—¡Ai, Charo-ooo…! —gritaba Lola por teléfono entre sollozos.
—¿Pero qué te pasa? ¡Habla claro! ¿Es Carlos? ¿Loles, por qué no dices nada? —vociferó Charo al otro lado de la línea.
—Uhhh… Jorge… ¡Ayyyy…! —volvió a llorar Lola con desesperación.
—¿Le ha pasado algo a Jorge? ¿Un accidente? —Charo se imaginó a su amuda sacudiendo la cabeza, como si pudiera verla.
—¡Se acabó! Me cuelgo, ¿vale? En diez minutos estoy allí. Espérame —dijo Charo, aguantó un momento más escuchando los llantos de su amiga y, al ver que no sacaba nada en claro, cortó.
Se vistió a toda prisa, cogió el bolso, comprobó que llevaba el móvil y todo lo necesario y salió del piso cerrando con llave. Lola vivía a solo una parada, así que Charo echó a andar rápido, trotando a ratos mientras maldecía la poca claridad de su amiga: «Siempre igual, nunca sabe explicar qué pasa. Si es una tontería, me la va a pagar…».
Cinco minutos después, estaba frente al portal, pulsando el timbre del telefonillo. El interfén chirrió.
—Loles, soy yo, ábreme —gritó Charo.
Otro ruido, un pitido y el cerrojo se abrió. Charo entró corriendo en el edificio. La puerta se cerró tras ella, sumiéndola en una oscuridad total tras la luz del día. No tenía tiempo para esperar a que sus ojos se acostumbraran. Dio un paso hacia la escalera del ascensor, tropezó y casi cae, agarrándose a tiempo a la barandilla.
—Joder, ¡me voy a matar aquí! ¿No podrían poner una bombilla decente? —refunfuñó.
Mientras esperaba el ascensor, Charo tamborileaba impaciente con el pie, repasando mentalmente todos los escenarios posibles y repitiéndose: «Ojalá todos estén bien…». Antes de tocar el timbre del piso, se detuvo un segundo a escuchar. No se oían gritos ni llantos, algo era algo. Respiró hondo y llamó con decisión.
La puerta la abrió Lola, con la cara hinchada y los ojos rojos. Como un zombi, dio media vuelta y se dirigió a la cocina arrastrando los pies. Charo suspiró, negó con la cabeza, se quitó las zapatillas y la siguió.
Lola se desplomó en una silla, la cabeza gacha, los homblos caídos, las manos inertes sobre las rodillas. Todo en ella gritaba resignación.
—Loles, ¿qué ha pasado? Me has asustado —Charo se acercó y le puso una mano en la espalda—. Cuéntame algo, que no sé ni qué pensar. He venido como una bala.
—Jorge me ha dejado —dijo Lola con voz monótona, vacía.
—¿Se ha ido? ¿Por otra?
Lola asintió.
—¿Y qué pasó? ¿Él te lo dijo o te lo estás imaginando? —preguntó Charo.
No le sorprendía. Jorge era un hombre atractivo y alto. Siempre le había advertido a su amiga que habría muchas dispuestas a conquistarlo. Lola tenía que estar alerta y cuidarse para que no le entraran tentaciones.
—Me dijo que amaba a otra, hizo la maleta y se fue. Charo, dime, ¿por qué? Yo lo he dado todo: cocinaba, limpiaba, le di un hijo, hice dieta para no engordar tras el parto y estar como un modelo… y aún así se ha ido.
—Uf —bufó Charo—. Todos están vivos y tú llorando como si hubiera muerto. Ya volverá, solo es una aventura —se sentó a su lado.
—¿Crees que volverá? —Lola alzó la mirada de golpe, esperanzada.
—No lo sé. Cualquier cosa puede pasar. ¿Y ella cómo es? ¿Guapa? ¿Joven?
—De mi edad. Más llena que yo, pelirroja y bizca —Lola encogió los hombros—. Charo, ¿qué le faltaba? Yo soy mil veces mejor, y aun así… —Un sollozo la interrumpió.
—No te culpes. Son las hormonas, la crisis de los cuarenta… Se le pasará y volverá.
Lola negó con la cabeza, los hombros temblándole entre lágrimas.
—No llores, reacciona. Si ahora entra y te ve así, saldrá corriendo —Charo intentó animarla, pero Lola volvió a aullar como al principio.
—Loles, las lágrimas no arreglan nada. ¿Crees que si vuelve todo será como antes? Pues no —Charo cambió de táctica—. Ahora piensas: “Si vuelve, lo perdono todo”. Pues vaya tontería. No lo harás. Le acosarás cada vez que llegue tarde, te amargarás la vida, se la amargarás a él y al niño. Por cierto, ¿dónde está?
—Lo he dejado con la vecina.
—Mejor. No necesita verte así. Aunque sea pequeño, también es un hombrecito. No está bien que vea estos dramas —Charo suspiró.
—¡Que no llores más! Te vas a volver loca. Tienes a Daniel. Es duro, pero no es el fin del mundo. A ver, ¿cómo sabes que es bizca? ¿La has visto?
—Vi su foto en el móvil de Jorge. Él estaba en la ducha y ella llamó… Luego la busqué en redes. Dime, ¿qué quieren los hombres? Nos pensamos que se van tras modelos esqueléticas con piernas infinitas y pechos operados. Pues no. Yo apenas comía por miedo a engordar cuando daba el pecho, ¡y aún así se ha ido! Ella es el triple de ancha que yo, y las tetas como… —Lola no encontró comparación y soltó un manotazo al aire.
—No creo que sea por el físico. Son las hormonas. Algo le ha enganchado de ella —reflexionó Charo.
—¿El alma? Tiene el alma vendida. Pero ya pagará por mis lágrimas —Lola se secó las mejillas con el dorso de la mano.
—Loles, reacciona. Eres guapa, estilizada, joven. ¿Treinta y dos años? ¡El mundo es tuyo! —intentó animarla Charo.
—No quiero vivir sin él. Lo amo —gimió Lola retorciendo la boca para contener el llanto—. Duele demasiado. Es injusto y da miedo. Mejor morirme.
—¡Eh, amiga! Ni se te ocurra. ¿Tienes algo de beber? —Charo se levantó y rebuscó en la nevera—. Venga, bebamos. Te sentará bien —sacó una botella de vino medio llena y sirvió dos vasos hasta el borde. LeA medida que pasaban los meses, Lola aprendió a vivir para sí misma y para Daniel, descubriendo que, aunque las heridas del amor tardan en cerrar, al final la vida siempre encuentra la forma de seguir.