**Diario de un día escolar**
Iba bajando las escaleras del colegio después de un bocadillo en el comedor cuando, al pisar el primer peldaño, escuché un susurro debajo. Me agaché y vi a Luisito y a Dani escondidos.
—¿Qué hacéis aquí?
—Nada. Sigue tu camino —respondió Luisito con desdén.
En ese momento, sonó el timbre. Ambos salieron corriendo del escondite, guardando algo en los bolsillos, y los tres subimos las escaleras de dos en dos hacia nuestra clase de segundo piso. Entramos los últimos.
La señorita Lucía escribía en la pizarra los ejercicios del examen. Todos nos sentamos rápido, mirando de reojo mientras escondían los libros bajo el pupitre. La profesora se giró de golpe y la clase enmudeció.
—Si pillo a alguien copiando, suspenso directo —dijo con firmeza, mientras sus mejillas se teñían de rojo.
Volvió a la pizarra, y el murmullo de hojas recomenzó.
Lucía Martínez era la profesora más joven del instituto, recién salida de la universidad. Intentaba parecer severa detrás de sus gafas de pasta negra, aunque sin graduación, solo por aparentar autoridad. Cada vez que alzaba la voz, se ruborizaba. Y a mí me gustaba.
Desde que se lo dije en confianza, todos la llamábamos “Lucía” o “seño Lucía”. Este año, además de darnos matemáticas, era nuestra tutora. Los chicos, y algunas chicas, se aprovechaban de su inexperiencia. A veces, cuando la clase se descontrolaba, ella balbuceaba pidiendo orden. Una vez, creí que iba a llorar. No lo soporté, me levanté y grité:
—¡Basta! ¿Estáis locos? Ella se esfuerza por nosotros. Si no queréis aprender, al menos no molestéis.
El silencio fue total. Dani soltó una risita y dijo que yo estaba enamorado. Le callaron al momento. Desde entonces, la clase se portaba mejor.
La seño Lucía terminó de escribir los ejercicios, y entonces, unos pequeños papelillos lanzados con una pajita le cayeron en la espalda. Algunos se quedaron enredados en su pelo.
Los sacudió con gesto de asco, como si fueran cucarachas. Alguien rio. Miré hacia atrás, donde estaban Luisito y Dani, imperturbables, pero sus sonrisas pícaras los delataron. *Ah, con que eso hacían bajo las escaleras… preparando su sabotaje.*
—Abrid los cuadernos —dijo Lucía con voz tensa.
Todos obedecieron, pero el susurro no cesó.
—Quienes están a la izquierda, hacéis el ejercicio uno; el resto, el dos —añadió, sentándose en su mesa.
Mientras todos fingían concentrarse, yo les enseñé el puño a los revoltosos. Otro disparo de papelillos voló, pero esta vez alcanzó a las chicas de delante.
—¡Seño! ¡Luis y Dani están tirando cosas! —protestó Marta.
—¿Nosotros? ¡Ni hablar! —se defendió Luisito, levantándose.
Entonces, yo lancé un bola de papel bien apretada. Le dio en la cara.
—¡Ay! —gritó, llevándose la mano a la mejilla—. ¿Lo veis?
—¡Javier! —La voz de Lucía retumbó en el aula—. Esto no esperaba de ti. El cuaderno de notas, ahora. ¡Suspenso en el examen!
Con la cara roja, anotó la falta en el cuaderno y me lo devolvió, añadiendo:
—Mañana vienen tus padres.
Esa noche, mi padre me preguntó:
—¿Qué tal en el instituto?
—Bien. La tutora quiere verte.
—¿Qué has hecho?
—Nada.
—Por nada no llaman. Cuéntame.
Le expliqué lo del examen, los papelillos de Luisito y Dani, cómo me defendí. Mi padre frunció el ceño.
—O sea, te castigaron por hacer lo correcto.
Me encogí de hombros.
—Debería mandarte con tu abuela —murmuró, aunque no sonaba convencido.
—Papá, no miento. No quiero irme.
—Luego lo hablamos.
Dio media vuelta hacia la tele. Sabía que era inútil discutir.
**Al día siguiente…**
Mi padre apareció en el instituto durante su descanso. La seño Lucía estaba en la sala de profesores, corrigiendo los exámenes.
—Buenas, soy Carlos Martín, padre de Javier —dijo al entrar sin llamar.
Lucía se ajustó las gafas. Mi padre era alto, fuerte, con ese aire que hace girar cabezas. La profesora se levantó, nerviosa.
—Lucía Martínez, tutora de su hijo.
Intentó ponerse seria, pero bajo la mirada de mi padre, su voz tembló. Él la interrumpió:
—Mi hijo no hizo nada malo. Le suspendiste y expulsaste de clase.
—Luis y Dani querían evitar el examen. Javier los defendió usando sus mismos métodos —explicó ella, como si estuviera dando una lección.
Mi padre la observó. *Joven, bonita, disfrazada de maestra estricta. Sin hijos, pero intentando educar a los nuestros.*
Lucía se ruborizó y se pareció más a una estudiante que a una profesora.
—Javier perdió a su madre hace medio año. No quería que lo supieran, para que no le tuvieran lástima —confesó mi padre, sin planearlo.
—No lo sabía… —murmuró ella.
—Bueno, asunto cerrado. Debo irme —dijo él, pero no se movió.
Se miraron hasta que ella reaccionó.
—Sí, claro.
—Hasta luego. —La sonrisa de mi padre aceleró el corazón de Lucía.
**Tarde inesperada**
Después de clase, Lucía me llevó a su casa.
—¿Por qué?
—Para que hagas el examen. ¿O prefieres un suspenso?
Me senté a resolver problemas más difíciles que los del aula. Cuando terminé, ella revisó mi trabajo y me puso un sobresaliente.
—Toma, este libro te ayudará —dijo, mientras una foto se deslizó de entre sus páginas.
Un hombre de uniforme blanco sonreía al sol.
—Mi padre. Era capitán de barco.
—¿Era?
Murió.
De pronto, sentí que nos unía algo más que ecuaciones.
**Y entonces…**
Los rumores empezaron cuando mi padre y Lucía fueron vistos juntos. En el instituto, Luisito bromeó:
—Pronto tendrás una madrastra.
Le di un puñetazo.
La directora llamó a Lucía:
—Una profesora no puede salir con el padre de un alumno. Es poco ético.
—¿Ir al cine es inmoral? —replicó ella.
—Eres libre, pero no con él. Presenta tu renuncia.
Esa noche, hablé con mi padre:
—¿Es verdad? ¿Vas a casarte con ella?
—Sí, hijo. Me enamoré. Espero que lo entiendas algún día.
—La han echado del instituto. Por tu culpa.
—¿Qué? —Se puso en pie—. Voy a verla.
—Yo también.
En su casa, Lucía nos recibió sin gafas, vulnerable.
—Me obligaron a renunciar —dijo.
—Lo siento. Podemos irnos a otra ciudad —propuso mi padre.
—Papá… —tiré de su manga—. Los amo a los dos. Me iré adonde sea.
Lucía y mi padre se miraron.
—¿Dices que…?
—Que los quiero.
**Epílogo**
Se casaron a los tres meses. Nos mudamos. Lucía encontró trabajo en un nuevo instituto, donde estudié.
Nueve meses después, nació mi hermanita.
Así fue como una clase de matemáticas unió a dos personas. ¿O no fue casualidad?