Le pedí a mi madre que cuidara de sus nietos para irme de viaje, pero al regresar solo encontré a dos niños muertos: ‘Creía que los quería muchísimo, pero quién iba a imaginar…’

**Diario de un padre destrozado**

Llegué a casa exhausto pero contento después de tres días de viaje con mi esposa. Era la primera vez en años que Carolina y yo nos íbamos solos, sin los niños. Dejamos a nuestros dos pequeños, Lucía (6) y Mateo (4), al cuidado de su abuela, Margarita, una enfermera jubilada de 68 años que siempre decía adorar a sus nietos.

Yo había dudado. Últimamente, Margarita se olvidaba las llaves, repetía historias pero Carolina me tranquilizó: “Es tu madre, siempre ha sido responsable. Los niños estarán bien”.

Al abrir la puerta, llamé: “¡Mamá, hemos llegado!”. Silencio. La casa estaba fría, demasiado quieta. Donde debería estar el bullicio de Lucía corriendo hacia nosotros, solo había vacío. Dejé las maletas y entré en el salón.

Allí los vi. Lucía y Mateo yacían en el sofá, pálidos como la cera, inmóviles. Me desplomé, sacudiéndolos. “¡Despertad, por favor!”. Mis gritos trajeron a Carolina, que se quedó petrificada en la entrada. “¡Llama a emergencias!”, aulló.

Llegaron los sanitarios, pero era tarde. Los niños habían muerto. En medio del caos, vi a Margarita en la cocina, temiendo las manos mientras tomaba té. Carolina se abalanzó sobre ella. “¿Qué les hiciste?”.

Margarita levantó la vista, con ojos nublados. “Estaban cansados Les di un poco de medicina para dormir. Solo quería que descansaran. Lloraban por vosotros”.

“¡Los has matado!”.

La policía confirmó que los niños habían ingerido una dosis mortal de somníferosmedicación que Margarita tomaba para el insomnio. Los había triturado en su zumo, creyendo que “un poquito” no haría daño.

En el juicio, Margarita repetía: “No quise hacerles daño Los amo más que a mi vida”. Pero las palabras no devolvían a Lucía y Mateo. Los informantes médicos sugirieron demencia temprana, que nubló su juicio.

El veredicto fue culpable. Cinco años en un centro con supervisión médica. Nuestra casa, antes llena de vida, se convirtió en un mausoleo. Los dibujos de Lucía seguían en la nevera; los coches de Mateo, tirados en el suelo.

La culpa me consume. “¿Por qué los dejé con ella?”. Carolina y yo intentamos seguir, pero el dolor nos separa. Las cartas de Margarita, llenas de remordimientos, las dejo sin abrir.

Hoy, en el cementerio, susurré ante sus lápidas: “Creí que os amaba. Creí que estabais seguros”.

Esta tragedia ha levantado debates sobre el cuidado de mayores y la demencia. Pero para mí, solo es el eco de unas risas que ya no escucharé.

**Lección aprendida:** El amor, sin lucidez, puede convertirse en la peor condena. Nunca subestimes los signos del tiempo en quienes más confías.

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MagistrUm
Le pedí a mi madre que cuidara de sus nietos para irme de viaje, pero al regresar solo encontré a dos niños muertos: ‘Creía que los quería muchísimo, pero quién iba a imaginar…’