Al fin libre del embrujo
Ya en cuarto de ESO, Almudena notó que su compañero Javier la buscaba con la mirada por todos lados. A veces sentía, incluso con la nuca, que sus ojos le atravesaban como si le perforaran la espalda; de pronto él giraba la cabeza y sus miradas se cruzaban.
¡Almudena, qué pasada! se rió Rita, su mejor amiga, ese Javier no te suelta la vista, yo lo entiendo perfectamente.
Lo sé, me siento como si me perforaran con esos ojos negros respondió Almudena sonriendo, aunque por dentro se revolcaba de gusto. Le gustaba el chico.
Al fin Javier se armó de valor. Una tarde, al terminar clase, la esperó en la puerta del instituto y, con un temblor que no logró ocultar, dijo:
Almudena, ¿te acompañaría a casa?
Almudena se puso como una estatua, pero Rita le dio un empujoncito y aceptó.
Vale, pues vamos, al fin coincidimos de camino fingió indiferencia, aunque el corazón le daba saltos de alegría mientras caminaban y Javier le contaba cosas sin parar. Así nació su amistad, que pronto se transformó en amor de instituto. En poco tiempo todo el cole sabía que eran pareja. Javier estaba siempre al lado de Almudena y, si algún alumno de otro curso intentaba hablarle, él la defendía a golpes.
Almudena siempre había sido una chica muy guapa. Cuando entró en primero, la profesora Elena, sin pelos en la lengua, exclamó:
¡Madre mía, Almudena, qué ojitos más bonitos!
Al acercarse el final de la secundaria, Almudena y Javier decidieron apuntarse al mismo grado en la Universidad Complutense. Aprobaron los exámenes de acceso, el acto de graduación y, como quien dice adiós a la infancia, se lanzaron a la vida adulta. Tras el examen, Javier, con una sonrisa de oreja a oreja, propuso:
Mañana vamos a mi casa de campo en Segovia, que sea con noche incluida. Celebramos lo que hemos sacado, que hemos sido unos cracks.
Almudena percibió que Javier insistía cada vez más en acercarse, y ella, aunque le gustaba, empezaba a temer perder a su Ilichito, a quien ya consideraba indispensable.
Somos mayores, ya puedes dejar a un lado los principios. Ya nos pasará, ¿no? Tú liáste a Romeo y Julieta, que también eran jóvenes y nadie los juzgó. Al contrario, todos admiraban su amor la tentó Javier.
Almudena escuchó en silencio, asintió de casualidad, pero le daba miedo. Tenía miedo de perder a su Ilichito, a quien ya había acostumbrado a su rutina.
Pues, Almudena, ¡espera, acepta!
No sé, capaz mamá no me deje ir a la casa rural, y mucho menos a dormir allí.
Pues dilo, que mis padres estarán allí. ¿No sabes inventar excusas?
Pedir permiso a su madre resultó más difícil que una partida de dominó con la abuela. La madre, con voz severa, respondió:
¿Qué vas a inventar ahora? No te dejo. Sé lo que vais a hacer y después me toca limpiar el desorden.
Mamá, los padres de Javier también estarán, y su hermana mayor mintió Almudena sin pestañear. ¿No confías en mí?
La madre, tras pensarlo un momento, encogió los hombros:
Vale, ve. Al fin y al cabo, no se te puede vigilar todo. Aunque, admito, es raro que una chica vaya a casa de su novio.
En el autobús, Almudena se aferró a la mano de Javier, nerviosa, y él parecía igualmente inquieto. Imaginar lo que sucedería le jugaba una mala pasada. Cuando cruzaron el umbral de la casa, Javier la llevó de la mano a una habitación con un sofá. Al ver el sofá, Almudena intentó echarse atrás.
Tranquila, no pasa nada dijo él, suavemente, rodeándola y acomodándola sobre el sofá.
Almudena se sintió incómoda, la luz era demasiado brillante.
Mira, aquí hay luz exclamó Javier, tiró de las cortinas y, de golpe, se abalanzó sobre ella.
Almudena, con la última fuerza que le quedó, se impulsó del sofá, salió corriendo de la casa y se lanzó a la calle. No había autobús, pero justo al doblar la esquina la encontró Javier.
Te acompaño dijo sin mirarla, y no me vengas con esas excusas ridículas.
En la fiesta de fin de curso no volvió a acercarse a ella; Rita intentó preguntar, pero Almudena se quedó muda. Tras la graduación, Javier nunca volvió a llamarla. Una semana después, cansada de su orgullo, Almudena decidió marcarle, pero contestó su hermana.
Javier se ha mudado a Barcelona para estudiar, ¿no lo sabías?
Han pasado veinte años. Almudena se casó con Óscar, tuvieron una hija y llevan una vida tranquila. Javier, de vez en cuando, aparecía en sus recuerdos, aunque nunca volvía a llamarla. Una noche volvió a soñar con él: caminaban de la mano por un campo de margaritas y, a lo lejos, el sol brillaba sobre un río. Ella sonreía mientras él la miraba con melancolía, como despidiéndose, y al final soltó su mano y desapareció.
Almudena despertó, miró a Óscar y soltó un suspiro de alivio.
Duerme como una piedra, siempre a gusto con la siesta…
Aunque era temprano, se levantó en silencio, se dirigió al baño y, al pasar por la habitación de su hija, la vio dormida, con el pelo rubio esparcido sobre la almohada. Bajo la ducha, pensó:
¿Por qué sigo soñando con Javier? Cada vez que despierto me siento fuera de lugar, me da una melancolía que me hace criticar a Óscar ¿Será que no debí casarme con él? Llevamos años sin pasión, sin romance, pero todo está muy ordenado, como un horario de la empresa.
