La venganza del marido fue un error inesperado… 😒🌿

La venganza del marido resultó estar equivocada… 😒🌿

Con los años, los sentimientos no se debilitaban, sino que se fortalecían, para envidia de los demás. En siete años, jamás se había interpuesto una sombra entre ellos. Lo único que turbaba a Álvaro, aunque lo ocultaba bien, era ese compañero eterno de la felicidad conyugal: los celos.

Hombre de temperamento sereno, nunca dejaba que ese defecto aflorara, reprimiendo toda duda en su interior. Aunque, quién sabe qué tempestades rugían en el alma de ese submarinista al ver las miradas de admiración de otros hombres hacia su esposa, o al escuchar los cumplidos de sus compañeros en las fiestas.

Fuera, sin embargo, nadie lo notaba. Ni siquiera Laura, quien tampoco quería fijarse en las inseguridades de su marido. Pero Álvaro, como un grano a punto de reventar, maduraba en silencio.

El submarino zarpó para una misión rutinaria. Diez días de tensión, noches sin dormir. Aquella mañana, Álvaro se despidió de su mujer, besó a su hijo dormido y prometió volver en una semana.

El mar no tuvo piedad: las máquinas fallaban una tras otra. Álvaro, ingeniero naval, pasó días y noches arreglando equipos caprichosos. La decisión del capitán de regresar a puerto al séptimo día por las averías solo aumentó su frustración.

Pero un pensamiento lo consolaba: tres días antes abrazaría el calor de su esposa. Y, como su virilidad no había olvidado cómo extrañarla, el camino a casa lo pasó imaginando escenas ardientes.

Llegaron tarde. Sin detenerse a brindar por el regreso, Álvaro salió disparado. Soñando con reposar la cabeza en el pecho de su mujer, subió de dos en dos los peldaños hasta su piso y se detuvo ante la puerta.

Eran casi las dos de la madrugada. *”Estarán dormidos”*, pensó, imaginando cómo se deslizaría en la cama para sorprender a Laura. Con cuidado, giró la llave.

El cerrojo, bien engrasado por sus manos de mecánico, cedió sin ruido. Pero su decepción fue grande al ver luz bajo la puerta del dormitorio y oír… algo.

Sin quitarse la gorra, se acercó de puntillas. Un nudo se formó en su estómago.

La escena que vio lo dejó helado. Bajo la tenue luz del velador, una mujer rubia, con las piernas abiertas y el pelo desparramado sobre la almohada, gemía bajo los empujones rítmicos de un hombre desnudo.

Álvaro se quedó paralizado. Su mundo se derrumbó en un instante.

No supo cuánto tiempo pasó allí, pero cuando reaccionó, ya no era dueño de sus actos. Más tarde, en el informe policial, lo llamarían *”estado de conmoción profunda”*.

Ciego de rabia, buscó su pistola. No la llevaba. Tampoco la daga reglamentaria. Corrió a la cocina.

Lo primero que agarró fue un tenedor. Uno de plata, parte del juego que les regalaron en su boda.

Con el arma improvisada en mano, irrumpió en el dormitorio. Sin vacilar, descargó toda su furia en un golpe certero.

El tenedor se clavó justo entre las nalgas del adúltero.

El grito que siguió fue indescriptible. Un vecino, veterano de guerra, juró haber oído el estallido de una bomba y levantó a toda su familia. Los niños del piso de arriba se orinaron del susto, y el pastor alemán de al lado aulló hasta el amanecer.

Álvaro dejó el tenedor donde estaba, dio media vuelta y salió como un autómata. Solo quería irse, emborracharse y recoger sus cosas al día siguiente.

Pero en el recibidor lo esperaba una sorpresa: Laura, envuelta en una bata, con el pelo mojado.

—¿Qué pasa? —preguntó—. Es tu hermano Adrián con su mujer. Se han quedado en nuestro cuarto mientras estabas fuera. Yo dormía con el niño… ¿De dónde vienen esos gritos?

—Yo… es que… el tenedor…

—Fui a ducharme. De noche hay mejor presión. Oye, Álvaro, creo que les ha pasado algo…

—Ajá —fue todo lo que atinó a decir antes de desplomarse.

Recordaba que su hermano y su cuñada rubia iban a visitarlos, pero la rabia le nubló la razón.

Al final, todo terminó mejor de lo esperado. A Adrián le cosieron el trasero en el hospital. El médico, tras sacar el tenedor, no pudo evitar admirar la fuerza del golpe.

—Nunca tendrás hemorroides —le dijo al terminar—. Te quedó como una tubería, liso como un bebé.

En el informe, anotó *”accidente con objeto punzante”*. Adrián tardó meses en sentarse sin llorar.

A Elena, su mujer, cuatro enfermeras y un cirujano le volvieron a cerrar las piernas. Y dejó de tartamudear en tres meses (solo en la cama).

La familia se salvó. Álvaro y Laura siguieron paseando de la mano, como palomas. El sol siguió brillando, y los submarinos siguieron zarpando.

Eso sí: Laura escondió todos los objetos afilados de la casa, y Álvaro nunca más entró sin llamar.

Y Adrián, aunque perdonó a su hermano, jamás volvió a quedarse a dormir en su casa. 🤨🤷‍♂️

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MagistrUm
La venganza del marido fue un error inesperado… 😒🌿