**Traición**
A finales de septiembre, el calor se resistía a abandonar Madrid. Pronto llegarían los días fríos y las interminables lluvias de otoño, tan impredecibles. *«Debo ir a la casita de Segovia antes de que las carreteras se llenen de barro y sea imposible llegar hasta noviembre»*, pensó Vera mientras marcaba por enésima vez el número de su marido.
—Vero, ¿puedo salir una hora antes? Mi madre quiere que la lleve a la finca —dijo Lucía, la contable, con sus cejas en forma de V y una mirada suplicante.
—Yo también querría irme. Pero vale, el lunes puntual. Y nada de bajas médicas, ¿entendido? O no habrá más permisos —respondió Vera con fingida severidad.
—¡Muchísimas gracias, Vera! Seré puntual, lo prometo —y, como por arte de magia, el rostro de Lucía se iluminó mientras se abalanzaba hacia el armario, cogía su chaqueta y salía disparada.
*«Qué rápida. Ya tenía el ordenador apagado y el bolso listo… Sabía que la dejaría ir. Pero, ¿dónde está Javier?* Vera volvió a llamar, pero la voz automatizada le recordó, otra vez, que *«el teléfono está desconectado o fuera de cobertura»*. *No importa, mañana no tendrá escapatoria. Irá a la finca. El cumpleaños de mamá se acerca, hay que traer patatas, los tarros de conserva…*
Dejó el móvil y agitó el ratón para revivir la pantalla dormida, sumergiéndose en las cifras de la tabla.
Cuando sonó el teléfono, contestó sin mirar, emocionada.
—Javi, ¿por qué tenías el móvil apagado? Llevo llamándote todo el día…
—Disculpe, soy el inspector… López —interrumpió una voz masculina desconocida.
La sorpresa y el apellido *López* la confundieron tanto que creyó haber oído mal.
—¿Javi? ¿Dónde estás? —preguntó, desconfiada.
—¿Es usted la esposa de Javier Miguel Delgado? ¿Cómo debo llamarla?
—Verónica… —tragó saliva y tosió—. Vero basta. ¿Dónde está Javier? Su corazón latía con fuerza, presagiando algo terrible.
—¿Podría venir al Hospital Gregorio Marañón? Le esperaré en urgencias.
—¿¿Por qué al hospital?? ¿Qué le pasa a Javi? —gritó en el auricular.
—Allí le explico todo —dijo el hombre antes de cortar.
Intentó llamar al número desconocido, pero estaba ocupado. Con dedos temblorosos, cerró el archivo sin lograrlo a la primera. Apagó el ordenador, agarró el bolso y el abrigo del perchero, y salió corriendo.
Su mente dibujaba imágenes aterradoras: Javier en un accidente, en coma, o algo peor… *No, si estuviera muerto, me habrían llamado al depósito, no al hospital. Claro que está vivo*.
No recordaba qué autobús tomaba, así que se plantó en la calzada hasta que un taxi frenó junto a ella. Diez minutos después, corría por el hospital hacia el edificio principal.
—¡Soy la mujer de Javier Delgado! —jadeó al entrar en urgencias.
Un hombre alto, de unos cuarenta años, se levantó y se acercó. Se presentó de nuevo, pero Vera apenas escuchaba. ¿Por qué daba vueltas? Solo quería ver a su marido, asegurarse de que respiraba.
—Venga conmigo —dijo él, señalando la puerta.
Salió, desconcertada. ¿No se podía acceder a cualquier área desde urgencias? El hombre rodeó el edificio hacia una construcción baja de ladrillo. Al ver la placa azul junto a la entrada —*Servicio de Medicina Legal*—, las piernas le flaquearon. Una mano firme la sostuvo.
—¿Está muerto? —preguntó con voz ronca—. Le llamé todo el día para ir a la finca…
—Sí. Encontramos su número en su móvil. Siéntese. —La guio a un banco de madera.
—No… no puede ser.
—Señora, su marido no fue hoy al trabajo —dijo el inspector con delicadeza.
—Eso es imposible. Tenía una auditoría. Él mismo me lo dijo —hablaba más consigo misma que con él.
—Su vecino de Segovia vio el coche en su parcela esta mañana. Le extrañó que fuesen un día laboral. Al mediodía, al no obtener respuesta, llamó a la policía. A veces los okupas entran en las casas…
—¿Lo mataron? —no entendía nada.
—No. No hay signos de violencia. El forense cree que fue intoxicación por monóxido de carbono.
—Espere… el vecino pensó que *yo* estaba con él. ¿Vio a una mujer? —preguntó, desconcertada.
—Sí. Iba con su marido. Alba María Santamaría. ¿Le suena?
Vera cerró los ojos y negó con fuerza.
—No es posible.
Era peor de lo imaginado. Veintiún años juntos. En noviembre cumplirían su aniversario. Todas envidiaban su matrimonio perfecto. *Y yo también lo creía. Qué vergüenza*. Se tapó la cara, balanceándose.
—No tiene por qué avergonzarse. Evitaremos el escándalo, pero alguien en su trabajo pudo saber adónde iba —dijo López.
Ella levantó la cabeza, sorprendida.
—Disculpe, hablaba en voz alta. Debemos confirmar que es él. Avíseme cuando esté lista.
Se aferró a esas palabras como a un clavo ardiendo. *¿Y si no es él? Quizá prestó el coche…*
—Ahora —se levantó, respirando hondo como antes de un salto.
Pero al entrar en la sala fría, con formas bajo sábanas blancas, su valor se esfumó. No quería ver.
—¿Es su marido? —oyó. Bajó la mirada.
Más tarde, sentada en el banco, no sabía si el rostro gris de Javier había sido real o un sueño. López le acercó algodón con amoníaco, y ella se apartó.
—¿Mejor? La llevo a casa. —La ayudó a levantarse.
Temblaba, las piernas no respondían. En el coche, escuchó fragmentos:
—Confirmamos la intoxicación… avisaremos para reclamar el cuerpo…
—Ya no es mi marido, es *un cuerpo* —susurró, apoyando la cabeza en la ventanilla.
Al llegar, López la sentó en el recibidor, le quitó el abrigo y los zapatos, la llevó a la cocina. Abrió armarios, sacó copas y una botella de coñac del frigorífico. Le hizo beber de un trago. El alcohol le cortó la respiración, tosió y rompió a llorar sin control.
Él la llevó al sofá, la tapó con una manta.
El tiempo perdió sentido. Cuando el timbre la despertó, corrió a la puerta, enredada en la manta. No sabía qué día era. Al ver a López, se encogió y volvió al sofá, arrastrando los pies como una anciana. *Ojalá fuese una pesadilla. Ojalá Javier entrase por esa puerta…*
Oía a López en la cocina, pero le daba igual. Luego la obligó a levantarse. En la mesa humeaba un plato de sopa. Vera no había comido en días. Pensó que no podría tragar, pero se lo acabó todo, incluso el té caliente.
—Ahora tiene mejor cara —dijo él—. Confirmamos lo del monóxido. Las noches son frías, la casa se enfrió. Encendió la chimenea, quizá cerró el tiro demasiado pronto… —omitía a la amante deliberadamente.
—¿Tiene familia o amigos”Cuando el reloj marcó medianoche y los fuegos artificiales iluminaron el cielo, Vera sintió, por primera vez en meses, que quizá la vida aún guardaba algo de luz entre tanta sombra.”