Le reprochaba a mi marido que vivía en mi piso; un fin de semana hizo las maletas y se fue.

Hace ya muchos años, tuve una discusión con mi esposo por vivir en lo que yo llamaba mi piso. Tras aquella disputa, él hizo las maletas un sábado cualquiera y se marchó.

No hace mucho, viajé con mi familia a un pueblo de la sierra y allí nos contaron una historia curiosa, que aún resuena en las sobremesas de la plaza. Es la historia de Ángela, exmujer de Luis. Su matrimonio había durado más de veinte años. No conozco todos los detalles, solo lo que me han contado los vecinos del lugar.

Después de casarse, los padres de Ángela entregaron a la joven pareja un piso en la calle Mayor de Segovia. En aquellos tiempos, Luis trabajaba en un taller de carpintería, y Ángela en la administración del ayuntamiento. Sus sueldos no eran malos; con lo que ganaban podían vivir sin apuros. Luis era un manitas, y todo lo que era necesario en casa, lo arreglaba él mismo.

Tuvieron un solo hijo, Tomás, que desde chico mostró un carácter áspero y demasiado confiado. La madre le consentía todo, mientras que el padre trataba de ponerle límites. Las discusiones en la casa eran constantes por esta diferencia de opiniones. Luis insistía en que su hijo debía crecer siendo independiente y responsable.

Cuando Tomás era aún pequeño, el padre intentó enseñarle a trabajar, a dar valor a las cosas hechas con las manos y a resolver los problemas del día a día, como arreglar una silla o cambiar un grifo. Al principio, sus enseñanzas interesaron al niño, pero pronto perdió el entusiasmo.

Ángela prefería otro método de educación. Le decía a Tomás que él no tenía necesidad de hacer esas cosas ni esforzarse. Le compraba regalos caros, siempre complaciéndole los caprichos. Esto acabó haciendo de Tomás un chico perezoso y acostumbrado a tenerlo todo sin esfuerzo.

Esta discordia afectaba cada vez más la relación matrimonial. Luis y Ángela discutían a menudo. Cuando Tomás terminó el bachillerato y se matriculó en la universidad, los padres costearon sus estudios. Sin embargo, Tomás apenas tenía interés por las clases y sus notas eran mediocres.

¿A quién tenemos aquí? ¡A un chico al que todo se le da hecho! No quiere mover un dedo. ¿También vas a buscarle tú trabajo? ¡No, déjalo, mejor que siga a tu costa! le espetaba Luis a Ángela.

¿Y solo yo tengo que hacerme cargo? También es tu hijo
Ya no es ningún niño, Ángela, cumple dieciocho dentro de nada. Es hora de dejarle que tome su propio camino. Te lo advertí mil veces, pero nunca me escuchaste. Si me hubieras dejado, habría criado a un hombre de verdad. Pero no quisiste, y ¿ahora qué tenemos?

¿Y tú? ¿Te gusta tu vida? Llevas años en mi piso y ni siquiera te has comprado uno propio. Buen trabajo sí, pero solo sabes exigir tus derechos. ¿Y tú eres el que va a decirme cómo criar a nuestro hijo?

¡De eso mismo estamos hablando ahora! Jamás pensé que acabarías echándome en cara el piso. Te recuerdo que fue un regalo de boda para los dos. Trabajé mucho para que todo saliera bien, y lo conseguimos. No todos tienen la suerte de contar con un buen hogar. ¿Y ahora sales con estas cosas? Me has decepcionado

Ángela suspiró y se marchó de la habitación. A raíz de esa disputa la relación cayó en picado. Tomás se alineaba con su madre y ni respondía cuando el padre le pedía ayuda. Siempre tenía excusas para estar ocupado. Luis se dio cuenta de que ya no le necesitaban.

Aquel fin de semana empaquetó sus cosas y se marchó. Resultó que durante años había ahorrado euros suficiente para comprar una pequeña casa a las afueras de nuestro pueblo, soñando con un retiro tranquilo junto al Duero, en compañía de Ángela. Pero la vida llevó a Luis por otro camino, y en pocos meses reformó aquella casita con sus propias manos. Pronto conoció a una viuda llamada Carmen. Han pasado ya dos años y desde entonces conviven, disfrutando de la paz de la tierra castellana.

¿Y qué ha sido de Ángela y Tomás? Nunca han llamado a Luis, ni siquiera una carta. Así es la vida, como una canción vieja que algunos aún recuerdan en las noches de verano.

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Le reprochaba a mi marido que vivía en mi piso; un fin de semana hizo las maletas y se fue.