**Diario de Lucía Mendoza**
Le decía a mamá que estaba en la universidad, pero en realidad trabajaba para pagar sus quimios.
Todas las mañanas me levantaba a las cinco para llegar a tiempo a mi primer trabajo. Mientras me preparaba en silencio, escuchaba a mamá toser en la habitación de al lado. Esa tos que me rompía el corazón y que, con cada día que pasaba, sonaba más frágil.
¿Ya te vas, hija? me preguntaba desde la cama cuando me asomaba a despedirme.
Sí, mamá. Tengo clase pronto en la facultad mentía, forzando una sonrisa. La beca cubre todo, ¿te acuerdas? No tienes que preocuparte.
Sus ojos brillaban cada vez que hablaba de mis “estudios”. Era lo único que le daba paz entre tanto sufrimiento.
Qué orgullosa estoy de ti, Lucía. Mi niña será médico susurraba, y yo tragaba saliva para contener las lágrimas.
La verdad era que nunca había puesto un pie en la universidad. Esa “beca” era solo una invención mía. Trabajaba de seis de la mañana a dos de la tarde en una cafetería, y luego, de cuatro a once, limpiando oficinas. Todo para pagar las quimios que el seguro no cubría del todo.
Un martes, mientras servía café en el hospital donde trataban a mamá, el Dr. Ruiz se acercó.
¿Lucía? Eres la hija de doña Carmen, ¿no?
Se me heló el alma. Sí, doctor. ¿Pasa algo? ¿Está bien mamá?
Tranquila, está estable dijo con calma. Pero necesito hablar contigo. ¿Tienes un momento?
Las piernas me temblaron. ¿Es por… los pagos? Juro que esta semana pondré al día lo que falta…
No es eso me interrumpió con dulzura. Tu madre me ha contado que estudias medicina con una beca.
Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Doctor, puedo explicarlo…
Lucía, llevo quince años en este hospital. Conozco a todos los becarios de medicina de Madrid me miró con ternura. Y te he visto aquí, corriendo de un lado a otro durante meses.
Las lágrimas empezaron a caer. Por favor, no se lo diga a mamá. Es lo único que la mantiene con fuerzas. Si descubre que dejé los estudios por ella…
No se lo diré me aseguró. Pero quiero ayudarte. Tengo contactos en la universidad. Podemos hacer que esa mentira se haga realidad.
No daba crédito a lo que oía. Doctor, no tengo dinero para…
La matrícula está cubierta. Las tasas también. Solo tienes que presentarte mañana a las ocho en la facultad. Hablé con el decano, un viejo amigo mío.
Me quedé sin voz, llorando como una cría.
¿Por qué hace esto por mí? balbuceé entre sollozos.
Porque he visto cómo cuidas a tu madre. Porque trabajas sin descanso sin quejarte. Y porque alguien como tú merece cumplir los sueños que tuvo que dejar atrás apoyó una mano en mi hombro. Además, el mundo necesita más médicos con tu corazón.
Esa noche llegué a casa con el pecho lleno de esperanza. Mamá estaba despierta, como siempre.
¿Qué tal hoy en la facultad, cariño?
Por primera vez en mucho tiempo, mi sonrisa fue sincera. Genial, mamá. Mañana empiezo asignaturas nuevas. Va a ser un año maravilloso.
Te notas diferente, Lucía. Como si brillaras más.
Es que, por fin, siento que todo va a salir bien, mamá. Todo va a salir bien.
Mientras la arropaba, entendí que a veces las mentiras más duras pueden convertirse en las verdades más bonitas. Y que, cuando menos te lo esperas, aparecen ángeles con bata blanca justo cuando más los necesitas.