La suegra adora a los niños ajenos pero ignora a sus propios nietos.

En Bilbao, el otoño había envuelto la ciudad en una bruma gris, pero en mi corazón ardía una tormenta de rabia y decepción. ¿Cómo se puede ser tan fría con los nietos? No lo entiendo. Mi suegra, Carmen López, repite siempre lo mismo: “Vuestros hijos son vuestra responsabilidad. Yo ya cumplí criando a mi hijo”.

Carmen se jubiló antes de tiempo. Su hija pequeña, Lucía, tuvo gemelos, y durante tres años estuvo ayudándola sin parar. Pero en cuanto los niños empezaron la guardería, buscó trabajo. ¿Y qué hizo? Se hizo niñera en una familia adinerada, pasando todo el día con niños ajenos.

Ahora solo está en casa los fines de semana, y los dedica a limpiar, quedar con amigas y descansar. Sí, gana bastante dinero, pero ¿y mis hijos? Mi hijo mayor, Diego, de cuatro años, y el pequeño, Pablo, de dos, no tienen ni un minuto de su atención. Ni un abrazo, ni un gesto de cariño.

Mi marido, Javier, y yo le hemos pedido mil veces ayuda. Yo necesitaba volver a trabajar, pero los niños se ponían malos y faltaban a la guardería. Mi madre vive en Sevilla, lejos, y solo podía contar con Carmen. Pero ni siquiera lo dudó.

“Contratad a una niñera”, me soltó, fría como el mármol. “No me interrumpáis en mi trabajo”.

Me quedé helada. Mi madre, si viviera cerca, dejaría lo que fuera por ayudarme. Prometió venir dos semanas en sus vacaciones, pero ¿de qué sirve eso? Mientras Carmen viaja con los niños que cuida, paseando por playas extranjeras y subiendo fotos a redes sociales, yo estoy aquí, dividida entre los niños enfermos y el miedo a perder mi trabajo.

Cada vez que veo sus fotos con esos niños bien vestidos, sonriendo en parques caros, se me parte el corazón. Mis niños nunca han tenido a su abuela en una obra del cole, nunca les ha leído un cuento. Preguntan: “Mamá, ¿por qué la abuela Carmen no viene?” ¿Qué les digo? ¿Que prefiere a otros niños porque le pagan?

He hablado con Javier, pero él solo se encoge de hombros. “Así es mi madre”, dice. ¿Y yo qué hago? Me siento traicionada, como si Carmen nos hubiera dado la espalda a todos. Su indiferencia duele como un cuchillo clavado poco a poco.

A veces pienso: ¿seré yo la que pide demasiado? Pero luego recuerdo cómo mi madre, aunque estuviera agotada, siempre tenía tiempo para mí y mis hermanos. ¿No es eso lo que hace a una abuela? Amor, cariño, paciencia… Carmen solo piensa en dinero y en ella misma.

¿Tú qué opinas? ¿Es normal que una suegra prefiera el dinero a sus nietos? ¿Qué harías en mi lugar?

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La suegra adora a los niños ajenos pero ignora a sus propios nietos.