**El Último Sacrificio**
—Mamá, tengo que hablar contigo.
—Qué manera de empezar… —Claudia miró a su hijo con preocupación.
Guapo, inteligente. Siempre había sido un chico obediente, nunca le dio problemas. Pero en el último año de bachillerato se enamoró por primera vez. Empezó a faltar a clase, a sacar malas notas. Ella intentó hablar con él. Resultó que la chica no le correspondía. Le gustaba otro, uno cuyos padres tenían dinero.
Por mucho que Claudia le insistiera en que el primer amor es el más sincero, que no depende de fortunas ni cálculos, que los padres ricos del otro chico no tenían nada que ver, que simplemente la chica estaba enamorada de él, su hijo no la escuchaba. Se había obsesionado con la idea de que si ellos tuvieran dinero, un coche bueno, ella lo querría.
Lo pasó tan mal que Claudia temió por su vida. Buscó un psicólogo que, desde la perspectiva masculina, pudiera hablar con Adrián. La terapia ayudó. Adrián aprobó la selectividad y entró en la universidad. Y, como no, volvió a enamorarse.
Al finalizar el primer curso, anunció que muchos compañeros vivían solos y que él también quería alquilar un piso, ser independiente.
—¿Y cómo piensas pagarlo? El alquiler es caro. No puedo ayudarte, ya sabes lo que gano. Tienes dieciocho años, tu padre ya no pasa la pensión. ¿O vas a dejar la carrera, cambiarte a distancia? —preguntó Claudia.
—He hablado con papá. Dice que me ayudará al principio —respondió su hijo.
—¿Has hablado con él? ¿Lo has visto? ¿Por qué no me lo dijiste? —se indignó Claudia.
—Tú me habrías disuadido. Tú te divorciaste de él, yo no —replicó Adrián, irritado.
—¿Sabes que cuando nos divorciamos cambió de trabajo? Acordó que le pagaran menos para reducir la pensión. Así que no solo me abandonó a mí, sino también a ti.
¿Seguro que tu padre no te engañará? Dudo mucho que su ayuda sea desinteresada. Te dará dinero uno o dos meses y luego inventará una excusa. ¿Qué harás entonces? Además, tiene otra hija. ¿O serán los padres de Lucía quienes os ayuden? —El instinto maternal le decía que su hijo ocultaba algo.
Tras insistir, Adrián confesó:
—Le dije a Lucía que el piso era mío, que lo heredé de mi abuela paterna. Que no habría que pagar nada.
—¿Le mentiste? ¿Sus padres no os ayudarán? ¿Con qué viviréis?
—Lucía no les ha dicho que vamos a vivir juntos. Son muy estrictos. Le mandan dinero cada mes. Con eso tendremos —dijo Adrián.
—Así que ella también les miente. ¿No teme vivir a costa de otros? A ver… ¿le contaste que tu padre es adinerado para que no eligiera a otro con más dinero, verdad? Pero tarde o temprano se descubrirá la mentira. ¿Entonces qué?
—Sí, le dije que mi padre tenía dinero, que tenía un piso. ¿Qué iba a hacer, mamá? Por desgracia, todo se reduce al dinero. Y nosotros no lo tenemos. Las chicas siempre elegirán a otro. Cuando yo lo tenga, ya seré viejo. —Adrián se enfadó porque su madre no entendía algo tan obvio.
—No es bueno empezar la vida mintiendo. Cuéntale la verdad. Si te quiere, te perdonará…
—Basta, mamá. Ya está decidido. Alquilaré el piso. No debí decírtelo. No nos vamos a casar. Si no funciona, nos separamos y listo. Te inventas problemas.
Claudia no durmió en toda la noche. Por la mañana intentó disuadirlo de nuevo, pero él se enfadó y se fue sin desayunar. Cuando volvió del trabajo, parte de las cosas de Adrián habían desaparecido. No podía creerlo. Nunca pensó que su Adrián, su niño querido y sensible, se iría así, a escondidas, sin despedirse.
