La suegra me obligó a renunciar a mi parte

**Diario de Lucía**

Hoy ha sido un día que jamás olvidaré. Todo comenzó tan normal, preparando la paella para todos, pensando que por fin podríamos hablar con tranquilidad sobre el reparto del piso tras el fallecimiento de mi suegro. Pero todo se torció.

—¿Qué quieres decir con que renuncie a mi parte? —Mi voz tembló al pronunciar las palabras—. Doña Carmen, ¡es la herencia de mi marido!

—De mi hijo, para ser exactos —respondió ella, erguida como una reina—. No tuya. Tú solo eres pasajera aquí. Este hogar es mío y de Álex, no tuyo.

—¿Pasajera? —Sentí el calor subirme del pecho a la garganta—. ¡Somos marido y mujer! Ocho años juntos…

—Ocho años no son nada —soltó una risa amarga—. Mi primer matrimonio duró veintitrés. Y al final, divorcio. Así que no te hagas la esposa eterna.

No podía creerlo. Hacía media hora, todo parecía normal. Y ahora esto.

—Doña Carmen, hablemos con calma —intenté contener el temblor—. Fernando dejó el piso a Álex. Por ley, la mitad me corresponde como esposa.

—¡A ti no te corresponde nada! —alzó la voz—. ¡Este piso lo obtuvo mi marido en el setenta y cinco! Yo llevo cuarenta y ocho años aquí. Crié hijos, cuidé nietos… ¿Y tú? Llegaste de tu pueblo, embrujaste a mi hijo y ahora exiges derechos.

—No soy de un pueblo, soy de Toledo —repliqué bajito—. Y a nadie embrujé. Nos queremos.

—¿Amor? —bufó—. A tu edad, ¿qué amor? Treinta y ocho años… el reloj no perdona. Lo que quieres es el empadronamiento en Madrid.

En ese momento, Álex entró con bolsas de la compra. Al vernos, se tensó.

—¿Qué pasa? —preguntó, dejando las bolsas.

—Tu madre quiere que renuncie a mi parte del piso —dije, conteniendo las lágrimas.

Álex miró a su madre, luego a mí.

—Mamá, habíamos quedado en vivir todos juntos. ¿Por qué sacas esto ahora?

—Alexito —cambió a un tono meloso—, pienso en tu futuro. Si os divorciáis, ella se llevará la mitad.

—¡No nos vamos a divorciar!

—Claro, como yo tampoco pensé hacerlo con tu padre. La vida es impredecible.

Álex se quedó callado, incómodo, como un niño regañado.

—Mamá, ¿por qué haces esto? Lucía es familia.

—¿Familia? —Arqueó una ceja—. ¿Y los niños? Ocho años y ni un hijo. Quizá no puede.

Me ardieron las mejillas. Era un tema doloroso. Habíamos intentado todo, médicos, tratamientos… nada.

—Eso es asunto nuestro —mordí el labio.

—¿Asunto vuestro? Yo tengo setenta años, quiero nietos. ¿Hasta cuándo espero?

—¡Basta ya! —Álex alzó la voz—. Esto es indigno.

—¿Indigno? Decir la verdad es indigno ahora? —Sacó un pañuelo—. Quizá debería buscar a alguien más simple, si no puede darle hijos.

No lo soporté más.

—Me voy —desaté el delantal—. No aguanto esto.

Recogí mis cosas con manos temblorosas. ¿Era real?

—¡Espera! —Álex entró—. Mamá solo está nerviosa.

—¿Nerviosa? ¡Exige que renuncie! Como si fuera una aprovechada.

—No exige… pide.

—¿Pide? ¡Prácticamente me echa!

Se sentó en la cama, frotándose las sienes.

—Tiene miedo de quedarse en la calle. Esta es su vida.

—¿Y yo la echo? ¡Dije que viviríamos juntos! El piso es grande.

—Lo sé, pero no confía en papeles. Cree que, si algo pasa, ella perderá.

