La suegra que se convirtió en amiga

La Suegra que se Convirtió en Amiga

—¡¿Qué te has creído?! —La voz de Valentina García temblaba de indignación—. ¡Mi hijo vivía bien antes de conocerte!

—¿Y ahora qué, vive mal? —preguntó Lucía, plantada en medio de la cocina con los ojos llenos de lágrimas, apretando un trapo entre las manos—. ¿Me explica cuál es el problema?

—¡Que Javierín ha perdido diez kilos! ¡Mira en qué lo has convertido!

Javier, sentado a la mesa, clavaba la mirada en el plato de sopa, deseando que la tierra se lo tragara. A sus treinta y dos años, se sentía como un adolescente regañado.

—Mamá, por favor… —murmuró, sin levantar la vista.

—¡No, no basta! —Valentina se volvió hacia él—. ¡Mírate en el espejo! Las mejillas hundidas, ojeras… ¡Y todo porque no lo alimentas!

—¿Que no lo alimento? —estalló Lucía—. ¡Cocino todos los días! ¡Esta mañana hice sopa!

—¡Sopa! —bufó la suegra—. Agua con zanahoria. ¿Dónde está la carne? ¿La crema? ¡Comida de verdad para un hombre!

Lucía sintió un nudo en el pecho. Llevaba seis meses casada con Javier, y cada visita de su suegra terminaba en pelea. La sopa no era como debía, las camisas mal planchadas, el piso sin barrer…

—Valentina, hago lo que puedo —dijo con voz temblorosa—. Tengo trabajo, estudio por las noches…

—¡Trabajo! —la suegra alzó las manos—. ¡El lugar de una mujer está en casa, cuidando a su marido! ¡Y tú andas en no sé dónde, mientras mi hijo pasa hambre!

Javier alzó la cabeza por fin.

—Mamá, no paso hambre. Y adelgazo porque voy al gimnasio.

—¿Al gimnasio? —Valentina lo miró como si hubiera dicho algo obsceno—. ¡Ya estabas bien como estabas!

Lucía no aguantó más y salió de la cocina. En el dormitorio, se dejó caer en la cama y lloró. ¿Cuándo terminarían esos reproches? Nada de lo que hacía era suficiente.

Al principio, todo fue distinto. Cuando Javier la llevó a conocer a su madre, Valentina pareció amable: sirvió té, preguntó por su familia, incluso la elogió. Pero al mencionar la boda, todo cambió.

—Lucita, ¿dónde estás? —Javier asomó a la habitación—. Mamá se fue.

—Por fin —sollozó ella.

Él se sentó a su lado y la rodeó con un brazo.

—No le hagas caso. Es solo que está acostumbrada a otra cosa.

—¿A qué? ¿A que vivieras con ella hasta los treinta y dos?

Javier suspiró. Era un tema doloroso.

—Mi padre murió cuando yo tenía quince. Ella lo dio todo por mí.

—Lo entiendo. Pero ahora soy tu esposa. ¿No podemos encontrar un término medio?

—Claro que sí. Solo necesita tiempo.

¿Cuánto más? ¿Cuándo la aceptaría como parte de la familia?

Al día siguiente, Lucía actuó. Tras el trabajo, compró ingredientes y preparó un menú completo: cocido, chuletas con puré y ensalada. Puso un mantel blanco, copas de cristal…

Cuando Javier llegó, se sorprendió.

—¡Vaya! ¿Celebramos algo?

—Nada, solo quiero consentirte.

—¡Está delicioso! Huele como cuando era pequeño.

Cenaron a la luz de las velas. Javier alabó cada plato, y Lucía sintió que valía la pena. Quizá, si se esforzaba más, Valentina cambiaría.

Pero al día siguiente, las críticas continuaron.

—¿Te acostaste tarde anoche? —preguntó Valentina nada más entrar—. Tienes los ojos rojos.

—Me acosté a las doce, mamá.

—¡A las doce! —exclamó—. ¡Y te levantas a las siete! ¡Eso es un crimen!

Lucía comprendió entonces: no era la comida ni el sueño. Era ella. La que había “robado” al hijo.

Decidió probar otro enfoque.

—Valentina —le dijo en la siguiente visita—, ¿me enseñaría a hacer el cocido que tanto le gusta a Javier?

La suegra la miró con suspicacia.

—¿Para qué?

—Quiero complacerlo. Usted sabe lo que le gusta.

Valentina dudó, pero accedió.

—Pero no te saldrá igual…

Y empezaron. Valentina dictaba, Lucía anotaba. Luego fueron al mercado juntas.

—La carne debe ser así —explicaba Valentina—. Ni muy gorda ni muy magra.

En casa, cocinaron.

—Corta la cebolla más grande —corregía la suegra—. Y no llores, que salará el plato.

—¡Si pica!

—Enfría el cuchillo con agua. Y respira por la boca.

Poco a poco, el ambiente se suavizPoco a poco, el ambiente se suavizó, y entre recetas y risas, Valentina y Lucía descubrieron que más que rivales, eran aliadas en el amor por Javier, y así, lo que empezó con reproches, terminó en un hogar donde nadie sobraba.

Rate article
MagistrUm
La suegra que se convirtió en amiga