**Diario Personal**
—¡Madre, ¿estás loca o qué?! ¿Qué dices de unos suegros? —gritó Lola por teléfono, casi dejándolo caer—. ¡Te he dicho mil veces que con Álex solo salimos!
—¿Y qué? ¿Salir es lo mismo que no tomarse las cosas en serio? —La voz de su madre sonaba firme y poco esperanzadora—. Lolita, ¡ya tienes veintisiete años! Las demás a tu edad ya están casadas, con hijos, ¡y tú todavía jugando! Sus padres son buena gente, trabajadores, tienen un piso de tres habitaciones en Carabanchel…
—¡Mamá! —Lola cerró los ojos, intentando calmar el dolor de cabeza—. Escúchame bien. NO estoy preparada para casarme. NO quiero hablar de esto con extraños. ¡Y encima, podrías habérmelo consultado antes!
—Demasiado tarde —respondió su madre, claramente molesta—. Ya les he llamado, vendrán mañana por la mañana. Y Álex lo sabe, por cierto. Hablé con él ayer y estuvo de acuerdo.
Lola se dejó caer en el sofá. Álex había aceptado… Claro, ¿qué iba a perder él? Viviendo tranquilo en casa de sus padres, yendo al trabajo cada dos días, y ahora esta suerte: una novia con sueldo y vivienda propia.
—Mamá, ¿y si les decimos que estoy enferma?
—Lolita —la voz de su madre se suavizó, casi suplicante—. Hijita, entiéndelo… ¡Quiero conocer a mis nietos! ¿Y si me pasa algo y te quedas sola? Álex es un buen chico, no bebe, no fuma…
—¿No bebe? —bufó Lola—. ¡Si anteayer apenas podía tenerse en pie!
—¡Bueno, era fiesta! —se justificó su madre—. Venga, cariño, ven mañana a las diez. Ya compré pollo y encargaré una tarta…
El teléfono se calló. Lola permaneció un minuto mirando al vacío, luego se levantó bruscamente y empezó a pasear por la habitación. Tenía que hacer algo, ¿pero qué? ¿Matar a Álex? ¿A su madre? ¿O escapar a la casa de su amiga y esconderse hasta el lunes?
El teléfono volvió a sonar.
—Lola, soy yo —la voz de Álex sonaba culpable—. Oye, tu madre me llamó ayer…
—¡Qué cabrón! —exhaló Lola—. ¡Podrías habérmelo dicho!
—¡Pensé que estaba de broma! ¡En serio! ¿Quién se casa hoy por conveniencia familiar? Creí que lo diría y se olvidaría…
—¿Y cuándo te diste cuenta de que iba en serio?
—Cuando mis padres empezaron a mirar tartas —reconoció Álex—. Lola, ¿y si jugamos el papel? Conversamos un rato y así se tranquilizan…
—Álex, ¿entiendes que después de este circo mi madre me obligará a casarme contigo? ¡Seguro ya está mirando vestidos!
—¿Y qué? —su voz sonó extraña—. ¿No soy buen partido?
Lola calló. Ahí estaba el problema. Álex le gustaba, mucho. Alto, guapo, amable. Pero había algo… incompleto. No tomaba decisiones por sí mismo. Siempre consultaba a su madre, hasta para elegir camisa en una cita. Y ahora, ni siquiera la boda era idea suya.
—Oye, Álex —empezó con cuidado—. ¿Tú quieres casarte? Conmigo, quiero decir.
—¡Claro que sí! —respondió demasiado rápido—. Bueno… en principio… nos conocemos bien…
—No es respuesta —dijo Lola, cansada—. Bueno, nos vemos mañana.
Pasó la tarde probándose vestidos. Demasiado elegante: pensarían que aceptaba. Demasiado sencillo: su madre le daría un sermón sobre cómo vestirse para ocasiones serias. Al final, eligió un traje gris: formal pero adecuado.
Por la mañana, Lola despertó con la intención de cancelarlo todo. Llamaría a su madre, diría que estaba enferma o que había surgido un viaje de trabajo… Pero el teléfono no sonaba, y al marcar, nadie contestó. Seguro ya estaba en el mercado, comprando delicias para la comida.
A las nueve y media, Lola estaba frente a la casa de sus padres, sin animarse a entrar. La vecina regaba las plantas en el balcón y la miraba con curiosidad.
—¡Lolita! —sonó desde arriba—. ¡Entra ya!
Su madre la recibió con delantal y mirada conspirativa.
—¡Qué bien que llegaste temprano! Ayúdame a poner la mesa. Mira, compré salmón para la ensaladilla. Y he pedido una tarta…
—Mamá —intentó hablar Lola, pero ya la arrastraba a la cocina—.
—¡Qué traje más bonito! Formal, serio. Justo lo que les gusta a los padres de Álex…
—¿Cómo sabes lo que les gusta?
—¡Ya nos conocemos! —anunció orgullosa—. Nos vimos cuando Álex tuvo que llevar un papel al médico. Marisol, su madre, ¡muy agradable! Hablamos media hora y me contó todo de ti…
—¿De mí? ¿Qué?
—Que eres guapa, trabajadora, con piso propio… ¡Les encanta que su hijo haya encontrado a una novia así!
A Lola le ardía la sangre. ¡La trataban como mercancía! Sin preguntarle.
—Mamá, escúchame —la tomó de los hombros—. No quiero casarme. ¿Entiendes? ¡No es el momento!
—¿No? —frunció el ceño su madre—. ¿Entonces para qué sales con él? ¿Por diversión? ¡Eso no está bien! Un hombre se acepta o se deja.
—¡Solo nos conocemos! ¡Quizá no somos compatibles!
—¡Seis meses juntos! ¡En mi época bastaba un mes! —agitó las manos—. ¡Y ustedes alargando!
El timbre interrumpió la discusión. Su madre se quitó el delantal y fue a recibir con solemnidad. Lola se quedó en la cocina, agarrándose a la encimera.
—¡Pasen, pasen! —dijo su mother con voz dulce—. ¡Aquí está nuestra Lolita!
Entraron Álex y sus padres. Su padre, Antonio, un hombre robusto, parecía incómodo. Marisol, en cambio, miró a Lola con ojos evaluadores.
—¡Nuestra futura novia! —anunció la madre de Lola—. Bueno, ya se conocen…
—Hola —murmuró Lola, sintiéndose en un escaparate. Álex, detrás de sus padres, sonreía con culpa.
—¡No nos quedemos aquí! —se apresuró su madre—. ¡Pasen al salón!
—¿Por qué no hablamos primero? —dijo Marisol, seria—. De verdad.
En el salón, todos se sentaron. Marisol miró fijamente a Lola.
—Dime, Lola, ¿realmente quieres casarte con mi hijo? —preguntó sin rodeos.
Lola se sorprendió. Esperaba de todo menos esa franqueza.
—Yo… nosotros… —tartamudeó.
—¡Marisol! —intervino su madre—. ¡Claro que sí! ¡Llevan seis meses juntos!
—Eso no es respuesta —dijo Marisol—. Salir y casarse son cosas distintas. Pregunto a la chica.
De pronto, Lola sintió alivio. Aquella mujer no era tonta.
—¿Sinceramente? No lo sé. Con Álex… la pasamos bien, pero nadie habló de boda. Hasta ayer.
—¡Lo ven! —Marisol se volvió hacia la madre de Lola—. ¡Y usted me dijo que estaba decidido!
—Bueno… creí… —balbuceó.
—M—Mamá —intervino Álex por primera vez—, ¿qué tal si Lola y yo salimos a hablar a solas?