La vida está llena de sorpresas
Mariana estuvo casada apenas cuatro años antes de que su marido se marchara, dejándola sola con su hija. Nunca más volvieron a verse. Pero incluso en esos cuatro años de matrimonio, apenas lo tenía en casa. Siempre desaparecía con sus amigos.
Con los años, Mariana se acostumbró a la soledad. Trabajaba en dos empleos, esforzándose por su hija, Catalina. La niña estudiaba bien, y sin que su madre se diera cuenta, creció y se casó.
—Mamá, me voy a Madrid. Estudiaré a distancia y trabajaré. Así te será más fácil— dijo Catalina con seguridad antes de marcharse.
Lo logró todo por sí misma. La boda fue en la capital. Mariana acudió, contenta de ver a su hija feliz. El yerno le cayó bien, la celebración fue alegre. Después, todo parecía ir bien, pero una tristeza callada comenzó a rondarla.
—Qué rápido voló mi Catalina del nido. Ya hasta tengo un nieto, pero viven lejos. La casa está vacía, y siento que he perdido el sentido de la vida. Mientras trabajaba, todo parecía tolerable, pero me despidieron, y ahora el aburrimiento pesa. Necesito un empleo nuevo.
Buscó trabajo, pero en cuanto mencionaban su edad, la rechazaban. Llamaba a su hija para quejarse:
—Ya lo sé, Cati. ¿Quién quiere a una mujer mayor?
—Mamá, ¿qué dices? No eres vieja— protestó Catalina—. Estás hermosa. Te daré un consejo: encuentra un hombre. Cambiará tu vida.
—¿Un hombre? ¡Por Dios, ni hablar! Ni en mi juventud me fijaba en ellos, y mucho menos ahora— zanjó Mariana.
—Si no quieres un hombre, entonces quiérete a ti misma. No te abandones. Tienes mucho por vivir— razonó Catalina, dejando a su madre sorprendida por su sabiduría.
Mariana trabajó en empleos temporales hasta que optó por jubilarse antes. Reflexionando, pensaba:
—¿Dónde encontrarás un hombre decente a mi edad? Es fácil decirlo desde fuera.
Aun solteros, los hombres de su edad ya tenían hijos, nietos y propiedades. O buscaban una sirvienta, no una compañera.
No quería casarse. Quizá un amigo con quien ir al cine o buscar setas. Pero no.
—No— se dijo firmemente—. Valoro mi edad demasiado para perder tiempo con un desconocido. Necesito ocuparme. Cati tiene razón: debo quererme.
Un día, volviendo del mercado, se encontró con Elena, una antigua compañera de colegio.
—Mariana, ¿eres tú? ¡Hola!
—Sí, claro— sonrió.
—Te ves bien— dijo Elena, y Mariana notó que ella también lucía radiante.
—Elena, estás llena de vida. ¿No te pesa la soledad desde que enviudaste?
—Fue duro al principio. Pero encontré mi pasión: el baile. Es maravilloso. Ven a nuestro club, te encantará.
—Tal vez lo haga— asintió Mariana—. Necesito algo que me llene.
Empezó a bailar, bordar y hasta acudía a bailes en el parque los sábados. Su vida recobró color. Ya no se aburría. Pero siempre volvía sola. No buscaba aventuras— solo había redescubierto el placer de vivir.
A Catalina le daba alergia los animales, así que Mariana nunca tuvo gatos, aunque los adoraba. Finalmente, adoptó a uno: Tizón. Un día lluvioso, mientras miraba por la ventana, la portera llamó su atención.
—Mariana, hay alguien durmiendo en tu felpudo.
Corrió a abrir y se encontró con un hombre harapiento, temblando de frío. No olía a alcohol.
—Por favor, no me eche— susurró él.
A pesar del miedo, lo invitó a entrar. Le dio ropa limpia y comida. Él, desorientado, no recordaba ni su nombre.
Pasó la noche en su sofá. A la mañana siguiente, él había preparado tortillas y café.
—No recuerdo nada, pero mis manos sí— dijo confundido.
Lo acompañó a la policía, donde descubrieron que era Adrián, un empresario desaparecido. Le debían dinero y lo habían atacado días atrás.
Adrián partió, prometiendo volver. Pero solo envió el dinero que debía. Mariana volvió a sus rutinas, resignada.
Tres meses después, en Nochebuena, llamaron a su puerta. Era Adrián, con rosas.
—No me atreví a tumbarme en el felpudo— bromeó, abrazándola.
Le contó todo: su exesposa y sus cómplices lo habían traicionado. Pero ahora, libre de ellos, quería empezar de nuevo. Con ella.
—Mariana, quiero casarme contigo. Sé que— pase lo que pase— estarás a mi lado.
Ella apenas podía creerlo. La vida, llena de sorpresas, le había regalado felicidad donde menos lo esperaba.