Listo para perdonar y aceptar de nuevo – no lo conseguirá

Querido diario,

¿Crees que voy a seguir corriendo tras ti? le dije a Cayetana, mientras ella me escupía con la boca llena de desprecio. Ya tengo a un montón de chicas como tú al alcance de la mano.
Entonces compra tú tu propio montón y déjame en paz.
¿A quién le sirvo yo?

Hay un refrán que dice: Lo que está limpio en la mente,. Si la frase la hubiera vivido Cayetana, crianda en un barrio de la periferia de Madrid y con un padre que pasaba más tiempo en el bar del barrio que en casa, la habría retorcido hasta convertirla en lo que está limpio en la mente, lo que está borracho en la acción. Porque, después de unas copas, la gente no solo dice lo que piensa, también actúa de forma totalmente distinta.

Su padre, un hombre que nunca ocultó nada a la familia y que bebía con la misma serenidad con la que se sentaba a leer el Correo, siempre lograba ordenar su casa aun estando empapado de licor. Cuando se marchaba a la finca con una caja de aguardiente, la rutina era: se despierta, se emborracha, se vuelve a dormir durante una semana. Al volver, la casa seguía como si nada hubiera pasado y la vida continuaba su cauce apacible.

A su lado, la vecina tenía un marido que la acosaba como si fuera una sombra. Llegó el día que una mujer con dos hijos se refugió en el apartamento de Cayetana, lamentándose de la suerte que tenía su vecina por tener un marido calmado. Cayetana, sin embargo, sabía que la madre había abandonado a su propio amante cuando éste se pasaba de copas.

Desde pequeña, su madre le repetía que si el hombre se emborracha, no es necesariamente un delito; hoy todo el mundo o se bebe, o juega, o se entrega a alguna otra adicción. En la época actual, la gente alivia el estrés con una copa. Pero si bajo el efecto del alcohol hace cosas que no debería, hay que cortar con esa persona sin ofrecer segundas oportunidades.

Cayetana nunca concedía chances. Así, entre su círculo se formó la reputación de una mujer que no toleraba la borrachera. Nadie la tomaba en cuenta cuando, de vez en cuando, aceptaba un par de copas por una ocasión especial; la norma era: no se bebe junto a ella, punto. Por eso su tercer novio, tras romper con los dos anteriores por sus meteduras bajo la influencia, juró no beber nunca.

Con él todo parecía ir bien, pues él era sobrio y ella había visto, desde niña, la variedad de bebedores que había en su entorno. Pero, como suele pasar, el destino le jugó una mala pasada. Cuando conoció a Nicolás, un estudiante que había terminado el curso un año antes y que se mezcló con sus compañeros de clase, la cosa se tornó un caos.

Todo empezó con una reunión para celebrar la aprobación de los exámenes. Cayetana estaba terminando su último año, y Nicolás, con su grupo de amigos, se coló en la fiesta. Allí no faltaban copas, tapas escasas y risas que, entre sorbos, provocaban ideas disparatadas como juguemos a los retos. Uno de sus compañeros la obligó a cantar en karaoke, diciendo que siempre se negaba a subir al micrófono. ¡Qué cariñosa soy, siempre cuidándolos, aunque no quieran nada de mí! pensó Cayetana en su interior, pero aceptó y cantó una sola estrofa antes de que el mismo compinche le arrebatara el micrófono.

Después, surgió la típica partida de copia la tarea. Todos los que estaban allí compartieron sus apuntes, y la tímida Katia, temblorosa, se retiró a su habitación a buscar los suyos. Algunos bailaban, otros charlaban, y en medio del desorden, Nicolás, que seguía sobrio como una estatua, recibió la orden de besar a Marina, amiga enamorada de él. Sin dudarlo, se acercó a la rubia sonrojada y la besó largamente, mientras Cayetana observaba atónita.

El momento se quebró cuando, de pronto, una botella de refresco pegajoso se derramó sobre la pareja besándose. Cayetana, furiosa, soltó una palabrota que resonó en la habitación y salió disparada a la calle. El aire frío le golpeó la cara y estuvo a punto de llorar como un niño herido.

¡Cayetana! gritó Nicolás cuando un taxi frenó frente a ella. ¡Espera!

Se subió al asiento trasero, dio la dirección de su casa y, como milagro, agarró su bolso, sus tarjetas y el móvil antes de que el coche se alejara. Su madre, al verla llegar, no le hizo preguntas, solo le sirvió una taza de té caliente y le dijo que todo se arreglará, la harina se volverá a moler.

Mamá, volveré a casa. Mañana recojo mis cosas del piso de él y me mudaré. preguntó.
¿Por qué lo preguntas? Tu hogar siempre ha sido tu refugio, tú misma lo decidiste. Puedes volver cuando quieras; la habitación está libre, los muebles siguen allí, y ni yo ni tu padre nos ocuparemos de nada.

Con esa seguridad, sintió que podía seguir adelante sin volver a caer en la dependencia. Cuando abrió la puerta de su apartamento, Nicolás la recibió con una frase que le sacó sangre de los labios:

¿Dónde has estado toda la noche?

Eso ya no es asunto tuyo replicó ella, mientras se dirigía al dormitorio a recoger sus pertenencias y meterlas en una bolsa grande de cuadros. Dos bolsas bastarían, luego llamaría un taxi y dejaría atrás esa relación como un mal sueño.

¿Te vas a largar así, sin despedida? le espetó él. ¿Cómo puedes besar a mi compañera de clase y pensar que no es una infidelidad?

No es infidelidad, es solo un beso, y me lo mandaron como tarea. Si me pidieran sentarme en el regazo de alguien o bailar medio desnuda, ¿sería lo mismo? respondió ella, intentando no perder la calma.

No se compara. Yo cumplí lo que me tocó, tú no. contestó él, mientras ella recordaba que él había dicho: ¿Crees que voy a seguir corriendo tras ti? Ya tengo a un montón de chicas como tú al alcance de la mano.

Entonces compra tú tu propio montón y déjame en paz replicó ella con la misma voz.

Al final, resultó que Cayetana halló otro amor seis meses después, un hombre razonable que, a diferencia de los anteriores, no se empeñaba en beber. Por suerte, la cuarta vez le salió bien.

Mientras tanto, Nicolás sigue cruzándose con ella en la calle, intentando convencerla de que todo fue una invención suya, que ella se destruyó a sí misma y que sufrirá por ello, pero él, con su buen corazón, siempre está dispuesto a perdonarla y aceptarla de nuevo.

La verdadera lección que he sacado de todo esto, querido diario, es que el alcohol puede nublar la razón, pero la decisión de alejarse de quien no nos respeta es siempre clara. No importa cuántas veces uno caiga, lo importante es levantarse con la cabeza alta y aprender a valorar la propia dignidad.

Nunca vuelvas a permitir que una borrachera dicte tu vida.

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MagistrUm
Listo para perdonar y aceptar de nuevo – no lo conseguirá