo. Ahora pregunto: ¿cómo resistir? ¿Cómo no ceder cuando vuelva a llamar? ¿Cómo mantener mi palabra si el instinto grita «¡Ayúdale!»? Quiero un hombre, no un niño aferrado a mis faldas. ¿Dónde hallar la fuerza?

Rate article
MagistrUm
Llamada de un Hijo Descontento: Mi Decisión Inquebrantable