La suerte está de tu lado

**Diario Personal**

Qué suerte, ¿eh?

—Lucía, déjame explicarte —en el umbral de la puerta apareció un Álvaro jadeante.
—¿Qué quieres de mí? ¡Vete a resolver tus problemas con tus jefes!
—No lo entiendes. Perdona… No lo ha entendido. Por favor, cierre todas las puertas y llame a la policía. ¡Solo créame!

Lucía lo miró desconcertada mientras Álvaro se alejaba corriendo. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué un simple técnico se comportaba de manera tan extraña?

De pronto, escuchó ruido en el piso de abajo. Voces fuertes, cristales rotos y el grito de Álvaro.

—¡Lucía, vete!

La chica cerró la puerta de golpe. No entendía nada, pero hizo lo que Álvaro le pidió. Giró los dos cerrojos y dejó la llave puesta en la cerradura desde su lado. Con manos temblorosas, marcó el 112.

Alguien llamó a la puerta y Lucía saltó. Apretando el teléfono contra el pecho, rezó para que todo terminase pronto.

—¿Guapa, estás ahí? Te oímos. Ábrenos y no te haremos nada, te lo prometo —dijo una voz masculina desagradable al otro lado.

Lucía guardó silencio, conteniendo la respiración. Las voces cesaron, pero surgieron ruidos extraños. Alguien intentaba abrir la puerta desde fuera.

—Esta tonta ha dejado la llave puesta. Oye, no te lo pongas difícil. ¡Ábrete!
—¡Largo! ¡He llamado a la policía! —gritó Lucía, tapándose la boca al instante.
—Mala decisión, preciosa —dijo la voz—. Vámonos, chicos. Volveremos, ¿entendido?

Los desconocidos bajaron las escaleras. Los ruidos se fueron apagando hasta que reinó el silencio. Lucía, con los oídos zumbando, se deslizó por la pared, aún agarrando el móvil.

Otro golpe en la puerta. La chica contuvo un grito, pero el alivio llegó al oír:

—¡Abra, es la policía!

Más tarde, sentada en la cocina, Lucía relataba lo sucedido a un agente que anotaba su declaración. Aún temblaba.

—¿Quién es Álvaro y cómo lo conoció? —preguntó otro agente, claramente el superior.
—Hace seis meses compré una lavadora nueva. El mes pasado empezó a gotear. Fui al servicio técnico y lo mandaron a él.
—¿Habían coincidido antes?
—No. Lo vi por primera vez cuando vino a mi casa.
—¿Dejó entrar a un desconocido?
—¡Era del servicio oficial! No iba a dejar entrar a cualquiera —protestó Lucía, molesta.

Y era cierto. Álvaro llegó puntual, vestido con el uniforme de la empresa, llevando una maleta de herramientas. Revisó la lavadora con atención, tomó notas y luego le entregó un informe oficial. Lucía firmó sin sospechar nada.

—¡Listo! Funcionará como nueva —dijo él, entregándole un papelito.
—¿Qué es esto?
—Mi número. Por si hay otro problema. Las solicitudes tardan mucho, pero si me llama directamente, vendré enseguida.

Lucía asintió, aliviada. Era lógico: la primera vez tardaron una semana en enviarlo.

Pero días después, la lavadora volvió a gotear. No tuvo más remedio que llamar a Álvaro.

—Vendré a revisarla. Gratis, claro —aseguró él.
—No entiendo qué le pasa.
—No se preocupe. Esta marca da muchos problemas, créame.

Terminado el trabajo, Álvaro sonrió.

—Listo. Ojalá no me necesite más —dijo sin doble intención.
—Eso espero. ¡Muchas gracias!

Lucía, aliviada, no volvió a contactarlo. Tampoco él dio señales raras. Pero cuando la lavadora goteó de nuevo, su número ya no funcionaba.

Frustrada, llamó al servicio técnico. La operadora se sorprendió.

—Álvaro reportó que solucionó el problema. ¿Dice que vino otra vez? No hay registros…
—Me dijo que era mejor contactarlo directamente. ¡Algo raro pasa!

Enviaron a otro técnico, pero llegaría al día siguiente. Esa misma tarde, Álvaro apareció en su puerta, suplicándole que llamase a la policía.

—No sé nada más —susurró Lucía.
—¿Hablan durante las reparaciones?
—No. Solo preguntaba si necesitaba algo.
—¿Traía sus propias herramientas? —el agente junior sonrió.
—¡No llevan trapos! —se defendió Lucía—. ¿Nunca se les ha roto una lavadora? El agua sale por todos lados al abrirla…

Los agentes callaron, intercambiando miradas.

—¿Qué pasa? Esos tipos prometieron volver… ¿Quiénes son?
—Creemos que Álvaro está vinculado a varios robos. Los “técnicos” espían casas: ven cuántos viven, sus rutinas… Hasta el número de cepillos de dientes les sirve.

Lucía palideció. Aquellos hombres eran ladrones.

—Firme aquí. Lo llamaremos si hay novedades.
—¿Me dejan sola? ¡Van a volver!
—Tranquila, tenemos controlada la zona —dijo el superior, cansado.

Al irse, Lucía cerró los cerrojos, agradecida por su puerta blindada. Pero el miedo persistía.

Por la noche, llegaron sus amigos: Jorge y una pareja. Jugaron a un juego de mesa para distraerse, pero Lucía saltó al sonar el teléfono.

—¿Lucía Mendoza? —preguntó una voz.
—Sí…
—Soy el oficial Ruiz. Atrapamos a Álvaro. Era parte de una banda. Marcaba viviendas para robos. Gracias a su aviso, lo detuvimos.

Lucía se estremeció. ¿Por qué Álvaro la advirtió si era un criminal?

—Esto hasta parece romántico —bromeó su amiga.

Para Lucía no lo era. Aprendió que las sonrisas amables pueden ocultar traición. Pero una pregunta quedó flotando: si Álvaro solo buscaba beneficio, ¿por qué regresó para salvarla?

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