La suerte está de tu lado

*12 de octubre*

—¡Lucía, déjame explicarte! —En la puerta estaba Adrián, jadeando.
—¿Qué quieres de mí? ¡Vete a arreglarlo con tus jefes!
—No entiendes. Perdona… No lo ha entendido. Por favor, cierre todas las puertas y llame a la policía. ¡Solo créeme!

Lucía miró confundida a Adrián, que ya corría escaleras abajo. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Por qué un simple técnico se comportaba de manera tan extraña?

De pronto, escuchó ruido en el piso de abajo. Voces altas, cristales rotos y un grito de Adrián:

—¡Lucía, vete!

La joven cerró la puerta de golpe. No entendía nada, pero hizo lo que Adrián le pidió. Giró los dos cerrojos y dejó la llave puesta. Con manos temblorosas, marcó el 112.

Alguien llamó a la puerta, y Lucía se estremeció. Apretando el teléfono contra el pecho, rezó para que todo terminase.

—Guapa, ¿estás ahí? Te oímos. Ábrenos y no te haremos nada, palabra —dijo una voz masculina desagradable.

Lucía contuvo la respiración. Los hombres callaron, pero empezaron a forcejear con la cerradura.

—La tontita ha dejado la llave puesta. Oye, no te compliques. Ábrenos.
—¡Largo! ¡He llamado a la policía! —gritó Lucía, tapándose la boca al instante.
—Mala idea, preciosa —gruñó la voz—. Vámonos, chicos. Volveremos, ¿entendido?

Los pasos se alejaron. El silencio regresó, denso, hasta que un nuevo golpe en la puerta la hizo gritar. Pero el alivio llegó con las palabras:

—¡Abra, policía!

En la cocina, Lucía relataba lo sucedido a un agente que tomaba notas. Aún temblaba.

—¿Quién es Adrián y cómo lo conoció? —preguntó el inspector, el de más edad.
—Hace seis meses compré una lavadora nueva. El mes pasado empezó a gotear. El servicio técnico me envió a Adrián.
—¿Habían coincidido antes?
—No. Lo vi por primera vez cuando vino a casa.
—¿Dejó entrar a un desconocido?
—¡Era del servicio oficial! Iba uniformado, con herramientas y un informe. Firmé el parte. No había motivos para desconfiar.

Adrián fue profesional: revisó la lavadora, anotó detalles y le dio un papel antes de irse.

—Por si surge otro problema —explicó—. Así evitas esperas.

Lucía lo guardó. Pero días después, la lavadora volvió a gotear. Adrián acudió sin cobrar.

—Espero no tener que volver —dijo al marcharse, sin segundas intenciones.

Pero la máquina se estropeó de nuevo. Esta vez, su número no respondía. El servicio técnico negó tener registro de su segunda visita.

Esa tarde, Adrián apareció en su puerta, suplicando que cerrase todo. Minutos después, los desconocidos intentaron entrar.

—No entiendo —dijo Lucía a los agentes—. ¿Por qué me avisó?
—Creemos que Adrián marcaba viviendas para robos. Los técnicos anotan detalles: cuántos viven, horarios… —El inspector señaló—. Hasta un cepillo de dientes da pistas.

Lucía palideció. Aquellos hombres eran ladrones.

—Firme aquí —dijo el agente—. Le avisaremos si hay novedades.
—¿Me dejan sola? ¡Van a volver!
—Tranquila, estamos al tanto.

Esa noche, sus amigos llegaron para acompañarla. Jugaron a las cartas, distrayéndola hasta que sonó el teléfono.

—Lucía Martín? —Era el inspector—. Detuvimos a Adrián. Confirmamos que marcaba pisos para su banda. Usted nos ayudó sin saberlo. Quédese en la ciudad; necesitaremos su declaración.

Al colgar, Lucía sintió un escalofrío. Su amiga bromeó:

—Hasta tiene su lado romántico.

Pero para Lucía no era así. Aprendió que una sonrisa amable puede esconder traición. Solo una duda persistía: si Adrián solo buscaba beneficio, ¿por qué la advirtió?

*Moraleja: La confianza es un puente que otros pueden cruzar en ambas direcciones.*

Rate article
MagistrUm
La suerte está de tu lado