Lo miré fijamente.

—Álex, dime la verdad: ¿de qué lado estás?

—Del tuyo, eres mi mujer.

—¿Entonces por qué no me defendiste?

Su silencio fue la respuesta.

—Me voy a casa de Marta unos días —cerré la maleta—. Necesito pensar.

—No te vayas, hablémoslo.

—¿De qué? ¿De cómo renuncio? ¿O de cómo me voy para no molestar?

En la entrada, Doña Carmen sonreía.

—¿Te vas? Bien hecho. Reflexiona.

—Quiero que entienda algo: no ambiciono su piso. Solo quiero un hogar.

—Tu hogar está en Toledo.

—Allí viven extraños ahora.

—Pues búscate otro.

Salí. Las lágrimas rodaban sin que me importara. Ocho años de esfuerzo, de ser buena esposa, buena nuera. Cocinando, limpiando, cuidándola cuando enfermó… para esto.

Marta se sorprendió al verme.

—Lucía, ¿qué pasó? Pareces acabada.

—Peor —entré—. ¿Puedo quedarme?

—Claro. Cuéntame.

Entre sorbos de café, lo conté todo. Marta movía la cabeza.

—Te lo dije. Esos comentarios sobre tu edad, los hijos… era estrategia. Para ella, nunca serás su familia.

—¿Por qué?

—Porque le quitaste a su niño.

—¿Y si tiene razón? ¿Si debo renunciar?

—¡Lucía!

—Escucha. Álex no se opondrá a ella. ¿Crees que a sus cuarenta y tres años cambiará?

—¡Es injusto! —golpeé la mesa—. ¡Por ley me toca la mitad!

—La ley es una cosa, la vida otra. Si insistes, ella romperá tu matrimonio.

—¿Cómo?

—Envenenando a Álex día tras día. Dirá que eres interesada, que te casaste por el piso. ¿Cuánto aguantará él?

Tenía razón.

—Entonces, ¿qué hago? ¿Vivir a su merced?

—Podrías negociar: renuncias, pero con derecho a vivir aquí siempre. O una compensación si os divorciáis.

—¿Aceptará?

—Es mejor que perder la mitad.

Al día siguiente, fui a un abogado.

—La herencia no es bien ganancial —explicó la mujer—. Si tu marido la recibió, es solo suya. Pero puedes reclamar mejoras hechas con dinero común: reformas, muebles…

—¿Y si renuncio?

—No obtendrás nada. Pero puedes pactar garantías, como seguir viviendo aquí.

Volví a casa. Álex me abrazó al verme.

—¡Gracias a Dios! —susurró—. Estaba preocupado.

—¿Dónde está tu madre?

—Con la vecina. Podemos hablar.

Me tomó la mano.

—Perdóname. Fui un cobarde.

—Álex, dime la verdad: ¿quieres que renuncie?

Asintió, lento.

—Mamá tiene miedo. Es mayor, teme quedarse sin techo.

—¿Y yo no?

—Tú eres joven, fuerte.

—¿Así que renuncio?

—Nos ahorraría problemas.

Entendí que no tenía opción.

—De acuerdo —dije—. Pero con condiciones: derecho a vivir aquí siempre y compensación si nos divorciamos. Todo por escrito.

Esa noche, Doña Carmen puso el grito en el cielo.

—¿Garantías? ¡Somos familia!

—O lo firmamos, o no renuncio.

—¡Esto es chantaje!

—Justicia.

Al final, cedió. Una semana después, firmé los papeles. Renuncié, pero con derechos.

Fue humillante. Pero la familia estaba primero.

Doña Carmen se volvió dulce como la mSin embargo, al cerrar la puerta de mi habitación esa noche, supe que, aunque había ganado un techo, había perdido algo más importante: mi voz en esta casa que ya nunca sentiría como mía. *.**

Rate article
MagistrUm
La suegra me obligó a renunciar a mi parte