El ambiente en la cocina vibraba como una cuerda a punto de romperse. Andrés abrió la nevera, sacó una cerveza y, sin mirar a Lucía, murmuró:
—Raquel me dijo que te negaste a dar dinero para el restaurante.
Lucía contuvo la respiración.
—¿Negarme? ¿Eso fue lo que te contó? —Se levantó de la silla, manteniendo la compostura—. Ni siquiera lo mencionaste hasta que ella llamó para imponer sus condiciones.
Él se giró, frunciendo el ceño.
—Vamos, no lo hace por ella. Mamá no cumple ochenta todos los días.
—¿Y está bien que decida por nosotros? ¡Cuatrocientos euros, Andrés! —Lucía bajó la voz, recordando a su hijo dormido—. ¿Te parece normal?
Andrés encogió los hombros.
—Es para mamá. Raquel hizo todo el esfuerzo.
—Claro, esfuerzo con nuestro dinero —replicó ella, cruzando los brazos—. ¿Cuándo hablamos tú y yo de esto? Nunca. Ella decide, tú asientes.
—Deja de exagerar —espetó él, sirviéndose un trago—. Solo quiere ayudar.
—¿A quién? ¿A nosotros? ¿O a su ego? —Lucía apretó los nudillos—. Cada vez es lo mismo: «necesito esto, préstame aquello». Y después desaparece.
Él evitó su mirada.
—¿Qué quieres que haga? Es así. Si tanto te molesta, habla con ella.
—Ya lo hice —cortó ella—. Y según Raquel, es «nuestra obligación».
—Bueno, ella carga con todo. Su vida no es fácil.
—¿Cargar? —Lucía soltó una risa amarga—. ¡Andrés, solo sabe aprovecharse! Y tú la consientes.
La discusión se ahogó en silencio. Él murmuró algo incomprensible y se marchó, dejándola sola con su indignación.
***
A la mañana siguiente, el móvil vibró. Lucía contestó con sequedad:
—Dime, Raquel.
—¡Hola, prima! ¿Tienes un momento? —la voz sonaba dulce como la miel—. Necesito un favorcito. Empecé un negocio online con una vecina… ¿Me prestas tu tarjeta un par de días? Te devuelvo hasta el último céntimo.
—No —respondió Lucía sin vacilar—. Ni lo sueñes.
El silencio del otro lado se cargó de tensión.
—¿Desconfías de mí? ¡Somos familia!
—Justo por eso digo que no —replicó ella, conteniendo un suspiro—. Adiós, Raquel.
Colgó, sintiendo alivio y rabia a partes iguales. Esa noche, cuando Andrés llegó del trabajo, el conflicto estalló:
—Tu hermana pidió mi tarjeta. Le dije que no.
—¿En serio? —él arqueó una ceja—. ¿Ni siquiera podías ayudarla un poco?
Lucía lo miró fijamente.
—¿Ayudar? ¿O financiar sus caprichos? Basta ya, Andrés.
***
En la reunión familiar, Raquel dominaba la conversación:
—¡Nuestra tienda online será un éxito! Invertimos hasta el último euro —declaró, rodeada de tíos y primos.
Lucía alzó la voz con calma glacial:
—¿Invertimos… o invertimos el dinero ajeno?
Todos guardaron silencio. Raquel palideció.
—¿Qué insinúas?
—Que pediste mi tarjeta. Y que aún debes los doscientos euros del coche.
—¡Son tonterías! —exclamó Raquel, levantándose—. ¿Por qué armar un escándalo?
—Porque tú cruzas todos los límites —Lucía no apartó la mirada—. La familia no es tu banco personal.
Raquel salió corriendo, entre murmullos. Andrés se levantó, dolido:
—¿Era necesario humillarla?
—¿Y era necesario permitirle todo? —replicó Lucía, firme—. Hasta aquí.
Él se marchó sin responder. Esa noche, Lucía recibió un mensaje: «Necesito espacio».
Sentada en el sofá, sabía que había hecho lo correcto. Pero el sabor de la verdad se mezclaba con la amargura de una victoria solitaria.