La vendedora echa a una abuela pobre de la tienda de lujo — El policía la regresa después

Concepción nunca le gustó pedir ayuda, ni siquiera cuando las cosas se ponían difíciles. Siempre había sido muy independiente, incluso después de jubilarse de su trabajo como bibliotecaria escolar. Ahora vivía tranquila en un modesto piso en Sevilla, sobreviviendo con su pequeña pensión y el cariño de su familia, especialmente de su nieta, Lucía.

Lucía era su alegría. Con dieciocho años, la chica tenía una sonrisa radiante, ojos amables y un corazón lleno de sueños. Estaba a punto de graduarse del Instituto Santa María en unas semanas, y el baile de fin de curso estaba a la vuelta de la esquina. Concepción sabía lo importante que era esa noche, cómo marcaba el final de la juventud y el comienzo de algo nuevo.

Por eso se quebró su corazón cuando Lucía dijo que no iba a ir.

“Abuela, ¡no me importa el baile! En serio. Prefiero quedarme en casa con mamá y ver películas viejas”, dijo Lucía una tarde por teléfono.

“Pero, cariño, es una noche única. ¿No quieres hacer recuerdos? Yo recuerdo cuando tu abuelo me llevó al baile. Iba impecable con su traje prestado. Bailamos toda la noche, y unos meses después, nos casamos”, dijo Concepción, sonriendo al recordarlo. “Esa noche cambió mi vida”.

“Lo sé, abuela, pero ni siquiera tengo pareja. Y además, los vestidos son carísimos. No vale la pena”.

Antes de que Concepción pudiera insistir, Lucía murmuró algo sobre estudiar para los exámenes finales y colgó rápidamente.

Concepción se quedó en silencio un largo rato, con el teléfono aún en la mano. Conocía el corazón de su nieta. Lucía no faltaba al baile porque no le importara, sino porque no quería ser una carga. Con su madre, Carmen, trabajando por un sueldo bajo y Concepción viviendo con lo justo, no había margen para lujos. Menos aún para un vestido de fiesta.

Esa noche, Concepción abrió una cajita de madera que guardaba en el fondo del armario. Dentro había unos billetes de cien euros, ahorros que había apartado para su funeral. Siempre se había dicho que, cuando le llegara la hora, no quería que Carmen y Lucía tuvieran que preocuparse por nada. Pero ahora, mirando esos billetes, comprendió algo.

Quizás ese dinero serviría mejor gastándolo en vida, en algo que importara ahora.

A la mañana siguiente, Concepción tomó el autobús hasta el centro comercial más elegante de la ciudad. Llevaba su mejor blusa, color lila, con botones de nácar, y su bolso favorito, gastado pero elegante. Caminó despacio pero con determinación. Su bastón repicaba suavemente en el suelo al entrar en el edificio, lleno de luces brillantes y escaparates que relucían como joyas.

Tras mirar un rato, lo encontró: una boutique llena de vestidos espectaculares, maniquís envueltos en seda y encaje. Era justo el tipo de lugar donde los sueños se cosían en las costuras.

Entró.

“Hola, soy Valeria. ¿En qué puedo ayudarla… hoy?” preguntó una mujer alta, impecablemente vestida, mirando a Concepción de arriba abajo.

Concepción notó la vacilación en su voz, pero sonrió de todas formas. “Hola, cariño. Busco un vestido para mi nieta. Quiero que se sienta como una princesa”.

Valeria inclinó ligeramente la cabeza. “Bueno, nuestros vestidos empiezan en varios cientos de euros. No son para alquilar, solo venta”.

“Oh, lo sé”, dijo Concepción. “¿Podría enseñarme los modelos más populares este año?”

Valeria dudó y luego se encogió de hombros. “Supongo que sí. Pero, sinceramente, si busca algo económico, quizá debería probar en El Corte Inglés. Esta tienda suele atender a… otro tipo de clientela”.

Las palabras dolieron más de lo que Concepción esperaba. Aun así, no quiso causar problemas. Caminó lentamente entre los vestidos, pasando los dedos por las telas sedosas. Valeria la seguía de cerca.

“Voy a mirar un poco, si no le importa”, dijo Concepción con educación, esperando que la mujer le diera espacio.

Valeria cruzó los brazos. “Solo que sepa, tenemos cámaras por todas partes. Así que si piensa meter algo en ese bolso viejo…”.

Eso fue demasiado. Concepción se giró hacia ella, con el corazón acelerado. “¿Perdone?”

Valeria esbozó una sonrisa burlona. “Solo digo. Ha pasado antes”.

“No tengo intención de hacer nada deshonesto. Pero veo que no soy bienvenida”, respondió Concepción con suavidad.

Con lágrimas en los ojos, salió de la tienda. La vista se le nubló, el pecho se le oprimió. Afuera, tropezó ligeramente, su bolso se le cayoAún con el corazón apretado, sintió una mano firme en su hombro y alzó la mirada para encontrarse con los ojos cálidos del cabo Javier Ortiz, quien, tras escuchar su historia, la acompañó de vuelta a la boutique y aseguró que Lucía tendría el vestido más hermoso de la noche.

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