La traición siempre sale a la luz

Andrés y Javier se conocieron en el trabajo. Javier acababa de ser contratado como jefe de departamento y desde el primer día congeniaron muy bien.

A Andrés le cayó bien de inmediato: era carismático, divertido, siempre tenía la broma adecuada en el momento justo. Con él, las reuniones de empresa eran más animadas y el día a día en la oficina se hacía más llevadero.

Pero Javier no solo era el alma de la oficina. También parecía un hombre de principios, alguien en quien se podía confiar. Cuando Andrés perdió a su madre y pasó por dificultades económicas, Javier no dudó en ayudarlo. Le prestó dinero, lo invitó a comer, lo escuchó cuando lo necesitó. Su amistad se fortaleció rápidamente.

Hasta que un día, Javier le confesó su gran secreto.

— Andrés, tengo una amante. No puedo evitarlo. Con Laura, mi esposa, todo se ha vuelto monótono. No es una mala mujer, pero la chispa se ha apagado. En cambio, con Carolina… es una locura. Es fuego, aventura, me hace sentir vivo otra vez.

Al principio, Andrés se rió. Javier contaba todo con tanto entusiasmo que parecía más una historia de película que una confesión real. Nunca había conocido a Laura, así que no tenía razones para dudar de lo que decía.

Pero con el tiempo, el asunto empezó a incomodarle.

Javier le pedía cada vez más favores.

Andrés tenía un garaje, Javier un coche. Cada vez que Laura preguntaba por él, la respuesta era siempre la misma: “Estoy con Andrés en el garaje, arreglando el coche.” Y ella le creía sin dudarlo.

Hasta que un día, Javier lo invitó a cenar en su casa.

Andrés no quería ir.

Sabía que si miraba a los ojos a esa mujer, su conciencia no lo dejaría en paz.

Pero al final aceptó.

Se imaginaba a Laura como una mujer aburrida, sumisa, una esposa que serviría la cena y desaparecería en el fondo de la casa.

Pero cuando entró en aquel hogar, se quedó sin palabras.

Laura era amable, tenía una sonrisa cálida, un sentido del humor sutil y una mirada llena de ternura. No tenía el cuerpo de una modelo, pero tenía algo mucho más poderoso: una luz interior que la hacía especial.

Andrés no lo entendía.

¿Por qué Javier engañaba a una mujer así?

De repente, sintió un nudo en el estómago.

Él estaba siendo cómplice de una mentira despreciable.

Cuando se despidió, Laura le sonrió.

— Andrés, ven a visitarnos cuando quieras. Sé que perdiste a tu madre y que ahora vives solo. Me encantaría prepararte algo rico. No quiero que estés comiendo cualquier cosa todos los días.

Esa noche lo cambió todo.

Cuando Javier volvió a pedirle que lo cubriera, Andrés se negó.

— No pienso seguir mintiéndole.

— ¿Pero qué dices? ¡No me hagas esto! Carolina es increíble, si la conocieras, lo entenderías. Laura no sospecha nada, es feliz con la historia del garaje. ¿Para qué hacerla sufrir?

Pero esta vez, Andrés no cedió.

Unas semanas después, Javier salió del despacho del director con una sonrisa triunfal.

— Conseguí una semana de vacaciones. ¡Me voy con Carolina a la playa!

— ¿Y Laura?

— Le diré que tengo un viaje de negocios. Solo necesito que lo confirmes si te pregunta.

— No.

Javier se quedó paralizado.

Al día siguiente, Andrés recibió una llamada.

Era Laura.

— Andrés… ¿Podrías venir a casa?

Fue esa misma noche.

Cuando entró en la sala, la encontró con los ojos hinchados de tanto llorar.

— Dímelo, por favor. Quiero saber la verdad.

Su voz temblaba.

— Javier me llamó Carolina… varias veces. Al principio pensé que era un descuido, pero luego, cuando me acerqué a él, sentí un perfume que no es el mío. Y ahora, de repente, “se va de viaje por trabajo”. Andrés… dime la verdad.

Andrés bajó la mirada.

No podía seguir ocultándoselo.

Le contó todo.

Una semana después, Javier regresó.

Pero Laura ya no estaba en casa.

Intentó llamarla.

No respondió.

Llamó a su suegra. Nada.

Llamó a sus amigas. Ninguna sabía dónde estaba.

Desesperado, marcó el número de Andrés.

— Laura está conmigo.

La voz de Andrés era serena, firme, sin un atisbo de duda.

Quince minutos después, Javier estaba golpeando su puerta.

Entró con furia.

En el sofá, Laura estaba sentada, con un albornoz, la mirada fija en la pantalla del televisor, ignorándolo por completo.

A su lado, de pie, Andrés.

Javier apretó los puños.

— ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¡Solo te pedí que confirmaras mi historia, no que arruinaras mi vida!

Andrés lo miró fijamente.

— Mientras tú jugabas con Carolina, Laura empezó a ver a otro hombre. Y ese hombre soy yo. Ahora nos amamos.

Javier palideció.

— ¿Me dejó… por TI?

Con rabia, golpeó la pared con el puño y salió de allí dando un portazo.

Laura suspiró profundamente y se apoyó en el hombro de Andrés.

Javier renunció a su trabajo y desapareció.

Y Andrés y Laura… se casaron.

Porque la verdad puede doler.

Pero también puede salvar.

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