Las llaves de mi hogar son solo mías. Ya no recibirás nada de mí, mamá…

**Diario de un Hombre**

Las llaves de mi piso me las quedo. No vas a recibir ni un céntimo más de mí, madre…

Lucía conoció a Javier en la calle. Iba corriendo hacia el gimnasio, pero el semáforo no cambiaba. Miró a los lados, vio un hueco entre los coches y decidió cruzar corriendo. En ese momento, un coche apareció doblando la esquina. El conductor, también con prisa, aceleró al ver el ámbar. Parecía inevitable el choque, pero frenó bruscamente y giró el volante. Por suerte, nadie salió herido. El tráfico se detuvo con el rojo.

Lucía se quedó paralizada en mitad de la calle, cerrando los ojos y esperando el impacto. Lo único que escuchó fue el grito del conductor, que ya había salido del coche:

—¡¿Es que no valoras tu vida?! ¡Aunque no te importe tú, piensa en los demás! ¡No se cruza así! ¿No podías esperar un segundo?

Lucía abrió los ojos y vio a un hombre de unos cuarenta, con el rostro contraído por la ira.

—Por Dios, lo siento… —juntó las manos como rezando—. Es que mi hijo tiene una competición, se habría enfadado si no llegaba. ¡Lleva meses preparándose! Ya llegaba tarde porque el jefe no me dejó salir antes… Cada segundo cuenta. —De pronto, se calló.

El hombre la escuchó con atención. Al dejar de gritar, se transformó en alguien bastante atractivo. Lucía se ruborizó.

El semáforo cambió y los coches arrancaron. Él la agarró y la llevó a la acera.

—¿Ibas al gimnasio? —preguntó, más calmado.

—Sí… ¿Cómo lo sabes?

—Dijiste que ibas a una competición. Sube, te llevo.

—No hace falta…

—¡Sube! —ordenó, tajante.

Lucía obedeció. En tres minutos estaban frente al gimnasio. Él también bajó.

—No es necesario… —balbuceó ella.

—¿Qué dices?

—¡Hola, papá! —Una chica adolescente con una mochila corrió hacia él.

Se abrazaron y subieron al coche. Lucía los miró como hipnotizada antes de entrar al edificio.

Así se conocieron Lucía y Javier. A veces, del caos sale el amor.

Lucía llegó a tiempo para ver a su hijo competir. Entró justo cuando anunciaron su turno. Quedó tercero.

—¿Vamos a celebrarlo? —preguntó Lucía cuando Adrián salió del vestuario.

—No gané. Solo tercero.

—¡”Solo” tercero! ¿Cuántos participaron? Tres ganaron, y tú eres uno. Estoy orgullosa. La próxima vez serás el primero. ¿Nervios?

—Un poco. Vamos a casa. Creí que no vendrías.

Tres días después, Lucía volvió a ver a Javier en el gimnasio.

—¿Esperando a tu hija otra vez?

—Me llamo Javier. No, su clase terminó hace horas. Vine por ti. —Hizo una pausa—. ¿Ganó tu hijo? ¿Llegaste?

—Sí, gracias a ti. Tercer puesto.

—¡Bien! Valió la pena arriesgarse. —Se rieron.

Un chico se acercó.

—¿Tu hijo?

—Sí, Adrián. Él es Javier…

—Sin apellidos. Solo Javier. —Le tendió la mano, y Adrián se la estrechó con firmeza.

Al llegar a casa, Javier les invitó a ver una competición profesional el fin de semana.

—¿En serio? ¡Vamos, mamá! —dijo Adrián.

—No soy mucho de deportes —se encogió de hombros Lucía.

—Toma mi tarjeta. Guárdalo en tus contactos.

Lucía marcó su número.

—¿Quién es? —preguntó Adrián en el ascensor.

—¿Recuerdas que llegué tarde a tu competición? Él me trajo… aunque antes casi me atropella.

—No me lo contaste.

—Pero no pasó, y llegué a tiempo.

Comenzaron a salir. Cada vez más, Lucía se quedaba después del trabajo o iban juntos a recoger a Adrián.

—Mamá, ¿está enamorado de ti?

—¿No puedo gustarle? ¿Soy fea o vieja?

—No, eres guapa.

—Tengo treinta y dos. Para ti soy tu madre, pero para otros, una mujer. ¿Te molesta?

—No. ¿Te gusta él?

—Pues… sí.

—¿Su hija será mi hermana?

—Todavía es pronto. Pero… ¿no te gustaría?

—No sé.

Adrián no recordabaAdrián miró a su madre con seriedad y, tras un momento de silencio, asintió con una pequeña sonrisa: “Solo quiero que seas feliz, mamá”.

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MagistrUm
Las llaves de mi hogar son solo mías. Ya no recibirás nada de mí, mamá…