Preparó el desayuno y, mientras Óscar salía de la habitación, se sentó a la mesa. De repente sonó el móvil.
¡Almudencita! exclamó Rita con voz alegre, lo siento por llamarte tan temprano, pero ¡tenemos una reunión de antiguos! Este año se cumplen veinte años desde que nos graduamos.
Almudena había faltado ya dos veces a esos encuentros.
¡Vaya, Rita! Sigues siendo la organizadora incansable. ¿Cuándo?
El sábado que viene.
¿Ese sábado? Óscar y yo íbamos a pasar el fin de semana en la casa de sus padres
No importa, lo podemos mover. Ya has faltado dos veces, ¿no?
Tenía mis razones
Anda, Almudencita, no te pongas a escatimar. Si no vienes, vamos a ir todos a tu casa a protestar.
Almudena rió.
¿Dónde nos vemos? ¿En un restaurante?
¡En el restaurante El Buen Gusto! No lo adivinaste, ¿eh?
¿Y el plan?
Vamos a celebrar en la casa de Javier.
Almudena se quedó boquiabierta.
Pues no es casualidad que me haya aparecido en sueños pensó.
Te cuento, Javier se ha comprado una casa de dos plantas en la sierra, y nos ha invitado a todos.
¿Y su mujer? No me lo había dicho.
Se ha ido a Turquía con su hijo, así que no hay problema. Yo ya estoy divorciada Pero tú tienes que ir.
Vale, dime la dirección respondió Almudena. Óscar está a punto de irse a trabajar.
Óscar, al salir, refunfuñó:
¿Qué vas a hacer con esos compañeros de clase? ¿No los has visto nunca?
No les he visto replicó Almudena. Y de paso, no te pido permiso; simplemente lo hago. Ya estoy cansada de la rutina: cocinar, limpiar, lavar, como una esclava.
Óscar, intentando ser amable, le respondió:
Pues, esclava, no te quejes. A veces el marido parece un tirano, pero no tengo nada en contra. Si quieres, compra un vestido nuevo, ¿qué dices?
¡Gracias! Lo haré, tengo que verme bien.
Almudena no podía dejar de pensar en el reencuentro y, la noche anterior, no lograba conciliar el sueño. Veinte años habían pasado desde aquel día de graduación.
El encuentro
Almudena bajó del taxi frente a las altas puertas del club de antiguos alumnos y pulsó el timbre. Tras un minuto, la puerta se abrió y allí estaba Javier, alto, guapo y de aspecto impecable.
¡Buenas, parece que ha llegado la invitada! dijo con voz aterciopelada, y ella sintió un escalofrío. Pasa, a menos que sigas con la misma timidez de siempre.
¡Ey! respondió Almudena y entró en el patio.
Javier la abrazó y la besó en la mejilla.
¡Qué guapa estás! Más guapa que nunca, casi da pena.
Al ver sus ojos oscuros, Almudena se sonrojó, bajó la cabeza y siguió caminando hacia la casa. Javier la alcanzó, tomó su mano y la introdujo dentro.
¡Almudencita! exclamó Rita, corriendo a abrazarla.
Los demás fueron despidiéndose poco a poco; la noche se iba acabando. Tras los últimos apretones, se sentaron a la mesa. Los amigos compartían anécdotas, las chicas se miraban y reían, preguntándose quién tenía hijos y de qué se ocupaban.
La música sonaba y Javier invitó a Almudena a bailar.
¿Qué tal la vida? le preguntó.
Bien, veo el mundo con nuevos ojos. Tengo mil cosas, mi negocio está creciendo, y me tengo que mover por todos lados respondió él, con aire de empresario.
Cuando la fiesta estaba a punto de terminar, Javier se acercó a Almudena.
Quédate, ayúdame un momento con la mesa dijo, señalando los platos.
No sé… dudó ella.
¡Vamos, que alguien tiene que hacerlo! exclamó Rita, con una sonrisa pícara.
Almudena suspiró y accedió.
Cuando todos se fueron, Javier se acercó de nuevo, tomándole las manos.
Todo esto del servicio era solo una excusa para que te quedaras
¿Por qué? preguntó ella, intrigada.
No lo sé rasgó él, rozando su nariz con su mejilla. Al verte, recuerdo lo mucho que te he echado de menos todos estos años.
Sus labios rozaron su cuello.
Almudena, eres eres dijo, quitándose la chaqueta y tirándola sobre el sofá. Imagina que estoy harto de todo: la esposa, las mujeres que solo quieren dinero, y tú, tan fresca y bonita
Almudena sintió como si le hubieran echado agua hirviendo.
¡Mujeres disponibles! ¡Yo soy solo una distracción! exclamó. No cambiaré nada con mi marido por un tonto como él.
Se levantó de un salto, empujó a Javier y salió del piso. Al cruzar la puerta, sonó su móvil; era Óscar.
¿Te paso a buscar? preguntó su voz cálida.
No, ya he llamado un taxi, llegaré sola contestó intentando sonar serena. Gracias, cariño, eres el mejor.
¡Eso era! rió Óscar. Te espero.
Almudena subió al taxi, y mientras el coche arrancaba escuchó la voz furiosa de Javier:
¡Qué te pasa, te vas a escapar otra vez, bellota!
Cerró la puerta del taxi y el vehículo se alejó. Pensó:
Que se enfade, que se reviente de ira. Que vuelva a su fría casa. Yo me siento liberada, por fin he roto sus cadenas. Para siempre.






