La suegra quería repartirse mi piso

Doña Carmen quería adueñarse de mi piso

Yo y mi marido, José, nos casamos hace seis años. Cuando nació nuestro hijo, Luis, decidimos vender el estudio que teníamos y solicitar una hipoteca para comprar una vivienda más amplia en el centro de Madrid. Pensábamos que pronto Luis necesitaría su propia habitación y que nosotros precisaríamos un espacio donde volver a ser pareja.

Al adquirir el nuevo piso lo registramos a mi nombre; así era la única propietaria. Pero, como lo habíamos comprado durante el matrimonio, en caso de divorcio ese patrimonio tendría que repartirse a partes iguales entre José y yo. Por supuesto, también podíamos descontar la parte que yo había aportado con la venta de mi anterior vivienda, que era de antes del matrimonio.

Jamás imaginamos que el divorcio llegaría a ser una amenaza cuando firmamos la escritura. Sin embargo, algo se rompió. Tal vez nos cansamos el uno del otro, quizás la rutina nos absorbió.

Tengo la sensación de que mi marido compartía sus dudas con su madre. Seguro lo hizo con buena intención, tal vez buscaba un consejo de mujer, pero la respuesta resultó ser todo lo contrario.

Hace unos días, Doña Carmen llamó diciendo que iba a venir a cenar. Su visita me inquietó, pues normalmente somos nosotros los que la recibimos. El padre de José rara vez se aparece, alegando que le cuesta venir a nuestro barrio. Pensé que no sería por nostalgia del nieto o del hijo, así que me puse a preparar la comida y el postre.

Ese mismo día, Doña Carmen llegó mientras José aún estaba en el trabajo. Yo estaba poniendo la mesa. La suegra no se tomó el tiempo de hablar con Luis; fue directo al grano.

María, necesito hablarte en serio. Hace poco escuché que tú y José tenéis problemas y, si llegara a haber un divorcio, pretendo que mi hijo se quede con los pies descalzos.

Me quedé sin habla. Pregunté de inmediato:

¿De dónde sacas que queremos divorciarnos? ¿Y por qué te metes en cómo repartiremos nuestro patrimonio? Hace años ya conversamos sobre qué haríamos en caso de separación.

No estoy satisfecha con la situación actual. Sé bien que hoy en día las mujeres suelen engañar a sus maridos para quedarse con la casa. Por eso insisto en que repartas el piso ahora, antes de que surja un conflicto serio. Creo que deberías pasar la mitad de la propiedad a mi hijo, para que no se quede sin techo si surge algún problema.

Sentí que me aplastaba la crudeza de sus palabras.

¿Acaso no consideras que la mitad del piso la compramos con el dinero que obtuve al vender mi estudio previo? Además, yo fui quien pagó la hipoteca después de mi permiso de maternidad.

En un divorcio todo el patrimonio adquirido durante el matrimonio se reparte al 50%.
¿Ya lo has comentado con tu hijo?

Ni lo pienso, los hombres no deben meterse en estas cosas. Yo decidiré yo misma.

¡Escúchame! No pienso discutir este asunto contigo. José y yo podemos decidir lo que sea sin tu intervención. Agradezco tu bueno consejo, pero rechazo seguir hablando de esto. Puedes esperar a que Luis vuelva del trabajo, pero yo daré un paseo y tú, mientras tanto, saldrás.

Me dirigí a vestirme, pero tres minutos después escuché el crujido de la puerta. José volvió del trabajo media hora después de que se marchara Doña Carmen, sorprendido de que su madre no le esperara. Traté de relatarle lo más calmadamente posible la conversación con su madre. Cuando la tensión se disipó, él me dijo que no sabía nada de los planes de su madre y que nunca había hablado de ello con ella.

José me aseguró que hablaría seriamente con su madre para que no volviera a tocar ese tema. Tras la partida de Doña Carmen, la ansiedad me mantuvo intranquila; quizás dije algo de más, pero también pienso que es mejor poner los límites, aun cuando la persona sea familiar.

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