La traición inesperada de quien considerabas familia: un golpe difícil de olvidar.

Ludmila caminaba lentamente por la calle. El dolor que sentía por la traición de personas tan cercanas le quitaba las ganas de vivir. Lo consideraba un hijo. Y resulta que él siempre había tenido un as escondido. Una expresión graciosa, nunca le gustaron los clichés. Pensaba con el corazón: no existen personas malas, solo acciones equivocadas. Y son precisamente esas acciones equivocadas las que hacen sufrir a quienes más queremos.

Con Igor era su segundo matrimonio. El primero fue un fracaso del que tardó mucho en recuperarse. Incluso se prometió a sí misma que nunca se volvería a casar. Pero el tiempo pasó y todo cambió. Trabajaron juntos durante muchos años. Él estaba casado con su mejor amiga. Y cuando Ludmila lidiaba con el dolor de un esposo irresponsable, ellos estaban a su lado. Todos lo sabían. Cuando Valentina enfermó, llegó el momento de saldar deudas. Ahora era Ludmila quien recolectaba dinero para la operación, lavaba, cocinaba, limpiaba, mientras su amiga estaba en el hospital. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano, Valentina falleció.

Tras la muerte de su esposa, Igor quedó desorientado. Así que Ludmila se encargó de todos los preparativos del entierro. Luego le ayudó a criar a Sergio. Y cuando, después del aniversario de la muerte de Valentina, Igor, con tono habitual, le dijo:

– Quédate con nosotros.

Aceptó. Realmente, Sergio no podía estar sin madre. Una mujer extraña difícilmente amaría a un hijo que no es suyo. ¿Quién sabe si era amor o solo costumbre?, pero resultó ser una buena familia, unida. Sergio comenzó a llamar a Ludmila mamá, pero ella lo detuvo:

– Tienes a tu madre Valentina. Nunca la olvides.

Fusionaron dos pequeños apartamentos en uno grande. Como era de esperar, lo registraron a nombre del cabeza de familia. En varias ocasiones Igor propuso a Ludmila formalizar su relación. Pero ella siempre lo evitaba. ¿Para qué, si no queremos tener más hijos? Ya tenemos bastante con Sergio. Y en verdad Sergio daba suficiente trabajo. A pesar de ser un buen niño, era inquieto. En la guardería las maestras se quejaban. Y en la escuela llamaban incluso varias veces al día. Igor se enfadaba, regañaba e incluso intentaba pegarle.

Pero Ludmila lo defendía:

– Recuerda cómo eras tú. Tampoco fuiste un regalo. – Igor sonreía recordándose a sí mismo.

– ¿Y qué?, ¿todos tienen que ser así de despreocupados? Sabes lo que mi padre me castigaba…

– ¿Fuiste mejor por eso?

– No, pero aun así. ¿Cómo se explica lo que está bien y lo que está mal?

A Ludmila le entristecían estos recuerdos. Todo habría pasado inadvertido si Igor no hubiera muerto. No debía haber sucedido. Una persona no puede morir a los cuarenta y cinco por un trombo. Si hubiera estado enfermo, hubieran tenido tiempo para prepararse. Igor habría hecho testamento. Su muerte fue tan repentina, tan absurda. Que parecía que ella había muerto con él.

Sergio ya era un joven adulto, estudiaba en la universidad, salía con una chica. Ludmila no esperaba nada malo de él. Pero apareció después del funeral por la noche con su abuela. Al parecer no pudo hacerlo solo, necesitaba apoyo. Y dijo:

– El piso es mío y de mi abuela. Tú aquí no eres nadie. Te damos un mes para que te vayas.

Ludmila no podía decir nada, tan impactada estaba por esas palabras. Por otro lado, si el hijo que había criado podía echarla como a un perro callejero, entonces, quizás, ella fue mala madre. Quizás su vida entera había sido en vano. Se lo merecía. Pero, ¿adónde ir ahora?, ¿cómo vivir? ¿Realmente hay que empezar todo de nuevo?

Ya han pasado dos semanas desde la visita de su hijo y Ludmila aún no ha decidido qué hacer. No le ha contado a nadie, le da vergüenza. Estaba orgullosa de él, se jactaba de sus logros. De cómo él solo ingresó en la universidad, de qué buena era su novia. Pero ahora, ¿qué? No era su hijo. No la necesitaba. No tenía lugar en su vida.

Ludmila daba vueltas en la cama, incapaz de dormir. Llamaron a la puerta. Ella se levantó de mala gana, se puso una bata, zapatillas y fue a abrir. Cuántas veces le había dicho Igor que preguntara quién era. Nunca aprendió, confiaba en la gente. Esperaba que nada malo le pasaría. En el umbral estaba Sergio:

– Mamá Ludi, perdóname. Todo esto fue por la abuela, – las lágrimas le impedían hablar, – la abuela decía que te quedarías con todo. Decía que traerías a un hombre a casa y que yo no recibiría nada. No sé cómo pasó. Vive aquí todo el tiempo que quieras, es tu casa. A mí no me importa. Quiero que todo sea como antes, que seas mi mamá otra vez. – Ludmila lloraba, y Sergio le secaba las lágrimas con la mano.

– ¿Por qué no abriste con tu llave? – Preguntó Ludmila.

– No quería invadir tu vida.

– Tonto, ¿qué vida tengo sin ti?

Permanecieron en el umbral, mirándose y llorando. Hasta que finalmente Ludmila fue la primera en reaccionar.

– ¿Qué hacemos aquí parados? Vamos a tomar un té.

– Vamos, tengo muchas cosas que contarte.

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La traición inesperada de quien considerabas familia: un golpe difícil de olvidar.