“Ella no es tan madre como debería”: La opinión de Isabel Martínez sobre la vida de su ex nuera
Isabel Martínez, de Valladolid, no logra entender cómo ha terminado la vida de su hijo y su ex mujer. Lo que hace Laura tras el divorcio, su suegra lo define como “un desmadre irresponsable”.
—Mi hijo la dejó con la niña, sí, no lo justifico. Aunque, queramos o no, el corazón de una madre siempre sufre por él. Se volvió a casar rápido, con su primer amor, con Marta, con quien salía en la universidad. Claro, mientras él estaba en la mili, ella se casó con su mejor amigo. Ahora se divorció, se encontraron en el Carrefour… y zas, todo volvió a empezar. Ya hasta tienen un hijo juntos. A él le va bien, por lo visto.
A Laura la conoció después de la mili. Trabajaban juntos. Se casaron rápido, nació Lucita. Al principio parecía un matrimonio sólido. Pero ya se ve, el amor antiguo pudo más.
El divorcio fue tranquilo, sin escándalos. Él se fue, dejándole a ella el piso, los muebles, todo. Solo se llevó sus cosas. Laura se portó con dignidad, no impidió que el padre ni la abuela vieran a Lucía.
—Pero lo que hace ahora después del divorcio es de no creer —dice Isabel moviendo la cabeza.
Las vecinas, claro, saltaron enseguida:
—¿Qué, bebe? ¿Sale de juerga? ¿Anda con hombres?
—No —pone cara de asco Isabel—. No bebe, ni es de esas que se van de hombre en hombre. Pero actúa como si su vida fuese perfecta. Siempre feliz, siempre de aquí para allá: a la sierra, al campo, de excursión, con amigos en casa… Como si no fuese ella la que se quedó sola con la niña, ¡sino él!
Laura lleva a Lucía a todas partes. Dice que el aire libre es bueno, que la niña necesita socializar, que sus amigas también van con hijos. Pero a Isabel no le gusta nada:
—¿Y quién sabe qué clase de gente hay en esos picnics? ¿Hombres? ¿Divorciadas? ¿Alcohol? ¿Tabaco? La niña lo ve todo, lo escucha todo. ¿Qué clase de educación es esa?
Está convencida de que con ella la nieta estaría mejor:
—Conmigo comería cocido casero e iría al teatro. No andaría de aquí para allá como una gitana.
Isabel intentó que su hijo hablase con su ex mujer:
—Dile que ponga un poco de orden en la crianza. Lucía también es tu hija. Tienes una nueva familia, bien. Pero la niña no debería crecer en este circo.
Él solo se encogió de hombros:
—Mamá, no tengo derecho a meterme. Yo rompí la familia. Ella sabrá cómo vivir.
Paga la pensión, ve a su hija cuando Laura la lleva a casa de la abuela. Pero a Isabel no la dejan entrar en su piso desde hace tiempo:
—Siempre tiene cosas que hacer, no tiene tiempo. “Estoy ocupada”, dice. Pero yo sé que en realidad tiene miedo de que le diga cuatro verdades. A lo mejor hasta tiene ya otro hombre. ¿Y si le hace algo a Lucía?
Hace poco, Laura le soltó por teléfono:
—Si sigue metiéndose en mi vida, no traeré más a Lucía. La verá una vez al mes en el parque. Y debería darme las gracias porque no pongo trabas, la verdad. Otra en mi lugar ya los habría mandado a paseo después de lo que hizo vuestro hijo, dejándome por otra. Pero por Lucía me aguanto.
Isabel está indignada:
—¿Se lo pueden creer? Encima se me ofende. ¡Yo que daría la vida por mi nieta, y ella me hace quedar como la mala!
—¿Qué hago ahora? —se queja a sus amigas—. ¿No puedo decir ni una palabra si algo no me parece bien? ¿O ya no soy nadie? ¿Hablaré con su madre? ¿Con la que fue casamentera? A ver si le hace entrar en razón. No crié a mi hijo para ver cómo mi nieta crece en este descontrol.
¿Qué decís, chicas? ¿Tengo razón en preocuparme? ¿O mejor me aparto y no me meto? Pero, ¿cómo voy a quedarme tranquila viendo que mi nieta la cría una mujer tan volandera?