Por la noche logró llamarlo. No pudo hablar bien por el ruido de fondo. Probablemente estaban celebrando su nueva vida. Solo entendió que Adrián temía sus lágrimas y súplicas, y que le pidió perdón. Eso la calmó un poco.
Desconcertada, llamó a sus amigas buscando consuelo o consejo. Una le dijo que hablaba el egoísmo y los celos maternales. Que debía soltarlo, dejar que aprendiera a valerse por sí mismo. Otra no tenía ese problema porque su marido no permitió que su hija se independizara tan joven.
Su madre le recriminó:
—Tú misma tienes la culpa. Lo consentiste, le diste todo para que no se sintiera menos, te privaste de todo. Y esto es lo que cosechas. Podrías haberte vuelto a casar si no te olvidaras de ti misma y te vistieras mejor.
Todas tenían razón. Claudia no se perdonaba. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Era su madre, daría la vida por él. Lo amaba, su felicidad era lo más importante. Él era el hombre más importante de su vida.
Se sentía como ante una encrucijada. Cualquier camino que tomara implicaba pérdidas.
Cansada de sufrir, aceptó que Adrián era su hijo y lo amaba así. Solo le quedaba esperar que todo le saliera bien.
Al principio lo llamaba a menudo, preguntaba cómo estaba. Adrián se molestaba, decía que todo iba bien, que no lo controlara. Se despedía rápido, alegando estar ocupado.
Visitaba la casa cuando ella trabajaba. Lo notaba por la comida que faltaba en la nevera. Dos meses después, fue un domingo. Ella se alegró, pero su instinto le advirtió que algo iba mal. Adrián estaba demacrado, la camisa arrugada y gastada. Le ofreció comer. Él se encogió de hombros, pero devoró todo lo que puso en la mesa.
Le dio los alimentos que quedaban en la nevera. Temía preguntar para no irritarlo. Él mismo habló: como ella sospechaba, su padre dejó de pagar el alquiler.
—Mamá, tú y la abuela viven separadas. Ella ya es mayor, estaría mejor contigo. ¿Por qué no se juntan y nos dejan uno de sus pisos? —propuso de pronto.
—No le digas que es mayor. Se ofende. Solo tiene sesenta y cinco. El dinero no es el único problema, ¿verdad?
—No. Vamos a tener un hijo.
—¿No usaban protección? —se sorprendió Claudia.
—Lucía dice que las pastillas son malas. Hablé con la abuela. Ella acepta.
—¿En serio? Otra vez me pones ante los hechos consumados. ¿Por qué hablas primero con tu padre, con ella, y luego me informas? Nunca te he negado nada. ¿Y qué piso quieren para ustedes?
La angustia y el resentimiento la invadieron. Esto era lo que temía: que todos los problemas de su hijo recayeran sobre ella.
—¿Y ahora qué? ¿Ya eligieron? Lucía dice que el piso de la abuela es muy pequeño y viejo. No es bueno para el bebé. Mamá, en serio, ustedes estarán mejor juntas.
Claudia contuvo el escándalo que hervía dentro. Quería gritarle, incluso golpearlo para que reaccionara. Prometió pensarlo. Él se fue, y ella recorrió su casa, mirando cada rincón familiar. ¿Cómo dejarlo todo? Mudarse con su madre significaba perder su independencia. ¿Acaso ahora la tenía? Nunca imaginó que esto le pasaría a ella.
Sí, había malcriado a Adrián. Era culpa suya. Su amor incondicional no les trajo felicidad a ninguno de los dos.
Su madre llamó, le dijo que no le gustaba la idea, pero que había que ayudarlo. Que ya había despejado el armario para sus cosas,Claudia cerró los ojos, respiró hondo, y supo que era hora de soltar por fin el lastre de un amor que, aunque sincero, le había costado demasiado.